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Cuando la fruta era mala para la salud

En tiempos de Shakespeare se invitaba a un consumo moderado de chirivías y zanahorias para no despertar la lujuria

‘Bodegón con naranjas melero cajas de dulces y sandías’ de Meléndez Luis Egidio, Museo Nacional del Prado.
‘Bodegón con naranjas melero cajas de dulces y sandías’ de Meléndez Luis Egidio, Museo Nacional del Prado.

Si una persona del siglo XXI viajara en el tiempo a la Inglaterra de Shakespeare, ¿qué pensaría de la comida y la bebida disponibles entonces? ¿Y qué podría pensar alguien de la Inglaterra de Shakespeare de los alimentos que la gente de hoy compra, cocina y sirve en sus hogares y restaurantes?

Los contemporáneos de Shakespeare hubieran coincidido con nosotros en que la comida y la bebida deben consumirse con moderación: aparentemente disfrutaban de la comida pero también consideraban que la gula era insalubre, si bien ponían más énfasis que nosotros en lo pecaminoso de comer y beber con exceso. La gente en la época de Shakespeare también tenía ideas bastante peculiares respecto a la comida y la bebida. Si bien la opinión médica actual establece que la fruta y la verdura son sanas, las autoridades de la Edad Moderna aconsejaban precaución a la hora de consumir determinadas hortalizas, como por ejemplo las chirivías y las zanahorias, ya que se pensaba que despertaban la lujuria; y también creían que la fruta era probablemente poco saludable si se comía en exceso o de manera inapropiada, como por ejemplo sin cocinar o al final de las comidas, a modo de postre.

Las ideas sobre la salud física estaban al alcance de cualquier lector a través de manuales de salud denominados dietarios o regímenes, y estos libros —entre ellos El castillo de la salud, de Thomas Elyot (1539) y Gobierno de la salud, de William Bullein (1558)— desempeñaron un papel importante en la vida cultural de la era moderna. Ofrecían al lector indicaciones para mantenerse sano. El principal objetivo consistía en mantener un equilibrio ideal entre los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra), ya que un exceso de uno o más de estos fluidos podía ser causa de enfermedad.

La idea de que la fruta estaba llena de agua y que al consumirse podía propiciar un desequilibrio perjudicial para el cuerpo surge en tiempos de Shakespeare. El hecho de que fuera criticada por los dietarios y otras autoridades no significa que no se consumiera de forma regular: la fruta fresca y los frutos secos se vendían en las calles y los mercados, y los pobres probablemente aprovechaban lo que crecía salvaje en setos y arbustos; pero el consejo de los expertos en salud era el de tener precaución. Se creía que la carne roja era más sana que el pescado, el cual se consideraba menos nutritivo y se asociaba con la vieja práctica católica de no tomar carne los viernes. La carne de vacuno era popular en la Inglaterra de Shakespeare; la creencia de que una dieta basada en esta carne era superior a una dieta vegetariana estaba firmemente arraigada en la idea de que Dios ordenó el consumo de carne animal tras el diluvio, y la fruta se volvió menos nutritiva al creerse que estaba llena de agua.

La gente bien pudiera haber bebido vino con la carne, pero era caro y por ello la cerveza era más popular. La tomaban personas de todas las edades a cualquier hora del día, pero lo que bebían se denominaba small-beer, es decir, una cerveza con muy poco alcohol para los estándares contemporáneos. Esto se debía a que se pensaba que el agua no era sana, especialmente en las ciudades, donde un veloz aumento de la población generaba pésimas condiciones higiénicas. La población de la era moderna también consumía leche de almendras (popular, hoy en día, entre la clase media inglesa) pero una de las creencias más extrañas era que la leche humana era la mejor de todas y que niños y adultos debían consumirla para mantener una buena salud.

Está claro que cualquiera que viajara a la Inglaterra de Shakespeare descubriría que la actitud respecto a la comida y la bebida resulta familiar en varios aspectos, especialmente en las advertencias sobre moderación. Pero, sobre todo, se encontraría con un lugar muy raro en el que sería difícil encontrar lo que hoy se considera una cena sana y apetecible.

Joan Fitzpatrick es profesora en la Universidad de Loughborough y autora de varios ensayos sobre la historia de la alimentación, como Shakespeare and the Language of Food.

Traducción de Germán Ponte.

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