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La Bienal de Arquitectura de Venecia pone los pies en la tierra

Dirigida por el chileno Alejandro Aravena, se inclina hacia una dimensión más política y social

El comisario de la Bienal de Arquitectura de Venecia, el arquitecto chileno Alejandro Aravena, el pasado febrero.
El comisario de la Bienal de Arquitectura de Venecia, el arquitecto chileno Alejandro Aravena, el pasado febrero.ANDREA AVEZZÚ

En el mapa, Palo Alto se ubica a la atura del kilómetro 14,5 de la carretera que conduce de Ciudad de México a Toluca, en Santa Fe. Pero eso es solo en los papeles: en realidad, la gente ubica a los habitantes de las casitas coloradas de Palo Alto como los corajudos que, durante décadas, han luchado por algo tan elemental como poseer una vivienda digna y propia. En el horizonte, las pequeñas casas parecen estar a punto de ser devoradas por los edificios altísimos con helipuertos, epicentro de las corporaciones multinacionales en Santa Fe, de paso, una de las zonas más ricas de la capital mexicana. En medio de tanta opulencia sobrevive la Cooperativa de Palo Alto, cuyos 300 socios se reúnen cada semana para tomar decisiones e impedir que la especulación edilicia arrase con su techo.

Todo nació en los años treinta del siglo pasado, cuando la periferia de la capital mexicana atrajo, como abeja al panal, mano de obra barata para trabajar en las minas de arena. Cuando las familias crecieron, edificaron reparos improvisados; sin embargo, en 1973, el Gobierno mexicano obligó al propietario de los terrenos a cerrar las minas, porque la dinamita amenazaba las residencias de lujo que habían comenzado a edificarse cerca de la zona. A partir de ese momento emerge la Cooperativa de Palo Alto, destinada a defender las viviendas que las familias habían construido con sus recursos a lo largo de 35 años. Ahora, más que un complejo residencial, Palo Alto representa uno de los grandes desafíos de la arquitectura contemporánea. Historias y protagonistas como los de Palo Alto serán el hilo conductor de la próxima Bienal de Arquitectura de Venecia, la más política y revolucionaria de todas.

Nacida en 1975 como la hermana menor de la de Arte, la Bienal de Arquitectura de Venecia (del 28 de mayo al 27 de noviembre) no expondrá edificios de curvas caprichosas, sino, más bien, una serie de experimentos y soluciones posibles a problemas vinculados con el oficio del arquitecto: las periferias, la inequidad, la migración, el tráfico, la criminalidad, el déficit de viviendas, la contaminación ambiental, los desastres naturales y la participación de las comunidades, entre otros. Al timón, el arquitecto chileno Alejandro Aravena (Santiago de Chile, 1967), ganador del premio Pritzker, porque escogió dedicarse a hacer propuestas visionarias en un mundo donde reinan los recortes y las desigualdades. Camisa blanca fuera del pantalón, Aravena, explica a EL PAÍS por qué el cambio drástico de su Bienal. “Lo que estamos tratando de hacer es ampliar el espectro de respuesta de la arquitectura. Los arquitectos damos forma a los lugares donde vivimos. La arquitectura tiene ganado el terreno más artístico-cultural pero menos el de las necesidades básicas satisfechas. Lo que queremos decir aquí, en Venecia, en primer lugar es que la arquitectura debe pensar en lo social y lo ambiental. Y segundo, queremos retomar el rol de la arquitectura que, consiste en sintetizar diversas dimensiones con astucia, creatividad y buen sentido”.

El título de la exposición, Reportando desde del frente, invita a los proyectistas a volcar la mirada hacia una arquitectura comprometida con los problemas sociales y que, según Aravena debe, sobre todo, “combatir batallas como la burocracia, la avaricia, la impaciencia del capital y la falta de visión”. Nunca antes se había puesto en los zapatos de un comisario; por eso, advierte: que nadie se espere una reseña de soluciones formales creadas para el club de amigos de los arquitectos y destinadas exclusivamente para arquitectos. Aravena ha pensado en mostrar una serie de historias exitosas, “batallas ganadas” que, a su juicio, merecen la pena ser contadas. “Quisiera que la gente viniera a ver casos ejemplares donde la arquitectura hizo, hace y hará la diferencia en ganar aquellas batallas y expandir aquellas fronteras. Son arquitecturas que, a pesar de la escasez de medios, aprovechan lo que está disponible, en vez de quejarse de lo que carecen. Todo esto para entender qué herramientas de diseño son necesarias para alterar las fuerzas que privilegian la ganancia individual sobre el beneficio colectivo. Se verán casos que resisten el reduccionismo y la simplificación, y no renuncian a la misión de la arquitectura de penetrar el misterio de la condición humana”, explica.

Sangre joven

La sangre relativamente joven distingue a los escogidos por Aravena: unos 90, la mayoría con menos de 40 años. Aravena no da muchas pistas de los relatos arquitectónicos y los protagonistas que ocuparán los antiguos espacios del Arsenal veneciano. Eso sí, los pabellones oficiales enclavados en los Jardines de la Bienal han seguido las indicaciones de Aravena: Gran Bretaña afronta la emergencia habitacional con las propuestas de los frescos talentos Shumi Bose, Jack Self e Finn Williams; España, bajo los comisarios Iñaqui Carnicero y Carlos Quintáns Muxía hablará de las grandes obras inconclusas; Alemania mostrará el rol de la arquitectura en la acogida y la asistencia de los migrantes; Estados Unidos relanza la ciudad de Michigan, sacudida por la crisis. Por otra parte, estarán presentes algunas de las más luminosas estrellas de la arquitectura: Peter Zumthor, David Chipperfield, Herzog & de Meuron, Kazuyo Sejima, Kengo Kuma, Norman Foster, Rem Koolhaas, Richard Rogers, Eduardo Souto de Moura, Tadao Ando y, cómo no, Renzo Piano y sus muchachos del grupo G124, jóvenes arquitectos que el genovés financia con su salario de senador vitalicio para “remendar” las periferias italianas.

Pero hay algo que no cuadra. No está por demás preguntar al comisario chileno por qué ha brindado espacio a los arquitectos que forman parte del club de las estrellas. “No todo lo que hacen estos profesionales nos interesan, pero por qué no poner a disposición su creatividad para resolver los problemas que hemos escogido”, responde Aravena, esperando que la arquitectura ponga, de una vez por todas, los pies en la tierra.

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