Caos cósmico (y animado)
Reúne sin aparente apuro un selecto número de decisiones acertadas con una palpable densidad de descuidos y palos de ciego
Si (matizando muy levemente a Jacques Rivette) puede decirse que toda película (de imagen real) es un documental sobre su rodaje, no es menos cierto que toda película animada contiene una lección sobre el arte del trazo y la forma en movimiento. Una lección de buena o de mala animación. O, también, como en el caso de Ice Age: el gran cataclismo, quinta entrega de la saga digital que se abrió en 2002, de animación desorientada. Saltan a la vista los riesgos de no imponer un criterio orgánico, capaz de dotar de una coherencia, por lo menos expresiva y estética, a un universo imaginario que, sin aparente plan arquitectónico, se ha ido desbordando de personajes de una entrega a otra.
Dirigida por Mike Thurmeier –que comanda la franquicia, tanto en sus largos como en sus cortos, desde la tercera entrega- y Galen T. Chu –que accede por vez primera a la dirección de un largo tras su largo aprendizaje en el seno de Blue Sky-, Ice Age: el gran cataclismo parece contener muchas películas a la vez, al tiempo que reúne sin aparente apuro un selecto número de decisiones acertadas con una palpable densidad de descuidos y palos de ciego. Por fortuna, todo el mundo parece consciente de que la estrella no solo de la función, sino de la serie entera es esa ardilla Scrat que aquí, montada en un platillo volante y sembrando un caos cósmico que enmarca la acción, sigue ofreciendo su constante suministro de gags visuales –en realidad, incesantes variaciones sobre un mismo tema- en claro tributo a la mecánica slapstick de Tex Avery o Chuck Jones (en su especialidad Coyote/Correcaminos).
Fuera de la órbita Scrat, la película combina contra natura la aventura de supervivencia con la comedia de costumbres –en torno a un yerno pelmazo-, mientras sigue haciendo gala de una paleta de colores bastante grimosa, de poca unificación de criterios de animación –ese espástico Buck-, de un abrumador mal gusto en el diseño de figurantes y de un muy escaso interés por el detalle –basta comparar este hielo con las texturas níveas de Frozen-.
Babelia
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