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Un escenario como terapia

'Efecto Foehn' es la aridez de una violación convertida en monólogo y contada por su propia víctima

Isabel Valdés

Cada ocho horas, una mujer es violada en España. Los datos de julio del Ministerio del Interior contabilizan una media anual de 1.200 violaciones entre 2009 y 2015. Christina Gavel no está dentro de esas cifras, ella es parte de las de 2006: 1.481 agresiones con penetración. Convirtió su historia en un número cuando denunció, el número en un proyecto de fin de carrera, y el proyecto, en una obra de teatro que solo se podrá ver este fin de semana en La pensión de las pulgas, en Madrid.

Christina Gavel en un momento de 'El efecto Foehn'.
Christina Gavel en un momento de 'El efecto Foehn'.Massay

Una maleta traqueteaba sobre el asfalto de un pueblo al sur de Tenerife, eran las cuatro de la madrugada del 22 de octubre de 2006. Hacía calor. Christina Gavel había guardado su uniforme de azafata de vuelo y caminaba hacia la casa de un compañero para ir juntos hasta el aeropuerto. Diez minutos la separaban de unos cuantos días libres en casa, en Mallorca. El sonido de unos pasos le hizo darse la vuelta. “Solo es un chico”, pensó. “No pasa nada”, se dijo. “No todo el mundo tiene malas intenciones”, rumió para sí misma. Un instante después notó un golpe y una navaja le rozó el cuello.

Primero fue el bolso, el dinero, la tarjeta de crédito y la clave, el teléfono y, cuando el robo parecía solo un robo, apareció otra chica. “Para disimular, empezó a besarme, yo intenté hacer señas a la chica, pero ella se fue y acabó arrastrándome hasta un portal de un edificio que estaban construyendo y…”. Después del “y” no hay nada más. Un silencio y de repente, Gavel vuelve a coger carrerilla; en un sprint verbal, cuenta cómo aquel momento que le cambió la vida ha acabado siendo Efecto Foehn, una obra de teatro que estará este sábado y domingo en La pensión de las pulgas, en Madrid, y que después se marcha al Festival Fringe de Edimburgo.

Volvió a casa, denunció, y llegó la calma tras la vorágine. El recuerdo del dolor, del contacto, las nauseas, el sonido de unos grillos, del olor, de los ojos apretados y la orden automática de inspirar y espirar. Inspirar y espirar. No vomitar. Y el después. “Ese después que casi nadie conoce, salen iniciales en los periódicos o números, pero luego llega el camino difícil”. Depresión, una ira incontrolable hacia sí misma y hacia los demás, la sensación de que la justicia es un agujero vacío. “Nunca llegaron a encontrarlo y hasta donde yo sé, nunca pagó por lo que hizo. El sentimiento de desamparo que queda es terrible”.

Entonces llegó la nada: “No sentía. Mis padres me daban igual. Mi novio me daba igual. Murió mi abuelo y ni siquiera fui al funeral”. No quiso medicación, ni psicólogo, no quería ayuda. “No me gusta la palabra superioridad, pero llegas a un estado superior donde crees que nadie puede comprenderte porque nadie ha pasado lo que tú y ya no hay emociones, ni miedo, ni tristeza, ni amor. Como una autómata”.

Brownie, un cruce de setter irlandés y labrador, fue el único que logró acercarse a Gavel. Sus padres y su novio decidieron regalarle al cachorro: “No era un humano, no podía hacerme daño. Me sirvió para volver a sentir cosas, para volver a dejar pasar a los demás”. Y un poco a ella misma. La actriz rebobina y hace un apunte: “En el momento en el que pasó todo pensé que si moría no había hecho nada de lo que quería hacer. Y me dije que si salía de esa, viviría como quisiera”.

Se matriculó en la Escuela Superior de Arte Dramático de las Islas Baleares y dejó a un lado su diploma en Turismo. Cuando llegó la tesina, supo que quería trabajar con el dolor: “Y qué mejor que trabajar con el mío propio, liberarme, contarlo… Y huir de aquella vergüenza que sentí al principio, cuando ni siquiera se lo conté a algunas personas de mi familia. Yo no tengo por qué sentir vergüenza”.

XO2210 TFS fue su trabajo final de carrera, logró la atención de su tutor, de la compañía Res en Res y En Blanc. Esa nomenclatura simbólica para Gavel pasó a ser Efecto foehn, amplió el monólogo hasta una hora y la pieza tomó forma en castellano e inglés, y conservó el catalán.

“Brutal”, es la palabra que esta mujer usa para definir lo que es sentarse en una butaca, mirar hacia delante y contar, desde la primera hasta la última página: “No os voy a engañar, también lo hago por ayudarme a mí; porque cada vez que lo cuento y lo comparto, siento que pierdo un poco del odio que aún guardo en mi interior. El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.

Le brillan los ojos, se retuerce las manos y, cuando tras el apagón final vuelve la luz, Gavel todavía llora en medio de los aplausos.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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