A la sombra del árbol del bien y del mal
La obra inspirada en los cuadros del maestro holandés recogió los aplausos del público
'El Bosco'
Coreografía, guionista, luces, vestuario y accesorios, escenografía y vídeo: Marie Chouinard.
Música: Louis Dufort.
Lugar: Matadero Madrid.
Fecha: Hasta el 28 de julio.
Obra coral en tres actos continuados (El jardín de las delicias, Infierno y Paraíso), estilísticamente comprometida con la propia trayectoria y estética de la artista, el pre-estreno madrileño del encargo a la canadiense Marie Chouinard (Quebec, 1955) recogió aplausos y el reconocimiento del público que llenaba la sala Fernando Arrabal de Matadero Madrid, un sitio incómodo y poco apropiado para una obra de estas características. Con un esquema que se repite a lo largo de toda la pieza, dos pantallas-tondo en los laterales recibían proyecciones de fragmentos o escenas de la pintura, mientras en el ciclorama de fondo, se abría el tríptico en todo su esplendor.
Los 10 expertos bailarines (muy dúctiles y entregados), conocedores del sistema de movimientos y de la corporalidad expresiva de Chouinard, armaban grupos y figuras a veces dinámicas, a veces estáticas, que se acercaban a los referidos fragmentos pictóricos; casi se podría hablar en un primer paso, de seguimiento literal, algo que cambia drásticamente en el segundo cuadro (Inferno), el mejor de la creación sin duda alguna, y donde hay más libertad sobre la misma fuente de inspiración.
La representación de un cierto caos con elementos que son consustanciales a las obras precedentes Chouinard, establece una umbilical o soporte intermedio: la muleta, el sillín giratorio con ruedas, los tocados organicistas, la escalera bíblica de Jacob, las trompetas tibetanas (en este caso, las del Paraíso anunciando la pérdida ante la asunción del pecado original); el uso de la voz gutural de una bailarina se superpone al sonido electrónico de Dufort, que contiene muchos lugares comunes al género, así se arma el fresco móvil, donde echo en falta un negro (o negra), que sí están muy presentes en primer plano de la pintura.
Puede decirse que esta banda sonora cumple discretamente con su papel de apoyo a las fuertes imágenes, pero no destaca por su originalidad. Muy inteligentemente, Chouinard maquilla de un blanco níveo y unitario a todos los artistas, algo que en cierta medida ya sucede en el panel central del cuadro, donde todos están desnudos menos uno: hay quien quiere que sea un Adán torturado o Juan Bautista, nunca se sabrá.
Hoy día cambia el punto de vista desde donde vemos estos personajes diminutos debatiéndose entre el bien y el mal, entre la razón y la sinrazón, pero no debe perderse de vista que en su momento tuvo un decisivo componente moralizante y hasta doctrinario. Más allá de la sátira a ras de suelo que contiene, fueron los primeros presupuestos los que animaron a Felipe II a atesorar este cuadro y otros del mismo artista, donde no había ningún afán perverso sino beatería. Aquella frase de que “nada es lo que parece a primera vista” puede en este caso aplicarse a muchos fragmentos del famoso tríptico.
El contraste entre el panel central y los batientes da incluso una pauta dramática (o de dramaturgia) que es usado por Chouinard para llevar adelante su sumario libreto en tres partes, apenas separadas por breves oscuros con una duración total de 1 hora y 15 minutos. El misterio y las leyendas siguen rodeando esta pintura excepcional, muchas veces imitada y copiada, y que de hecho, desplegó una influencia muy particular sobre pintores de su tiempo y posteriores. A la sombra del árbol del bien y del mal y del árbol de la vida (representados por El Bosco de manera muy graciosa por una palmera y un drago respectivamente) discurre el hipnótico tercer acto final, más orientalista, de baile concentrado y pasivo, ondulante y probablemente metafórico del destino final de quienes se debaten, sin fin, a la sombra del árbol del bien y del mal.
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