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42º FESTIVAL DE VALLADOLID

Michael Haneke reconstruye en "Funny games" una aterradora metáfora del neonazismo

La comedia de Mike Leigh "Career girls" redondea un día de gran cine

"No sé si me atreveré a recomendársela a mis lectores, pero sé que obligaré a mis hijos a ir a verla". Así sugirió un crítico de cine británico qué tipo de sangre circula,qué ideas expande, qué semilla de alerta ante el inquietante subsuelo de esta Europa que estamos forjando hay dentro de la aterradora metáfora sobre el resurgir del nazismo, que contiene el filme austriaco Funny games, escrito y dirigido por el alemán Michael Haneke, dramaturgo y cineasta formado en Viena y tal vez el más avanzado prolongador de la obra de Bertold Brecht.

Sólo de un gran coraje moral y una gran clarividencia formal puede proceder esta película exacta y perturbadora hasta límites extremos. Si la cara oscura de ayer, en Valladolid fue esta terrible Funny games, que es una patada en la mente de quienes sesteamos tranquilos y bien comidos sobre el césped de los jardines de ' Europa, sin percatamos de la gusanera que se mueve bajo nuestras sombras y tiende a emerger a la luz, la cara luminosa llegó, aquí del, otras veces tenebroso Mike Leigh, el gran cineasta británico que nos enriqueció hace dos años con Secretos y mentiras y que ahora, en la deliciosa comedia Career girls, vuelve a reconfortarnos con un adorable y emocionante fresco de personajes.Leigh se ríe con mala uva y desprecio de algunos de sus personajes -los últimos hijos de Maggie Thatcher-, pero acaricia con la cámara a los que ama, sobre todo a las dos mujeres protagonistas, que viven al unísono los tiempos de dos itinerarios muy distintos pero entrelazados, en cuyas idas y venidas trenzan las redes de una hermosa amistad, en la que nos enredan y de la que nos contagian con una especie de sonrisa perpetua que, a veces se hace carcajada, como cuando en la punta de un rascacielos desde donde se ve todo Londres una dice a la otra: "Desde aquí cuando no hay bruma, se ve la lucha de clases".

En cambio, no nos contagian los cinco personajes de Funny games, que ofician un tenebroso, espantoso ritual a que juegan y nos invitan a jugar, pero ante el que nos quedamos paralizados en el umbral salvajemente concernidos pero asqueados y aterrados, al borde de la huida del cine.

Se trata de un juego bien conocido en España en ésta su variante nauseabunda que Haneke agarra por las solapas sin miedo y nos la arroja en forma de espejo a los ojos: el llamado juego del rol en su forma de juego de exterminio, al que hace dos años jugaron dos niñatos madrileños en un descampado de Manoteras con un hombre cuarentón, bajito y calvo en funciones de conejo apestado -en terminología nazi: judio- al que abatir.

Los dos niñatos jugadores vieneses de Funny games hacen su juego a lo grande y de cuando en cuando -cuatro veces ' en total- guiñan con complicidad un ojo al objetivo de la cámara -es decir, al espectador- invitándole a jugar con ellos a la despoblación a degüello de sus propios conejos apestados, sus propios judios, que se encuentran de vacaciones sobre gozosos jardines de las orillas del Danubio. Y este rito de exterminio adquiere proporciones dantescas en las tripas de la conciencia adormecida de un país como Austria, en cuyo censo electoral hay cerca de un 30% de votantes nazis y parentela. La premeditadamente gélida y matemática mirada de Haneke, prohíbe a nuestra mirada cualquier caída en la identificación o en la piedad: es un juego arriesgado, por lo que el dominio de sus- reglas requiere cabeza fría, destierro de sentimientos, sujeción de emociones. Es decir: las viejas e inmejorables en su estirpe- reglas trazadas en los años treinta por un tal Adolf Hitler.

No se ha visto en el cine reciente tan atroz representación de la violencia sin visualizar ni un solo derramamiento de sangre. Porque Funny games es una llamada violenta al conocimiento y por tanto al rechazo de la violencia, que deja a los pim-pam-pum del tiro en la nuca de Hollywood y sus arrabales europeos reducidos a memas exaltaciones del asesinato como floritura estética, mientras que aquí estamos ante la grave, turbadora representación del exterminio como comportamiento político, del crimen considerado como náusea.

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