A la caza del tesoro visigodo que los nazis se llevaron
El Museo Arqueológico Nacional quiere recuperar los restos de la necrópolis de Castiltierra, que la Falange mandó a Alemania para complacer a Himmler
Cuenta Aurelia de la Iglesia que su padre participó hace décadas en la excavación de la necrópolis de Castiltierra (Segovia). Que desenterró seis copas de oro y se las dio al jefe de la expedición. “A cambio recibió un vestido rojo que hemos llevado todas las primas”. En su pueblo, Pajares de Fresno, “el vestido rojo de los arqueólogos” es célebre. En la comarca todos conocen el expolio de Castiltierra, una necrópolis visigoda excavada en los años treinta y cuarenta y saqueada durante décadas. Muchos campesinos dieron con auténticos tesoros cuando araban sus campos. Hubo espabilados con detectores de metales que encontraron sortijas y broches. El resultado fue la desaparición de reliquias de gran valor. Lo que diferencia Castiltierra de otros yacimientos es que parte del botín acabó en la Alemania nazi. La falange española convenció al mismísimo Heinrich Himmler de que esos huesos y ajuares serían de enorme valor para apuntalar su tesis de la supremacía racial. No lo consiguió, pero por el camino los alemanes se llevaron piezas que nunca volvieron y que España quiere ahora recuperar.
Sergio Vidal, responsable de Antigüedades Medievales del Museo Arqueológico Nacional, explica que Castiltierra es una de las necrópolis más importantes de la época visigoda en la península. “El expolio ha hecho que algunas de las piezas estén fuera. Durante las excavaciones de [Julio Martínez] Santa-Olalla, se enviaron decenas de objetos a Alemania para restaurar y no regresaron”. Ahora tratan de “recabar pruebas” para demostrar que el material viajó a Alemania “de forma temporal”.
A las afueras de Castiltierra, donde está la necrópolis, al pie de la ermita del Corporario, nadie diría que se esconde un vergonzoso fragmento de la Historia. No hay carteles ni señales que adviertan de la necrópolis. Apenas girasoles, trigo y tierra yerma, en las faldas del Cerro del Moro, la colina que fue testigo de una sangrienta batalla. “Siendo yo niña, allí aparecían muchos huesos. Está claro que murió mucha gente”, recuerda De la Iglesia. Rafael Fernández, alcalde del vecino Fresno de Cantespino, también encontró restos. “Había un montón de tumbas. De cualquier sitio que se cavaba salían cosas. Sortijas, asas de cubos y, sobre todo, collares. Pero nadie le daba importancia. Cualquiera se llevaba lo que le daba la gana”. En el Ayuntamiento guarda una copia del listado de jornales de los que desenterraron la necrópolis en los treinta. En ella, aparece el padre de De la Iglesia, que cobró 120 pesetas por 24 jornadas en las excavaciones que dirigieron Emilio Camps y Joaquín María de Navascués (1932-1935) y de cuyos hallazgos ha publicado este año el Museo Arqueológico Nacional un detallado recuento. Seis años más tarde, vino la expedición hispano-alemana de Santa-Olalla.
El Adelantado de Segovia del 21 de octubre de 1940 titulaba: “Madrid ha tributado un recibimiento entusiasta a Heinrich Himmler”. En un subtítulo, explicaba: “En El Pardo, el Reich-Führer fue recibido por el Caudillo”. Durante esa visita a España, Santa-Olalla fue el guía y traductor del capo de las SS: había sido lector universitario en Bonn en los veinte y hablaba alemán.
Un relato de la vinculación de Santa-Olalla con la Alemania nazi lo escribió hace ocho años Jacinto Antón en este diario tras la publicación de una investigación de Francisco Gracia, Catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona. “Santa-Olalla y Himmler coinciden en su interés por el mundo visigodo por cuestiones profesionales e ideológicas. Para vincular ambos regímenes era útil encontrar elementos que conectaran España y Alemania al mundo visigodo y a las migraciones germánicas”, explica Gracia. Castiltierra es otra prueba de que la arqueología fue un apoyo esencial a la ideología nacional socialista, cree Gracia.
Durante la visita de Himmler a España, el arqueólogo español le acompañó a Toledo, al Escorial, al Prado y al Arqueológico. En el programa figuraba una visita a Castiltierra el 22 de octubre de 1940, saliendo a las 10.30 de Segovia. Días antes de la llegada prevista de Himmler, Santa-Olalla envió a trabajadores a abrir tumbas de la necrópolis para agasajar al invitado. “Se buscaron en la zona obreros rubios y altos para que Himmler viera la vinculación germánica”, apunta Gracia. El alemán, sin embargo, nunca pisó Castiltierra. La visita se canceló por lluvias y retrasos en el programa.
Aun así, el interés alemán por los restos no cedió. En agosto de 1941 Joachim Werner, subdirector del Instituto Romano-Germánico de Fránfort, participó en las excavaciones dirigidas por Santa-Olalla e informó a Himmler. Exhumaron 401 sepulturas, según el Arqueológico. Un representante de la Gestapo en España y dos de la embajada alemana estuvieron presentes, cuenta Gracia.
El material fue enviado a Alemania por valija diplomática de Exteriores para su estudio y restauración. Eran sobre todo objetos metálicos: fíbulas, broches, adornos personales, según Gracia. Fueron a Berlín, a la sede de la Ahnenerbe, el brazo de las SS dedicado a demostrar las teorías raciales de Hitler, y de allí se repartieron a Nuremberg, Colonia y Viena.
El material de bronce estaba en mal estado y en Alemania se ofrecieron a someterlos a los procesos químicos necesarios. El viaje de los objetos fue en teoría una asistencia técnica, pero formaba parte de una colaboración más amplia que incluía conferencias, intercambio de investigaciones y fotos. Sin embargo, el entusiasmo hispano alemán por Castiltierra pronto se desvaneció. El régimen nazi tenía otros frentes que atender, en particular el sur de Rusia, Ucrania y Crimea, donde saquearon museos y tumbas visigodas.
Sin inventario
El documento publicado por el Arqueológico detalla que solo volvió a España “una mínima parte” de aquel material. Indica que gran parte de las piezas se encuentra en el Germanisches Nationalmuseum de Núremberg y un número menor en Viena, y que, fruto de esas excavaciones, ingresaron en el Arqueológico Nacional con la colección Santa-Olalla, en 1973, “unas cajas con cráneos y otros restos óseos descontextualizados”. Añade que “reiteradas peticiones y gestiones a través de la Embajada de España no dieron resultado alguno”.
Harman Sassman, de la Universidad de Viena, concluyó en 2012 que “los hallazgos visigodos del Instituto de historia primitiva de Viena proceden con alta probabilidad” de la campaña de Santa-Olalla. Afirma que llegaron allí de mano de un coleccionista privado, Karl Mossler. Señala también que Werner, el alemán que excavó en Castiltierra, estudió durante dos semestres en Viena.
Gracia cuenta que parte del problema es que el material no se inventarió, y que los que abrieron las cajas en Alemania no podían saber a quién correspondía cada pieza. “No es posible saber qué es lo que falta”. A ello se le añade la aparición de supuestas falsificaciones.
Fernández, el alcalde de Fresno, cuenta que en Castiltierra a nadie le importó que aquello se enviara a Alemania: “Eran cosas que estorbaban”. Con el tiempo, su valor es evidente. “Hace 10 años arreglamos los alrededores de la ermita y salieron muchísimos huesos. Si excavan ahora, seguro que todavía encuentran de todo”, piensa el alcalde. Y asegura que hace años le pidieron a la Junta de Castilla y León fondos para un proyecto en el que reproducirían la necrópolis, pero les dijeron que era muy caro.
Vidal, del Arqueológico, explica que están “tratando de recuperar trámites que se hicieron hace tiempo para conseguir pruebas de que el préstamo era temporal”. Primero, cuenta, hay que localizar las piezas y ver su estado legal. Al haber pasado muchas décadas, los arqueólogos temen toparse con la usucapión, cuando la propiedad prescribe con el paso del tiempo. Un vistazo por Internet da una idea de la dispersión de los objetos. Aun así, asegura que la mayoría de las piezas de Castiltierra descansa en el Arqueológico y no en el extranjero. El experto cree que en Castiltierra “merecería la pena hacer sondeos” para saber qué queda enterrado. “El interés científico es evidente, pero son las instituciones las que tienen que valorar si se muestra al público, porque eso requiere mantenimiento, seguridad…”.
Aurelia de la Iglesia y la legión de parientes de los pueblos de la zona viven ajenos a los vaivenes legales. “Mire, aquí todos vivíamos pobremente. Cuando vinieron los arqueólogos se presentó una gran oportunidad. Los del pueblo sembraban por la noche y durante el día iban a cavar las tumbas”. Aquello forma parte de un pasado remoto. Su presente es otro. El domingo acudirán en procesión a la ermita de Castiltierra, a venerar al cristo del Corporario, edificada sobre los terrenos que Himmler nunca llegó a pisar.
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