La medalla es el Prado
Asociar su nombre a la mejor pinacoteca del mundo supone para un proyectista mayor ganancia que para el museo
Que ocho de los grandes y grandísimos arquitectos internacionales que han firmado museos por medio mundo hayan quedado finalistas para la futura ampliación del Museo del Prado en el Salón de Reinos indica que todavía hoy, para un proyectista, asociar su nombre a la mejor pinacoteca del mundo supone mayor ganancia para él que para el Prado. Al margen del edificio resultante, está claro que la medalla es el Prado.
La lista de los ocho estudios finalistas revela la ambición de poner a la ciudad por delante del icono. Esto es: de molestar lo menos posible. Salvo Rem Koolhaas, todos los elegidos han apostado más por el rigor que por la imaginación. Y así, ese pasado de la mayoría de los competidores no parece indicar que aspiren a cuestionar o contrastar lo existente. La sobriedad y un clasicismo moderno —con diversos niveles de creatividad y dominio plástico— son el sello que une a Nieto y Sobejano —que recibieron el premio Aga Khan por su intervención en Medina Azahara— , Cruz Ortiz —que ampliaron el Rijskmuseum de Ámsterdam— o Eduardo Souto de Moura —que levantó el Museo Paula Rego en Cascais—.
Jordi Garcés, por su parte, es un reparador que trabaja con paciencia y mano de artesano. Su paulatina realización del Museo Picasso de Barcelona demuestra que desde un objeto se puede comprender la ciudad. Pero puede que sea la mano de David Chipperfield la que sea hoy la reina del cuidado artesano. Y él mismo, el rey —junto a Renzo Piano— de las ampliaciones de museos. La Neues Pinakothek, de Berlín, es un ejercicio de diseño, respeto, ingenio, historia y futuro tan exquisito que merecería la pena una visita aunque el rostro de Nefertiti no congregara allí colas de turistas. Tan cuidadosamente ha sabido trabajar Chipperfield en todo tipo de culturas —también es autor de Museo Jumex en DF— que, de ganar, podría poner en evidencia el acabado de cualquier trabajo cercano en la milla de oro madrileña.
Más allá de los proyectos que firmara en pleno apogeo del High Tech, la museística no es la especialidad de Norman Foster, que sí tiene en su haber el mayor aeropuerto del mundo, en Pekín. Su ampliación del Museo Británico demuestra que la elegantísima arquitectura del gran maestro británico parece tocar la historia con guantes.
Como hicieran Herzog & de Meuron con la Tate de Londres, Lacaton Vassal con el Palais de Tokio parisiense o Gehry con el Guggenheim de Bilbao, Koolhaas es el único de la lista que sí ha revolucionado la tipología museística, convirtiendo cada una de sus intervenciones en una ocasión para reinventar. Y eso que, salvo el que levantara en su ciudad, en 1993, los museos son una de las pocas tipologías que se le han resistido al holandés. Su estudio, OMA —que reinventó el rascacielos como “ciudad-vertical” en el reciente Der Rotterdam—, ha culminado la Fundación Prada en Milán o el Museo Garage de Moscú haciendo convivir galerías con espacios industriales.
Con esta preselección, el nuevo Prado demuestra que no busca sumarse al baile de museos icónicos que disfrazando su continente han puesto en evidencia la debilidad de sus contenidos. Salvo que gane Rem Koolhaas, con un proyecto imprevisible, o que sea Norman Foster el que decida oponer el mundo tecnológico al de la tradición, lo esperable sería que el proyecto firmado por cualquiera de los brillantes finalistas nacionales e internacionales se sumase, crítica o acríticamente, al proyecto original de Juan de Villanueva, de 1785, al que recurrió Moneo para justificar su ampliación.
Babelia
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