Los últimos de Filipinas regresan de la trinchera a la pantalla
Una superproducción protagonizada por Luis Tosar y Eduard Fernández vuelve a evocar el sitio de Baler, uno de los episodios más estrambóticos de las guerras coloniales
Suele aparecer el monstruo de los atroces elementos reales y entonces, en las guerras, las órdenes del mando, los mapas y las estrategias militares a veces sirven de poco o de nada, puro papel mojado. Así que enfermedades como el terrible beri-beri o la disentería, el hambre y la sed, las balas enemigas, una ilimitada dosis de orgullo patriótico, la falta de información y la irremediable mezcla de gesta y absurdo que va incorporada en el ADN de lo hispánico fueron los puntos cardinales que marcaron a sangre y fuego el Sitio de Baler (Baler, isla de Luzón, Filipinas, 30 de junio de 1898-2 de junio de 1899).
Ajeno a toda lógica militar y a toda lógica a secas, fue y sigue siendo aquel uno de los episodios más increíbles de la historia militar española. Y aunque muchos —y las nuevas generaciones, ni eso— siguen creyendo que “los últimos de Filipinas” es una expresión hecha para apelar a los tardones de turno, aquel medio centenar de soldados liderados por el teniente Saturnino Martín Cerezo existió y está en los libros de Historia. También están las películas que evocan aquel psicodrama. Una de corte glorioso-franquista dirigida en 1945 por Antonio Román, Los últimos de Filipinas (con Fernando Rey y Tony Leblanc, entre otros). Y ahora otra, 1898. Los últimos de Filipinas, cuyo estreno llegará el 2 de diciembre.
Producida por Enrique Cerezo P. C,, CIPI y TVE con un presupuesto apabullante para España —seis millones (la media nacional ronda los 1,5)—, la película está dirigida por Salvador Calvo, un habitual de series como Los nuestros, Sin tetas no hay paraíso o Los misterios de Laura que firma su primer largometraje. En cuanto al elenco de actores, parece difícil de superar en una película española: Luis Tosar, Eduard Fernández, Javier Gutiérrez y Karra Elejalde, entre otros. El guion corre a cargo de Alejandro Hernández y se basa en diversos textos sobre el Sitio de Baler, sobre todo los del propio Martín Cerezo (Tosar), jefe del destacamento. El rodaje transcurrió entre Guinea Ecuatorial, Tenerife y Gran Canaria.
En 1898, año negro por antonomasia para los amantes del ideal imperial español, el teniente Cerezo y sus 50 hombres resistieron durante casi un año ante 400 rebeldes tagalos en la pequeña iglesia de San Luis de Tolosa. Luchaban en lo que creían que seguía siendo la colonia de Filipinas… sin saber que ya había sido entregada a Estados Unidos en el Tratado de París. Durante 337 días lucharon y comieron ratas, serpientes, raíces y tocino podrido. 30 de ellos murieron por nada: por algo que no existía ya, por quimeras. Un poco como los japoneses encontrados en la jungla, aún con ganas de pelea, 20 años después de la II Guerra Mundial. Más molinos de viento invisibles.
“No es un remake… porque no tiene nada que ver. La película de Román hablaba de lo heroicos que fueron los españoles en Baler y de cómo no se rindieron nunca, como sí hizo España. Este filme habla de la pérdida del imperio y de lo absurdas que son las guerras, de cómo todas las partes pierden”, explica Calvo, inmerso en la posproducción. “Está bien que con películas así el cine español salga un poco de sus interiores, de sus habitaciones cerradas y sus historias habituales”, añade.
De miniserie a filme
La película iba a ser, en un principio, una miniserie. Pero finalmente Cerezo y TVE acordaron llevarla a la pantalla grande. “Pensamos en dos capítulos que luego se ampliarían a un largo con más metraje, pero me di cuenta de que las series deben ser series y las películas deben ser películas. Si haces un producto que valga para los dos formatos, se diluye y pierde interés”, cuenta Cerezo.
Hubo otras dos intentonas de resucitar a los últimos de Filipinas: un proyecto que promovió el actor Sancho Gracia hace unos 20 años y un guion de José Luis Garci y Juan Manuel de Prada que quedaron en el cajón. “Nuestro país es riquísimo en historias, pero muchas no se pueden contar en cine por el coste astronómico que tendrían”, subraya Cerezo, que defiende la necesidad de cine de género y de proyectos económicamente ambiciosos en el cine español. “Los estadounidenses con las historias españolas habrían sacado millones de películas. Y esta es magnífica. Había miles de kilómetros entre Filipinas y España pero era la reina regente la que controlaba aquel país; los políticos de la época eran un desastre y no se ponían de acuerdo en nada, y de repente surge un grupo de 50 tíos que se meten en una iglesia para defender una patria sin saber que aquello ya no era español. Fue una gesta inaudita. Y la película sirve también para recordar a la gente que España será lo que sea pero fue un imperio, la historia no se la puede quitar nadie. En España no se ponía el sol”.
De la gesta al absurdo
El protagonista de 1898. Los últimos de Filipinas prefiere incidir más en cierta vertiente berlanguiana y quijotesca del asunto que en los viejos oropeles y estandartes de la potencia colonial. Para Luis Tosar, "esta película habla de un momento concreto que tiene que ver con lo que fuimos y ya no somos, con lo que creemos seguir siendo y desde luego ya no somos. Y en ese sentido es una historia muy interesante a día de hoy, porque en España sigue habiendo como un ejercicio moral que se basa en un punto de vista imperial… cuando está claro que ni nos acercamos a eso, porque hoy somos un país pequeño, un poco mediocre en estos momentos, pero tenemos como cierto complejo de ser la hostia, y por eso pasan muchas de las cosas que pasan en este país. Porque todavía hay una cierta chulería, y estaría bien que los chavales vieran la película aunque solo fuera por esto".
Triunfo, mito, honor… y desastre, traición y triste realidad. “Se recuerda aquella época desde la gloria y la épica. En el capítulo de los últimos de Filipinas gloria hubo un poco pero, desde luego, de épica nada, porque hubo una nación que directamente se olvidó de aquellos hombres, o sea, que entre la gesta y el absurdo la línea es muy fina… porque España siempre ha estado en eso, entre la gesta y el absurdo. O sea, nos montamos en unas naves, nos vamos al otro lado del mundo y desde nuestro punto de vista estamos descubriendo otro continente. Pero resulta que desde el punto de vista de ellos estamos arrasando una civilización entera”, agrega Tosar.
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