Es la fiesta, estúpido
En la segunda jornada del SOS 4.8 Amaral y Triángulo de Amor Bizarro convencieron, The Libertines se despeñaron y Of Montreal divirtieron
Habrá quien diga que el músico no ha de contemplar el entorno, que lo mismo da que actúe ante 100 ó 100.000. Pero clama al cielo el ánimo con el que aún algunas bandas encaran sus conciertos ante multitudes. En el caso de The Libertines, un grupo secuestrado por su propio cliché, habrá que entender que lo de anoche forma parte del lote. Que su forma de sabotear su propio repertorio, arruinando un inicio prometedor, es parte de su condición de tarambanas mediáticos, no importa lo limpio que Pete Doherty prometa comparecer. Que el lamentable e interminable bis que se marcaron, y que tuvo que ser cercenado desde la mesa de sonido porque del escenario no se iban ni con aguarrás, es una travesura indisociable de una banda que juega siempre a desfilar al borde del despeñadero, aunque ya no sean precisamente unos críos.
Pero no hay empatía ya en el depósito ante tales desbarres, por mucho que Can't Stand Me Now o Death On The Stairs (debieron mutarla en Death On The Stage) alentaran un remonte que no terminó de llegar, ahogado entre pausas interminables e interpretaciones que, vestidas de desaliño, solo revelaban desgana. Otras noches (como en el FIB, hace un par de años) tocó arena. Pero anoche, en el SOS 4.8, salió la de cal.
Dieron la nota más discordante en una jornada que se presumía más lucida, y que había amanecido con Kiko Veneno despachando su actuación a los 20 minutos de su inicio, dadas las dificultades para hacerse oír a la luz del sol de mediodía, ante el invasivo sonido que llegaba desde un ensayo en el escenario principal. Cuando el tema andaba en vías de solución, se le acabó la paciencia. De regreso a la noche, el de The Libertines no fue el único anticlímax: es una pena que los estimables Blonde Redhead se enroquen en el lirismo casi evanescente de su reciente Barragán, y no porque ese escozor (con ese sello arty tan de la escuela 4AD) no brinde sugestión, sino porque el susurro en el que se concreta -lejos de sus escorzos noise- es apto para degustar en familia, ante unos pocos centenares de fieles y curiosos, y no ante una gran explanada. Otro discurso sin capacidad anoche de adaptación al medio.
Fueron Amaral, precisamente, la banda que a más público congregó -y convenció- , pese a que su nombre aún genere sarpullidos entre quienes creen estar en condiciones de acreditar (a estas alturas de la película) una suerte de integridad indie en citas que reúnen a 30.000 personas, cada una de su padre y de su madre, y que acaban evocando el pálpito de las antiguas fiestas patronales. Es verdad que durante años las invocaciones a Television o los guiños a The Velvet Underground (que aún mantienen en sus aperturas) no parecían casar con su talante melódico ni con sus hechuras, y eso arqueaba muchas cejas, pero nada se puede objetar al fibroso concierto que expidieron anoche: vigoroso y de escenografía elegante y sobria, repleto de canciones con guion perdurable, leídas sin edulcorantes (más bien al contrario). Era el primer concierto de su gira, y cumplieron de sobra.
También cumplieron algunos nombres que no ejercían mucho reclamo. Como los jovencísimos británicos Kassassin Street, quienes no tendrán nunca la clase de Blonde Redhead, por ejemplo (por no tener, no tienen aún ni álbum) pero funcionan como unos Primal Scream de bolsillo, con dejes -glups- a lo Kasabian y guiños evidentes al legado triposo y lisérgico de Madchester -mejor-, consiguiendo hacer bailar en un set divertido, aunque seguramente los presentes lo olviden en menos de una semana. Ni más ni menos.
Lo mismo cabe decir de Nudozurdo, siempre con esas reconocibles guitarras lacerantes por bandera, o de Second, que satisficieron a su parroquia jugando en casa y echando mano de hits con muy pocas aristas (aunque Rincón exquisito aún brilla con luz propia) pero indudable predicamento entre el público. Of Montreal también solventaron lo suyo con nota, aunque hubiera quien esperase un plus de efusividad en su entregado muestrario de psicodelia electrizante y bailable (esta vez no hubo disfraces ni desparrames escénicos), y Triángulo de Amor Bizarro simplemente noquearon a todo aquel que en algún momento se dejó caer ante el escenario principal sobre las tres de la madrugada. La progresión de su centrifugadora sónica es imparable, también sobre las tablas. Dejaron el festival a punto de caramelo para el balance en positivo, porque además el SOS 4.8 ha mantenido los 30.000 espectadores diarios de las última ediciones, pese a retrasar sus fechas a un fin de semana sin puente festivo.
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