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Los cuadros vistos por detrás

El brasileño Vik Muniz entra en la Galería Mauritshuis con 15 reproducciones de los marcos de obras famosas

Isabel Ferrer
El artista Vik Muniz en la Galería Mauritshuis.
El artista Vik Muniz en la Galería Mauritshuis.Ivo Hoekstra
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En su aparente quietud, los cuadros llevan una doble vida. A partir de la última pincelada del artista, el anverso, la escena representada, es estático y se mantiene vivo gracias a la mirada cambiante del espectador. El reverso, por el contrario, es una superficie en ebullición, unas veces maltratada y otras plena de sellos y etiquetas, que reproducen su paso por galerías, museos y colecciones particulares. Por detrás, los lienzos de firmas tan famosas como Rembrandt o Picasso confunden y atraen por igual, pero contemplarlos no es frecuente. Suelen pasar de los embalajes a las paredes, o bien a los talleres de restauración, sin que nadie repare en la montura. Lo importante es su seguridad.

Vik Muniz, el escultor y fotógrafo brasileño que aprovecha materiales tan cotidianos como el azúcar o la basura en sus obras, lleva quince años mirando en envés de colecciones repartidas por el mundo. Las ha fotografiado en el museo Guggenheim, el de Arte Moderno y el Metropolitano, de Nueva York, y también en el parisino Louvre. Su colección de estampas es enorme, pero le faltaba algo tan esencial como el tacto. El marco mismo. De modo que se ha lanzado a reproducirlos con ayuda de artesanos y maquinaria casi en desuso. Nada de impresoras en 3D. Diez meses de estudios y pruebas se han convertido en Verso (revés) la primera exposición museística de “partes de atrás” de telas señeras, como La joven de la perla, de Johannes Vermeer, colgadas ya en la Real Galería Mauritshuis, de La Haya.

En realidad, la sala, un auténtico gabinete de tesoros del Siglo de Oro que se estrena en el arte contemporáneo, no ha colgado los marcos de Muniz. Están apoyados en la blanquísima pared de su sala de exhibiciones temporales. Dispuestos como si fueran a recuperar en cualquier momento su lugar habitual, a la altura de los ojos del espectador, tampoco van acompañados de las cartelas propias de las muestras al uso. El centro ha preparado una aplicación -con información y fotos de los cuadros- que puede descargarse en el teléfono móvil, o bien consultarse en el equipamiento que recibe el visitante, “pero se trata de recordar la imagen de telas intemporales contemplando solo su armazón”, dice Muniz.

El artista está en su salsa atendiendo a los fotógrafos. Deseoso de hacer lo mismo en El Prado, con Las Meninas, y las dos majas, de Goya. “¿Se imagina? el cuadro dentro del cuadro, de Velázquez, y ambas modelos, una desnuda y otra vestida, todos vistos por detrás, con la historia que acumulan”. Y está, sobre todo, vivo. Un detalle esencial en un museo dedicado a los maestros del siglo XVII, protagonistas de múltiples libros y catálogos. “Pero a los que no podemos invitar, por razones obvias. Es la primera vez que puedo llamar a un creador y verlo pasear por la sala. Dado el espacio temporal del que nos ocupamos, es una deliciosa sorpresa”, asegura Emilie Gordenker, directora de la Mauritshuis.

Muniz empezó a fotografiar la espalda de cuadros famosos en el año 2002. En 2008 decidió reproducir los marcos a tamaño natural, con todos sus accesorios. El resultado son imitaciones perfectas que presentan los agujeros, manchas, precintos, sellos, cables, alcayatas y garabatos del original. Desde el lienzo mismo a las escarpias, los materiales se han tratado como en el momento de ejecución de las obras. En una vitrina plantada en medio de la sala, pueden verse muestras de todo ello, incluidas las diversas pruebas de color del tejido usado por los pintores auténticos. “Hasta tuvimos que buscar un tejedor que nos proporcionara el material adecuado”, recuerda, mientras la directora enumera las obras propias reproducidas: La vista de Delft, de Vermeer; El jilguero, de Carel Fabritius; La lección de anatomía, de Rembrandt y La vista de la isla de Itamaracá en Brasil, de Frans Post. Muniz también se ha traído sus marcos de Las señoritas de Avignon, de Picasso; La Gioconda, de Leonardo da Vinci; La noche estrellada, de Van Gogh; El estudio rojo, de Matisse, o Mujer con un loro, de Renoir.

En total, son 15 marcos “que posiblemente confundan al espectador. Tanto mejor. Siempre me he sentido un conservador, y ahora entro por primera vez con estas obras en un museo. Mi deseo es que el espectador piense. Que se forme una imagen mental del cuadro. Porque los museos están llenos de arte intemporal, pero son de la gente. Son para usarlos”. En boca de otro artista, el parlamento resultaría algo empalagoso. Muniz, que combina exposiciones cultas con proyectos educativos y sociales en Brasil, lo cree de veras.

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