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SILLÓN DE OREJAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sobre cutreces y esperanzas

La Filmoteca Española necesita un serio replanteamiento, casi una refundación

Manuel Rodríguez Rivero
Floyd Burroughs junto a los niños de la familia Tingle en Alabama (1936).
Floyd Burroughs junto a los niños de la familia Tingle en Alabama (1936).Walker Evans

Menudo cable le ha echado la Conferencia Episcopal a lo que queda del Ministerio de Cultura. Con su solemne declaración de que piratear películas es un pecado que atenta contra los mandamientos siete y diez de las Tablas de la Ley que Elohím (quien, como decía Lautréamont, está hecho a imagen y semejanza de los hombres) le dio a Charlton Heston en el Sinaí, ha hecho mucho más por la cultura cinematográfica que la legión de funcionarios que han pasado por el departamento correspondiente en la última década. Claro que, si hablamos de cutreces burocrático-culturales, nada como lo de la Filmoteca Española. El que hasta hace poco era su director, Chema Prado, se ha jubilado después de un cuarto de siglo al frente de la oficina, lo que es todo un mérito. Sobre todo porque durante todo ese tiempo, y con un presupuesto casi tan escuálido como el que tacañísimo Ebenezer Scrooge asignaba a su famélico empleado Bob Cratchit (véase Canción de Navidad), ha logrado, entre otras muchísimas cosas dignas de estima, arrancarle a sus jefes la construcción de un imprescindible Centro de Conservación y Restauración (otra cosa es que no haya dinero para implementarlo y dotarlo convenientemente) y, al final de su mandato, combatir la feroz plaga de “chinches tropicales” que asoló una de las salas del cine Doré y a la que no se ha podido erradicar del todo hasta que se retapizó el patio de butacas. Con su marcha, y a pesar de que allí sigue su abnegado e insuficiente equipo encabezado por la estupenda programadora Catherine Gautier (que, ay, también se jubilará pronto), se abren una serie de incógnitas inquietantes sobre las que ya se han disparado los negros rumores. La Filmoteca Española es una de las pocas competencias culturales que le quedan al Gobierno central, de modo que no estaría mal que alguien se empezara a tomar en serio su gestión, y no como una especie de obligación desganada. El apoyo al cine debería empezar por hacer de la Filmo un templo de conocimiento y saber activo: aumentar sustancialmente su presupuesto y blindarlo ante la eventualidad de recortes, dotarla de los mejores profesionales, ampliar horarios; en definitiva, mostrar respeto no solo ante el cine, sino también ante los que lo aman (y pagan impuestos y votan). Sorprende, además, el escaso interés que el caso Filmo despierta en el sector: a menudo me pregunto si los cineastas y los profesionales de la profesión se callan porque piensan que mejor es no menearlo, en plan virgencita-mía-que-me-quede-como-estoy. En todo caso, la Filmoteca Española necesita un serio replanteamiento, casi una refundación. Y si no pueden hacerlo con el rigor de la admirable Cinemathèque Française, que al menos tomen como modelo a la Filmoteca de Catalunya, gestionada por una Administración que sí parece creer en el cine. Que el futuro Gobierno de la nación (si es que algún día, etcétera) tome nota, por favor.

NICOLÁS AZNÁREZ

¡Bernie!

Prescindiendo de que, finalmente, supere o no, a sus adversarios en la carrera hacia la Casa Blanca, Bernie Sanders ha conseguido algo que no había logrado desde hace varias décadas ningún candidato a la presidencia del imperio: movilizar hacia la izquierda a una generación de norteamericanos a los que la palabra “socialista” no produce escalofríos de terror y que ya no cree que el mejor rojo es el rojo muerto (better dead tan red fue un eslogan muy difundido en los cincuenta) o, al menos, maccarthizado (perdonen el neologismo). Una generación que, tras la profunda inmersión neoliberal de Reagan y los Bush, vuelve a hablar de cosas como igualdad y justicia social, y a la que le llegó al alma y al cerebro aquel célebre discurso de ocho horas de duración que Sanders pronunció ante el Senado (2010) y en el que denunciaba, entre otras muchas cosas, que “en los últimos dos años, 15 personas han incrementado su fortuna en 170 millardos de dólares, mientras que la cifra de americanos que viven en condiciones de pobreza roza los 45 millones”. La Gran Depresión de principios del siglo XXI, como la llamarán los historiadores del futuro, ha provocado que en las zonas más deprimidas del gran país puedan volverse a ver escenas y situaciones que recuerdan, tantos años después, a algunas de las que inmortalizaron en sus placas Dorothea Lange o Walker Evans, o de las que mostró John Ford en Las uvas de la ira. El referido speach de Sanders pueden leerlo íntegramente en Discurso sobre la codicia de las grandes empresas y el declive de la clase media, publicado por Malpaso. Por cierto que Capitán Swing, una editorial particularmente atenta a lo que se mueve (o se ha movido) en la izquierda, también ha publicado una recopilación de discursos del antiguo senador de Vermont con el título de Bernie Sanders, sus principales ideas para Estados Unidos.

Clavos

Como sucede en el amor, también en la lectura un clavo saca otro clavo. Superé la desazón que me produjo la lectura de Ida y vuelta (Debate), que es como Soledad Fox Maura ha titulado su biografía de Jorge Semprún, sumergiéndome en la lectura de La herencia de la Madre (Adriana Hidalgo), una estupenda novela-folletín de la japonesa Minae Mizumura, de la que la misma editorial había publicado hace años Una novela real, en la que se “reconfiguraba”, trasladándola al austero y hecho trizas Japón de posguerra, la historia gótica y apasionada de Cumbres borrascosas. La nueva novela, que apareció por entregas en un periódico japonés de gran tirada, cuenta la historia de una mujer de clase acomodada enfrentada a la angustia que le crea una madre enferma y un matrimonio fracasado, y en la que, como en Lo prohibido, de Galdós, el dinero tiene un importante papel. En cuanto a la (relativa) decepción que me ha producido la bio de Semprún de Fox Maura, quizás el problema radique en mis expectativas: en primer lugar me gustó mucho su biografía Constancia de la Mora, publicada por Espuela de Plata en 2008; y, en segundo, pensaba que la nueva biografía iba a aportar más cosas acerca del “misterio” del personaje, una figura clave de la izquierda española en la clandestinidad. Quizás por eso me haya impacientado cierta reiteración de testimonios y opiniones ya conocidas o la prolijidad con la que se tratan opiniones y asuntos anecdóticos o irrelevantes, lo que, a menudo, da la impresión de estar dirigido a un público que poco o nada sabe de España. En todo caso, Fox Maura —cuyo libro obtendrá aún más respaldo mediático cuando sea presentado por Felipe González— aporta documentos y testimonios con los que tendrán que contar los biógrafos que en el futuro vuelvan a enfrentarse con Jorge Semprún, sus numerosas máscaras y, sobre todo, el proceloso mundo en el que se movió.

Emmanuel Le Roy Ladurie (izquierda), Semprún e Yves Montand, en una manifestación contra la tortura en Argentina.
Emmanuel Le Roy Ladurie (izquierda), Semprún e Yves Montand, en una manifestación contra la tortura en Argentina.

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