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Quincy Jones, maestro de ceremonias en Montreux

El legendario productor, director y arreglador presenta un concierto desigual para celebrar los 50 años del festival de jazz

Quincy Jones, durante el concierto en Montreux.
Quincy Jones, durante el concierto en Montreux. Lionel Flusin (2016 FFJM )

Un sol radiante recibió ayer a los privilegiados llegados hasta la Riviera suiza para celebrar los 50 años de vida del Montreux Jazz Festival. Una fiesta que juntaría sobre un mismo escenario a diversos artistas en una de esas noches “únicas e irrepetibles”, marca de la casa. En este caso, el hilo conductor de la velada iba a ser Quincy Jones, colaborador histórico del evento suizo y presencia regular en Montreux desde tiempo inmemorial.

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En cuanto al público “privilegiado”, cada año este festival parece más copado por los invitados VIP de las firmas patrocinadoras, quienes reservan gran parte del espacio para sus empleados y clientes. Cabe mencionar que las mejores entradas para Quincy Jones se vendían a 300 euros. Este público selecto pudo descubrir un lobby del Auditorio Stravinski reconvertido en tienda de souvenirs del 50º aniversario, donde podían comprarse desde una edición limitada de vinilos grabados “live in Montreux” hasta excentricidades como una funda de guitarra de diseño acompañada de botellas de vino de 1967 (año de la creación del festival) a 5.500 euros.

El concierto, que marcó el ecuador de esta edición del MJF, consistió en una especie de carta blanca al mítico productor de Thriller de Michael Jackson, en la que Jones convocó a músicos amigos, protegidos y familiares a cantar acompañados de la Big Band de Pepe Lienhard, toda una institución de la música helvética. Y es que no todos los días se ve en escena una sección de metales de 20 miembros. Un lujo muy apropiado para celebrar el medio siglo del MJF.

Como no podía ser de otra manera, el concierto empezó con impecable precisión helvética a las 20.00 exactas. Mathieu Jaton, director del festival, presentó a Quincy Jones como “el mejor amigo de Montreux”, recibido con ovaciones por un público entregado de antemano. Tras pedir “un aplauso para su hermano Claude Nobs”, fundador del MJF, Jones dio paso al pianista y cantante de Nueva Orleans Jean Baptiste. Este abrió el fuego cantando a piano solo What a wonderful world. Acto seguido, subió a escena un muy desmejorado Al Jarreau, presentado por Jones como “cantante monstruoso”. Y sin duda lo fue.

Pero la realidad es que la edad y la salud no perdonan. Acompañado de muletas, Jarreau cantó un par de temas generando más compasión que deleite entre el público, ya que por momentos estaba fuera de tono, y se le notaba incluso cierta dificultad para saber sus entradas. De hecho, no es la primera vez que Montreux presenta viejas glorias ya sin fuerzas, que apenas pueden hacer su trabajo con dignidad. Un culto a la nostalgia y al voyeurismo que igual sería necesario revisar.

A partir de ese momento, seguiría un desfile de artistas cuya única razón de estar en el Auditorio Stravinski parecía ser su grado mayor o menor de cercanía con Quincy Jones. Es así que pasaron por el escenario desde la excelente Patti Austin haciendo un homenaje a Ella Fitzgerald, hasta el pianista cubano Alfredo Rodríguez o el "linaje" de Jones: su nieto Sunny Levine y su hija Rashida Jones, quienes interpretaron un tema olvidable sobre bases pregrabadas en ordenador.

Por cierto, Montreux presenta este año un “gadget” que pretende acabar con la molesta costumbre generalizada de ver al público fotografiando y filmando todo con sus teléfonos, lo que genera constantes interferencias visuales. El invento se llama “CUTS” y permite grabar en su teléfono vídeos tomados directamente de las cámaras de la TV suiza en Full HD. El fragmento elegido puede ser luego compartido o colgado en las redes sociales gratis. Pero a juzgar por la cantidad de pantallas que se vieron anoche, la gente parece seguir prefiriendo su propia mirada a la de los profesionales.

Volviendo al concierto, los puntos álgidos de la noche fueron la aparición sorpresa de Mick Hucknall, cantante de Simply Red, que poco después ocuparía el mismo escenario con su banda, o el momento en el que Quincy Jones inesperadamente cogió las riendas de la Big Band. Con movimientos de viejo boxeador retirado en los que aún se percibe su legendaria precisión, Jones logró una de las grandes ovaciones de la noche. De hecho, en todos los años que este cronista lleva cubriendo el festival jamás había visto a Quincy Jones ponerse delante de una orquesta. Todo un lujo.

A la hora de las despedidas, foto de familia con todos los artistas y regalo de un inmenso retrato de Jones, ofrecido por el festival. Mientras Al Jarreau cantaba a capela Montreux, je vous aime beaucoup… caía el telón sobre una velada que muy posiblemente no pasará al recuerdo de este festival. Y es que, a juzgar por los bailes y ovaciones del respetable, quien se llevó el gato al agua fue Hucknall con sus Simply Red, verdaderas estrellas de la noche

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