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Fuego y cristal

El director Philippe Herreweghe convierte la ‘Primera sinfonía’, de Brahms, en el cénit de sus dos conciertos en la Quincena Musical

El director Philippe Herreweghe en la Quincena Musical.
El director Philippe Herreweghe en la Quincena Musical.Iñigo Ibáñez (EL PAÍS)

El director Philippe Herreweghe (Gante, Bélgica, 1947) reniega de la condición de especialista en música barroca. “Es como un actor que solo pudiera representar a Molière”, afirma en su camerino del Kursaal. Le atrae menos lo teatral que lo espiritual. Y por ese camino ha encontrado afinidades personales con compositores de diversas épocas: “Para mí era muy complicado hacer Handel y Vivaldi, pero en cambio Bach, Bruckner y Brahms siempre me han parecido muy cercanos”, confiesa. Su último disco se centra en obras religiosas de Stravinski y en el próximo abordará madrigales de Gesualdo. Del siglo XX al XVII, aunque sin olvidar el XIX que ha unido sus dos conciertos del pasado fin de semana en la Quincena Musical de San Sebastián. Dos programas centrados en la Novena sinfonía de Beethoven y la Primera de Brahms.

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Para Herreweghe la clave de la interpretación musical reside en el canto. “Los compositores del siglo XIX estaban muy familiarizados con las voces”, aclara. Incluso esa relación con lo vocal cambiaría su vida. “Con 14 años dirigí el coro del colegio jesuita de Gante y después fundé uno amateur en la universidad que sería el origen de Collegium Vocale Gent”, relata. Tras labrarse un enorme prestigio al frente del Collegium Vocale y La Chapelle Royale optó por ir más allá: “En 1991 fundé la Orchestre des Champes-Élysées para tocar con mi coro obras del siglo XIX con instrumentos de época”. Pero desde hace décadas colabora también con varias orquestas modernas como la del Concertgebouw, DeFilharmonie o la Orquesta de la Radio de Fráncfort con la que ha visitado San Sebastián: “Son formaciones con muy buenos músicos que me invitan a enseñarles prácticas interpretativas de época para hacer Beethoven o Brahms”. Reconoce que a veces se enfrenta a la hostilidad de algunos músicos, pero considera que pronto formará parte de la normalidad. “En el futuro creo que solo sobrevivirán las orquestas más flexibles con músicos capaces de tocar instrumentos modernos y de época”.

El primer concierto se abrió con la obertura Coriolano, de Beethoven, donde percibimos las principales señas de identidad sonora de Herreweghe: equilibrio entre cuerda y vientos, afilados contrastes dinámicos protagonizados por el timbal y todo aderezado con una mezcla de precisión y transparencia. Pero su versión de la Novena se dio de bruces con las rapidísimas y problemáticas indicaciones metronómicas del compositor que, tal como defendió Willem R. Talsma, quizá no hayamos sabido descifrar correctamente. La orquesta alemana se defendió con toda la solvencia que pudo reunir, pero no evitó sonar tosca y embarullada en los 59 minutos de récord que duró la obra. Lo peor fue un adagio plano y sin carácter; lo mejor el finale donde la presencia de las voces hizo a Herreweghe aterrizar de repente en su medio natural y de paso hacer algo de música. Homogéneo cuarteto de solistas y gran actuación de la Coral Andra Mari en su cincuenta aniversario que recibió al final la felicitación de la orquesta con una improvisada versión del Cumpleaños feliz.

Sin indicaciones

El segundo concierto no tuvo nada que ver con el primero. Para empezar se partía de una ventaja: la ausencia de indicaciones metronómicas; Brahms incluso reconoció en una famosa carta a su amigo Henschel en 1880 la poca utilidad de ese aparato al que Beethoven profesaba tanta admiración. Y, tras la obertura de La consagración del hogar, de Beethoven, y el Concierto para violonchelo núm. 1, de Haydn, disfrutamos de una modélica Primera sinfonía, de Brahms. Herreweghe aportó su concepto sonoro a una versión bien construida y admirablemente tocada por la orquesta de Fráncfort.

Además, destacaron en sus respectivos solos dos jóvenes españoles: la flautista Clara Andrada y el oboísta José Luis García Vergara (la orquesta cuenta incluso con un tercero: el violista Gabriel Tamayo). La interpretación de Herreweghe, que está inmerso en la grabación de las cuatro sinfonías del compositor hamburgués, sonó a “fuego y cristal” como cantó Borges en su poema a Brahms.

El chelo mimético

El segundo concierto de Herreweghe en la Quincena Musical de San Sebastián contó con un solista de excepción, el violonchelista Steven Isserlis (Londres, 1958). Músico carismático y polifacético, que compagina a Robert Schumann con Harpo Marx; tan pronto escribe un libro sobre uno, como realiza un programa de radio sobre el otro.

Su versión del Concierto núm. 1, de Haydn, fue una lección de sonido y fraseo. Estrenó nuevas y elaboradas cadencias propias para este concierto, que incluirá en su próxima grabación en Bremen a finales de septiembre. Isserlis obra el milagro de que su violonchelo Stradivarius de 1726 adquiera una voz humana y hasta que salude con él al final. Terminó tocando una encantadora versión de El cant dels ocells en homenaje a su amigo Peter Wolf que dejaba la orquesta de Fráncfort.

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