Un museo de guerreras
#SaveGenderMuseum es un proyecto por el que una colección de más de 3.000 objetos en Járkov (Ucrania) se mantiene gracias a mecenas españoles
"¡Tatiana es una guerrera nata!", dice María. "María es una GRAN MUJER que hace esfuerzos HEROICOS", escribe Tatiana en mayúsculas. Las vidas de María Sánchez (Guadalajara, 1985) y Tatiana Isaeva (Járkov, 1959) se cruzaron gracias al Museo de Género de la ciudad ucrania de Járkov, a la que Sánchez había llegado a través de un programa de voluntariado europeo. Ella es artista y gestora cultural, en aquel momento estaba preparando su tesis doctoral. Como no se encontraba cómoda con ella y estaba atravesando una etapa difícil, buscó un revulsivo y lo encontró en Ucrania, país al que llegó en abril de 2014, dos meses después del jueves negro -el que se consideró el día más sangriento del conflicto entre prorusos y proeuropeos-. Buscaba un lugar en el que la situación fuera difícil, donde no conociera el idioma para partir de cero y desarrollar uno de los ejemplos prácticos de su tesis que es un estudio de campo de proyectos artísticos en contextos periféricos, marginales y sin recursos.
Tras varios meses trabajando en la galería municipal o en un festival, llegó el momento de llevar a cabo otra de las tareas que tenía asignadas: cerrar el museo que dirigía y dirige Isaeva. La misión de la voluntaria española era recopilar cajas y embalar los más de tres mil objetos que conforman el único museo de género en Ucrania y en Europa del Este: el antiproyecto para la artista Pimienta Sánchez —como se la conoce en las redes sociales en su papel de agitadora cultural—. Sánchez quedó con Isaeva para que le enseñara cuál era el estado de la colección. Cuando la directora abrió la puerta del piso que alberga el museo, todo estaba oscuro, no había luz. Sánchez sacó de su bolso su móvil, encendió la linterna y fue alumbrando paredes, mesas, objetos... Sintió una bofetada de realidad: ella llevaba encima más recursos que los que tenía el museo. “No es la situación de los museos españoles que no pueden ofrecer un catering o no pueden montar otra exposición. No tienen para pagar la luz”. La directora al verla tan interesada tuvo la deferencia de encender una pequeña lamparita, un esfuerzo económico para ella. Se volvieron a reunir el día siguiente por la mañana, ya con luz natural. Sánchez observaba los misiles y cartas que colgaban del techo, las que las mujeres enviaban a sus maridos durante alguna de las últimas guerras que había sufrido el país; un tocador cubierto con un velo negro, símbolo de que en época de conflicto no había tiempo para dedicarse al cuidado físico, cuando este aspecto en la vida de la mujer ucrania es fundamental; carteles, fotografías y hasta una máquina de escribir de época soviética pero con el teclado en ucranio, es un símbolo de libertad, perteneció a una mujer que podía escribir en su idioma.
Sánchez lo tuvo claro, necesitaba tiempo. Pero no para desmantelar el museo, si no para buscar la manera de sacarlo adelante y de ayudar a esa mujer que lo había construido y que había luchado por él. El museo era ella. Ella es la que recibe las llamadas de quien lo quiere visitar y, esté en la parte de la ciudad que esté, se traslada para enseñarlo. Las más de quinientas visitas entre 2013 y 2014 se traducen en 500 llamadas a Isaeva para que abriera las puertas y mostrara la colección. Cualquier comparación con "un museo convencional" es como intercambiar órbitas de planetas de galaxias que están a millones de años luz. Ella lo financiaba hasta que decidió dedicar esa parte de su pequeña pensión a los que habían marchado al frente de combate. Ella es la que consideró que había que preservar, contar y perpetuar la historia de las mujeres. Un museo de género en un país en el que ni siquiera existe ese término, en el que uno de los objetivos de las mujeres cuando se matriculan en la universidad es encontrar marido.
“Es un proyecto honesto, lo sentíamos cercano”
En una semana Sánchez puso sobre la mesa de Isaeva una campaña y un plan de marketing. Nació #SaveGenderMuseum e Isaeva confirma entusiasmada que así siguen vivas. “Empecé por el final, por la tienda de regalos”, explica Sánchez. Diseñó un logotipo, una camiseta, lo colgó en la web del museo para que se lo descargara quien quisiera y difundiera el proyecto. Hizo cuentas y con 100 euros al mes podrían mantener el alquiler del espacio, en realidad eran al cambio entre 97 y 98 euros, pero redondeó y con lo que ha ido sobrando ya han podido cambiar las bombillas y ¡tienen folios! El primer mes, enero de 2015, lo financió ella. El segundo, sus abuelos maternos. Y poco a poco la red se fue expandiendo: recibe mensajes de cualquier parte del mundo; ve que gente que no conoce se ha descargado el logo y lo ha puesto en su perfil de redes sociales; una artista argentina le ha mandado 100 euros para colaborar en uno de los próximos meses. Las chicas que forman 7H Coop, una cooperativa gallega cuyo objetivo es promover la creación artística, conocieron la idea y amadrinaron el pasado mes de marzo. “Es un proyecto honesto, lo sentíamos cercano”, comenta Clara Rodríguez, miembro de 7H. “Nos preguntamos cuánto cuesta salvar un museo y por la cantidad que era...”. El mes de abril corrió a cargo de Nokton Magazine, una revista que da a conocer iniciativas culturales valientes y así en la ordenada agenda de Sánchez aparece uno a uno los patrocinadores de cada mes, le faltan tres para tener cubierto este 2016. Lo que ofrece a cambio es difusión del trabajo de los mecenas de cada mes. Isaeva insiste en que siguen vivas gracias al esfuerzo de los españoles que participan. Sánchez tiene un nuevo objetivo: vincular a la comunidad ucrania que vive en España con este museo de su país. Un país que aunque ya no está en la primera línea informativa, sigue inmerso en un conflicto. Y a pesar de ello mujeres como Tatiana Isaeva —y su hija— no dejan que su legado cultural caiga y se destruya cual estatua de Lenin.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.