Camilo Sesto de Hispanoamérica y Primero del karaoke
El cantautor español con más de 100 millones de discos vendidos cumple 70 años con varios himnos insertos en la memoria social
Si alguien, aquí y ahora, entona de determinado modo estas dos palabras: “Vivir asííí..”, y su interlocutor no responde “...es morir de amooor”, es que, o tienen menos de 15 años, o han vivido en otro planeta, o ni sienten ni padecen más allá de su pellejo. Melancolía, la canción madre de este verso, es, quizá, el tema más coreado en karaokes, despedidas de solteros y casados, y celebraciones etílicas varias de esta vida perra. Un pedazo de himno. Pues bien, el autor de esta y otras melodías —Melina, Jamás, Algo de mí— cuyo nombre no puede escribirse sin que se le vayan a una las teclas al ritmo de su tonada, ha cumplido hoy 70 años de vida, más de 50 de carrera y más de 100 millones de disco vendidos en el mundo. Y lo celebró a su manera, con un disco en el que deshoja la flor de su repertorio, y un baño de flashes de más de 15 minutos ante un centenar de periodistas de Hispanoamérica que, en ocasiones, parecían más fans que los fans propiamente dichos que abarrotaban la sala. Luego, se marchó solo a casa. Solo dijo que pasaría el resto del día. La fiesta había acabado.
El que fuera el hombre más deseado, el icono idolatrado por las masas de los 70, lleva hoy en el anular izquierdo dos aros con dos nombres y una fecha por dentro. El de Eliseo, el de Joaquina y la data de su boda. La última prenda de su padre y de su madre, paisanos de Alcoy (Alicante), donde vino al mundo este artista sin más formación que un oído prodigioso, una voz única y un talento natural para tocar la exacta tecla de la emoción del prójimo que le ha traído hasta quien es ahora. “El amor de mi vida has sido tú”, responde, sin sombra de duda, cuando se le pregunta cuál es la canción que más le desnuda. Y el hecho de que este tema lo escribiera hace más de cuarenta años para su padre da idea del balance sentimental de su vida. Mucho se ha dicho de sus amores difíciles, de su relación con su hijo, de sus idas y venidas emocionales, de su encarnizada lucha en carne propia contra el tiempo. Qué sabe nadie, que diría Manuel Alejandro. Quizá solo es un hombre solo.
Cuenta esto en el jardín de la SGAE —de la que es socio honorabilísimo en términos económicos y de los otros — sentado a un palmo de distancia en una butaca tipo Emmanuelle que parece escogida a propósito y con los ojos velados por una nube que amenaza un agua que no llegará a caer nunca. Acaba de despachar una descacharrante rueda de prensa presentada por María Teresa Campos, con la que se ha batido en un incruento duelo de cardados y de piropos mutuos que ha quedado en tablas, y, aunque está de un humor excelente, parece tener prisa por volver a casa. Y, sí, Camilo Blanes Cortés, Sesto para el mundo, luce al natural igual que en las fotos. Un hombre alto, atildado, pulquérrimo, con un rostro que a la vez da pudor mirar mucho rato y del que no puedes apartar la vista. La pregunta no ha lugar. Está cansado de oír lo mismo. “Llevo una vida dejándome el alma, y me preguntan por la cirugía, por si llevo lentillas o peluca. Esos no son periodistas, son verruguillas. Mírame: mis ojos son azules, Soy lo que ves en ellos”.
Y es cierto. Ese azul piscina es el mismo del Camilo de El gallo rojo, la mítica discoteca de El Campello (Alicante) donde vivió, evoca, “los días más felices” de su carrera. Aún se ve en esa percha al Adonis delicado, masculino pero en las antípodas del macho ibérico que inició el fenómeno fan en España. Al Jesucristo Superstar, que trajo a Madrid los grandes musicales antes de que los triunfitos de El rey león estuvieran siquiera en los planes de sus padres. La estrella que llenaba el Madison Square Garden y, también, al autor en horas bajas del hit Mola mazo que, dichosamente, no figura en su antología.
Ahí está, bajo la coraza que haya decidido usar para enmascararse, el galán que le canta al amor sin etiquetas: “Somos lo que sentimos. Pero, desgraciadamente, hoy no es el amor, sino el sexo y el dinero lo que mueve el mundo. Anhelamos el amor al mismo tiempo que le huimos. Hemos perdido la confianza, nos damos miedo los unos a los otros”, deplora y, aunque no reniega de sus emolumentos como ultragenerador de derechos de autor, no se considera multimillonario. “Yo no he vendido nada. Con que dos, o tres, o veinte canciones hayan calado soy feliz. Si los niños se saben mis temas será porque les llegaron a sus padres, porque aún están en el aire. En ese sentido, sí, soy un hombre rico.”
-¿Y feliz?
-Dentro de lo que se puede, estoy en paz conmigo y con los demás. Otra cosa es que estén en paz conmigo, pero no soy dueño del corazón ni la razón de nadie. Nadie lo es, aunque lo crea.
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