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CRÍTICA | ACANTILADO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El refugio pagano

Relato de múltiples ramificaciones, quizá demasiadas, aunque más por su indolente tratamiento que por su cantidad, arranca bien. Luego se pierde

Javier Ocaña
Ingrid García-Jonsson, en 'Acantilado'.
Ingrid García-Jonsson, en 'Acantilado'.

En los últimos meses han coincidido en la cartelera audiovisual (cine, televisión) un puñado de obras que, en mayor o medida, han tratado algo que parece tomar carne en unos tiempos donde los tradicionales refugios del ser a la deriva (la religión, la fe en otro mundo, y la familia como punto de apoyo) ya no ejercen de exclusivos anclajes de reequilibrio. El amparo pagano en comunidad ante las crisis, la pérdida, la soledad o la tragedia, ese que puede acabar degenerando en sociedad sectaria de peligrosos fines y esencias, es parte del relato de Julieta, de Pedro Almodóvar, de la magnífica La invitación, de Karyn Kusama, y de la sensacional serie The leftovers. Una lista a la que se une Acantilado, quinto largo de Helena Taberna, basado en la novela de Lucía Etxebarria El contenido del silencio.

ACANTILADO

Dirección: Helena Taberna.

Intérpretes: Daniel Grao, Ingrid García-Johnson, Goya Toledo, Juana Acosta.

Género: intriga. España, 2016.

Duración: 96 minutos.

Relato de múltiples ramificaciones, quizá demasiadas, aunque más por su indolente tratamiento que por su cantidad, Acantilado arranca bastante bien con una primera mitad de presentación de conflictos (internos y externos) a partir de un suceso ya no tan insólito: un suicidio colectivo. Una parte del metraje donde los numerosos flaskbacks que integran el pasado de los personajes entran con naturalidad y fluidez, sin encadenados ni fundidos en el montaje, pero en la que empieza a adivinarse una peligrosa tendencia a la gratuidad en ciertas derivaciones, caso de la incomprensible relación entre los personajes de Daniel Grao y Juana Acosta.

Sin embargo, lo peor está aún por llegar: un último tercio con dos grandes problemas que acaban arruinando lo logrado hasta entonces. Primero, el abandono del tratamiento de los subtextos realmente interesantes, los porqués de las crisis y los cobijos, en pos de una trama meramente policial que hace aguas por demasiadas vertientes. Y segundo, un epílogo ridículo que lleva a la película a un castillo de fuegos de artificio en lugar de a la reflexión que tenía entre manos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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