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Crónica
Texto informativo con interpretación

La batidora global de Major Lazer agita el FIB 2016

El proyecto de Diplo cumplió sin dificultades en una jornada en la que también destacan El Guincho, Skepta y Soulwax

GRA421. BENICÀSSIM (CASTELLÓN), 14/07/2016.- La banda electrónica estadounidense "Major Lazer", principal atractivo de la primera jornada, durante el concierto ofrecido esta noche en el escenario principal del Festival Internacional de Benicàssim (FIB), en Castellón. EFE/Domenech Castelló
GRA421. BENICÀSSIM (CASTELLÓN), 14/07/2016.- La banda electrónica estadounidense "Major Lazer", principal atractivo de la primera jornada, durante el concierto ofrecido esta noche en el escenario principal del Festival Internacional de Benicàssim (FIB), en Castellón. EFE/Domenech CastellóDomenech Castelló (EFE)

Siempre habrá quien resalte el vampirismo de Diplo. Ese productor y DJ norteamericano que, desde su atalaya de exitosa celebridad de la industria musical, buceó en la sórdida realidad de los arrabales de Río de Janeiro para luego popularizar el sonido favela funk y emprender una lucrativa carrera. Pero subrayar que el alma mater de Major Lazer sea un hábil fagocitador de sonoridades globales, tramadas desde el subsuelo de cualquier gran urbe para luego reconvertirlas en forma de efectivos pildorazos que son bailados sin mayores complicaciones en cualquier festival, es algo que no aporta gran novedad a una cultura pop que nació –hace más de sesenta años– con otro muchachito blanco, también de Tupelo (como él), popularizando los hallazgos que un puñado de músicos negros llevaba tiempo defendiendo sin el beneplácito del gran público.

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La batidora rítmica de Major Lazer opera al mismo compás –inmisericorde– que la globalización que nos asedia (de hecho, sus proyecciones nos recuerdan que un globo terráqueo es uno de sus logos), y poco importa que en sus conciertos El Taxi (Osmani García) o Gasolina (Daddy Yankee) se mezclen con temas de producción propia como Light It Up o Watch Out For This. En la cultura de estímulos fugaces en la que vivimos, su patchwork sonoro resulta de una eficacia más que probada, porque hace mover los pies a varios miles de personas a ritmo de EDM, electro, trap o dancehall, facturados con innegable sentido del espectáculo. El trío formado por Diplo, Walshy Fire y Jillionarie salió al escenario de punta en blanco, vestidos como los siniestros golfistas de la película Funny Games (Michael Haneke, 1997), y pusieron en marcha una extenuante sesión de fitness con coartada electrónica en la que sus bailarinas de guardia, los cañones de confetti y las proyecciones anfetamínicas, cumplían su innegociable parte del trato. Al fin y al cabo, la escenificación de ese sonido que en su momento sedujo a M.I.A., Azealia Banks o Madonna, asume sin complejos el rol del DJ/productor como la estrella de rock de nuestro tiempo. Repite sin grandes sorpresas su actuación de hace menos de un año en el mismo escenario, aunque aquella fuera en el marco del Rototom.

Suya fue la actuación más concurrida de una primera jornada del FIB que disponía de la oferta más discreta de las cuatro noches, casi a modo de aquellas fiestas de presentación de antaño, pero registró una afluencia de público excepcional, dado el cartel. Incluso los conciertos más tempraneros esquivaron la desangelada estampa de otros años, como fue el caso de los castellonenses Ruth Baker Band, quienes desplegaron bajo la carpa del FIB Club (ay, la carpa: otro guiño recuperado del pasado) un musculoso soul rock que puede apelar al Rock and roll de Led Zeppelin sin ningún trauma. La suya es una propuesta de género, sí, pero de ejecución intachable. Más complicado lo tuvo el soul digital del madrileño John Grvy para contagiar al personal que se arremolinaba ante el escenario Las Palmas, el más grande –y más ingrato si la hora es temprana– del festival, aunque buscó la conexión generacional apelando al Everybody de los Backstreet Boys. Pero si hay que hablar de consignas generacionales, pocas son más meridianas que la que defienden los gaditanos Perlita: su líder, Pedro Perles, parece la estampa misma de un George Lewis Jr (Twin Shadow) del sur, y el encanto de su synth pop –entre el hedonismo ochentero y el vapor hipnagógico– es tan de los 2010, para lo bueno y para lo malo, que incita a preguntarse si tendrá recorrido más allá del aquí y ahora.

La mejor actuación en el apartado nacional la sirvió, no obstante, El Guincho. Pablo Díaz Reixa ha apostado fuerte con el giro de Hiperasia (2016), y la verdad es que su querencia por los ritmos fracturados, las voces filtradas y los efluvios de reggaeton y trap demuestra en directo una eficacia más que probada (y no tan previsible), aunque tampoco se olvide del contagioso –y ya lejano– tropicalismo de Bombay. Mucha clase la suya. La misma que no necesitan Soulwax, abonados a ese electro rock paquidérmico que defienden a brochazos, con tres baterías (ni los Boredoms, oigan) y una disposición escénica que remite a la de LCD Soundsystem, pero sin siquiera la quinta parte de su inventiva. Ahora que los hermanos Dewaele reniegan de la etiqueta mash up que tan rentable les fue como 2 Many DJs, parecen en disposición de pedir plaza en el balneario del electro rock de garrafa. Nada que objetar, mientras su parroquia lo celebre quemando suela con entusiasmo.

De innegable pegada es también lo de Skepta. Si el furioso hip hop de Public Enemy aspiraba a ser la CNN del gueto, el fibroso grime del rapero de Tottenham podría ser el Sky News de los suburbios británicos, la banda sonora de esas calles que ni siquiera son seguras si eres policía (eso dice en It Ain't Safe). Es normal que abjure de las celebridades de nuevo cuño, porque además su propuesta preserva el mismo tono opresivo que en sus primeros discos, sin concesiones y directo a la mandíbula. Ahora mismo cubre la cuota que en su momento ocupaba por aquí el mejor Dizzee Rascal, antaño visitante habitual. Su paisano Rejjie Snow, por cierto, también destiló ritmos y rimas desde un escenario contiguo, con un guiño a Kaytranada. Los barceloneses Extraperlo destilaron su elegancia habitual, al servicio de un sofisticado sentido del pop que sigue abrevando en los 80. Y la sorpresa la pusieron Hinds, quienes están programadas para esta noche de viernes pero aprovecharon un hueco vacío en la programación del FIB Club para ir ventilando, ante la algarabía generalizada, ese carnoso y desconchado rock con ínfulas noventeras que despachan con desparpajo. Repetirán hoy, en una noche capitalizada por Chemical Brothers, Jamie xx o The Vaccines.

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