Un culo de 10 metros y un tren eléctrico compiten por el Turner
Las esculturas de Michael Dean y los “cuadros” que Helen Marten compone con artefactos también aspiran al premio
Una escultura de 10 metros de altura, en cuyo centro dominan unas enormes y lozanas nalgas masculinas, se ha convertido en el inevitable cartel promocional de la nueva edición del premio Turner, consagrado desde hace más de tres décadas a las nuevas propuestas del arte contemporáneo. La autora de esa pieza colosal en dimensiones, Anthea Hamilton, figura entre los cuatro finalistas al prestigioso galardón junto a los eclécticos escultores Michael Dean y Helen Marten, y la fotógrafa Josephine Pryde, cuyas obras se resisten a enmarcarse en los corsés de una determinada disciplina.
Acompañan a la candidatura de Hamilton las esculturas de Michael Dean creadas con materiales de hormigón o metales ondulados para evocar nuestros habituales entornos urbanos, los “cuadros” que Helen Marten compone a partir de toda suerte de artefactos e imágenes fotográficas y el tren eléctrico concebido por Josephine Pryde para que los visitantes de su muestra recorran de una forma diferente (y subidos al mecano) el despliegue de fotografías colgadas de las paredes de una galería.
El ya famoso culo en las islas británicas, protagonista de las cabeceras de la prensa nacional en cuanto fueron anunciados esta semana los nombres de los contendientes al Turner, pertenece a un diseñador gráfico que se prestó a que la artista escaneara en tres dimensiones sus posaderas para reproducirlas escultóricamente a la entrada de un rascacielos de Manhattan. Aquella exhibición neoyorquina, que englobaba otras propuestas de Hamilton bajo un título evocador de la líbido frente a la castidad, tuvo una estupenda recepción al otro lado del Atlántico. El grueso de la crítica bitánica no ha osado ahora discutir ese juicio.
Medios habitualmente conservadores en lo concerniente al devenir del mundo del arte han dado la sorprendente bienvenida en la contienda del Turner tanto a esta artista londinense como a las restantes propuestas del Turner de este año, en las que la pintura ha sido de nuevo excluida, pero también las habituales presencias en las últimas ediciones del vídeo o del filme como soporte clásico que se resiste a desaparecer.
Anthea Hamilton y ese trasero tantas veces reproducido en los diarios se han llevado el grueso de la publicidad, aunque eso no signifique que esté cantada su victoria en una liza entre artistas menores de 50 años que no necesitan ser británicos para competir y cuya ambición está en un premio dotado con 25.000 libras, aunque sobre todo en el renombre que implica para el ganador. La cama deshecha de Tracy Emin, desplegada como una estela de los amantes y vivencias de la artista en una de las finales del Turner en los noventa, no resultó ganadora en su momento, pero procuró a su artífice una plataforma que le han convertido hoy en una de las artistas más cotizadas del Reino Unido.
El desenlace de la contienda se conocerá el próximo diciembre, tres meses después de que la Tate comience a exhibir en su galería del norte del Támesis (Tate Britain) las obras que han sustentado a los finalistas. Sea cual sea el veredicto del jurado nunca podrá resultar tan espectacular como el de la pasada edición, cuando un colectivo de arquitectos y diseñadores (Assemble) volcados en proyectos de regeneración urbana se llevaron el gato al agua. Imposible que este año el Turner iguale tal reto a lo que entendemos por hacer arte.
Babelia
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