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CÁMARA OCULTA
Columna
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La Molina

Angela Molina ha dejado que el tiempo marque su bellísimo rostro sin preocuparse de modas ni disimulos. “No nos vamos a hacer esa trampa”, dice. Hace años ya pensaba que “respeto mucho a la abuela que llevo dentro”. Ella es como es, sin apaños ni tapujos, y así se muestra… Lo hizo desde el principio de su carrera, cuando tentaba al santo en La portentosa vida del padre Vicente, incapaz de rechazar su hermoso cuerpo desnudo, o dejándose enterrar sin ropa en Camada negra, o mostrando sus pechos tersos a la anciana de Nunca es tarde, o bailando fresca y franca en Ese oscuro objeto del deseo... Pero sería absurdo reducir a sus desnudos el enorme talento apasionado, desordenado a veces y siempre vital, de una actriz que explora la verdad de sus personajes desde lo más profundo de sí misma. En el cine, en la televisión (unos 130 títulos ya), algo menos en el teatro… Y también en la canción, a lo que se ha dedicado ocasionalmente pero con brío y devoción. Le viene del padre, magnífico artista y hombre llano, que educó a sus hijos en libertad: “Que cada uno disfrute su condición”, decía. Esa es la libertad que Angela Molina sigue transmitiendo en sus trabajos, en su mirada limpia y en su sonrisa alegre.

Ha recibido muchos reconocimientos tanto en España como fuera. Y era ya hora que recibiera el Premio Nacional de Cinematografía, que mañana le entregarán en el festival de cine de San Sebastián. Su relación con este festival ha sido larga y fecunda. Desde recibir el premio de interpretación por La mitad del cielo (Manuel Gutiérrez Aragón, 1986), a posar para el cartel homenaje a Luis Buñuel en el que ofrecía su ojo a la nerviosa navaja que esgrimía Paco Rabal, o interpretar en directo la canción que ilustra la película muda La mujer y el pelele, anterior versión de la que luego ella co-protagonizaría para Buñuel. En aquella ocasión Angela Molina se mostró solidaria con la actriz original, la donostiarra Conchita Montenegro, que rechazó la invitación para acudir al festival. Conchita prefería que el público la recordara con la sensual belleza de su juventud, con la que había conquistado Hollywood y las cinematografías francesa e italiana. Angela Molina habló mucho con ella tratando de convencerla, pero cuando luego se le preguntó qué se habían dicho, se limitó a decir. “Cosas de chicas”. Y se calló con complicidad el secreto de su nueva amiga.

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