Alfanhuí, reportero
Hubo un tiempo en que Ferlosio publicaba crónicas políticas y taurinas
Hay tres tipos de inteligencia: la humana, la animal y la militar. Norman Mailer recordaba este chiste para añadir que hay también tres tipos de escritores: los poetas, los novelistas y los periodistas. Si los primeros parecen aristócratas “consentidos”, los segundos, por su monotonía diaria, serían más bien clase trabajadora. Los terceros, por fin, clase media, es decir, seres “pragmáticos y poco imaginativos”. Desconfiando de su propia capacidad para “mantener la metáfora”, Mailer incluyó su particular taxonomía en una recopilación de piezas periodísticas, precisamente, algunas de las cuales, en traducción de Marco Aurelio Galmarini, fueron publicadas por Anagrama bajo un escueto título: América.
Entre otras maravillas, ese volumen recoge la crónica de la Convención Republicana de 1968 que el autor de La canción del verdugo realizó para Harper's. Aquella convención, celebrada en Miami, selló la derrota de Nelson Rockefeller y Ronald Reagan a manos de un Richard Nixon al que Mailer, tocado con la gorra del pragmatismo, retrata como alguien que “cree que su trabajo consiste en ser importante”. Como los demócratas también tienen retrato, el libro es una buena lectura para estos meses de batalla entre Clinton y Trump. Los que anden, no obstante, más pendientes de España pueden recurrir a las crónicas de un estricto coetáneo de Mailer —el estadounidense era cuatro años mayor— al que, a la altura de sus 88 años, pocos imaginarán ejerciendo de enviado especial: Rafael Sánchez Ferlosio. Los faltos de imaginación harán bien en asomarse a Gastos, disgustos y tiempo perdido, segundo tomo, recién publicado por Debate, de los ensayos completos del autor de Alfanhuí.
Anotado al detalle por Ignacio Echevarría, el volumen es una mina para conocer al Ferlosio periodista, es decir, no solo al habitual de las páginas de Opinión sino también al que —años antes de aborrecer las corridas de toros— ejerció de ocasional cronista taurino por cuenta de Diario 16, al que publicó un largo reportaje sobre Gibraltar en El Pais Semanal o al que en diciembre de 1984 cubre el 30º Congreso del PSOE, que lleva, triunfal, dos años en el Gobierno, es decir, en la cresta de la nueva ola. Allí se planta tres días el exnovelista, que acepta el encargo de Cambio 16 consciente de su papel de yanqui en la corte del rey Arturo: no debe actuar como “agente observador” sino dejarse llevar por “la extrañeza”.
Es lo normal lo que a Ferlosio le parece extraño: ya se trate del culto al fundador (Pablo Iglesias) o de la “imbatible potencia” oratoria del secretario general (Felipe González), que el cronista considera más “acústica” que “retórica”, es decir, basada en el volumen de la voz y no en sus argumentos, resumidos en un martilleante “las cosas son como son”. “La leal recomendación ‘sujétate a los hechos’ —avisa el escritor— siempre conlleva, deslealmente embozado, el mensaje subliminal ‘doblégate al más fuerte”. Puede que fuera la alergia al pragmatismo lo que alejó a Ferlosio del periodismo de calle. La prensa perdió a un cronista, el ensayo ganó a un pensador.
Babelia
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