Arranca el 51 Festival de Jazz de San Sebastián
El espectáculo incluye el evento '12 Points' que reúne propuestas europeas de jazz
Sale el tal Kenneth Killenn el miércoles al escenario del Victoria Eugenia para lucir sus calcetines de marca y hablar de 12 Points, lo que es un festival-dentro-del-festival, y suelta aquello del paraguas; que el jazz es un paraguas bajo el que cabe más o menos cualquier cosa, un señor tocando el saxofón y el Orfeón Donostiarra, o la delantera titular de la Real Sociedad, alguno de cuyos componentes toca la armónica en sus ratos libres. La cosa es así: si Vds. van al jazz y escuchan la palabra “paraguas”, échense a temblar. Y temblando, pero no de frío, que nos quedamos con la actuación primera del dúo The Embla, de Aarhus, Dinamarca, de dónde era el recordado Ebbe Traberg, maestro de periodistas, a quién el festival rindió el oportuno homenaje en su día.
Killenn, con sus calcetines de lana, nos cuenta que los arriba mencionados reducen la expresión musical a su esencia, una cosa escueta, espartana, o zen, siendo así que hay uno llamado Frej Lesner, que toca el tambor, y otra que canta y se llama Nana Cecilie Gaardsted Bovling. Entonces van los así llamados y le dedican una canción a un iceberg. Es lo que tiene ser danés. Si, hubieran sido brasileños, un suponer, dedicarían sus esfuerzos a describir las tiernas carnes de la propia camino de la playa; como son daneses, le cantan a un trozo de hielo.
Luego, tienen su lado tribal, que viene de sus intensas experiencias viajando a lo largo y ancho del globo. En una de éstas, Lesner aprendió cuanto hay que saber acerca de los tambores, los ritmos y lo útil que resulta poner un pañuelo palestino sobre el parche si quieres que se escuche a la que canta a tu lado. El susodicho le da al asunto con ardor vikingo y el swing de un tamborilero del ejército prusiano aplastando cuerpos enemigos en el campo de batalla.
Resulta que acaban de regresar de Costa de Marfil, de dónde el bronceado que lucen. Allí, cuenta Nana Cecilie etc., venían las madres con los bebés en sus brazos para que se los llevaran con ellos de vuelta a Dinamarca. “Una cosa extraña”, comenta entre risas. “No es extraña”, le responde una voz anónima entre el público: “es hambre”.
Vuelve a salir el director del asunto para contarnos que 12 Points es un festival horizontal, donde todos son iguales y no hay más estrellas que las que lucen en el firmamento, salvo que esté nublado. Y como el jazz es un paraguas, y hay sitio para todos, venga Marco Mezquida a tocarnos el piano y, con él, el croar sincopado de los cameramen pululando por el patio de butacas, que uno termina entendiendo a Keith Jarrett cuando arma la que arma por un clic. Fue sólo un tema; el más etéreo y delicado de cuantos interpretó el pianista. Hay que fastidiarse.
Sobre Mezquida, está el asunto de sus pocos años, 29, según creo, y el hecho de haber nacido en Menorca, lo que le da un aire inescrutable y exótico. Luego, que su música tiene la impronta mediterránea que uno no sabría definir, pero está ahí. Su mini-concierto del miércoles fue una cosa rara -ampulosa, pelín efectista-, con el músico viajando a las tripas del instrumento y, de vuelta, al teclado. Supongo que esa era su forma de sumarse a esa búsqueda de nuevas vías de expresión, o lo que sea que define el nuevo jazz horizontal y “paragüístico”. Uno escuchaba a Marco Mezquida –un músico estupendo, en cualquier caso- y recordaba a Duke Jordan en su actuación a piano solo en éste mismo festival, hace un millón de años. “Hay que ser humilde para tocar jazz”, vino a decirnos.
Babelia
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