Sergio Vitier, maestro secreto de la música cubana
Guitarrista y compositor único, supo aunar como nadie la tradición española y la africana
Nadie como Sergio Vitier supo hacer confluir la percusión africana y la guitarra española, los tambores batá y la música de tradición hispana, los ritmos populares cubanos y las composiciones clásicas más elevadas. Era un guitarrista y un compositor único en el panorama cubano, pues en él convergían con profundidad asombrosa los dos grandes troncos de su cultura, lo español y lo africano, integrados en su música con una sencillez alcanzable por pocos. Con Sergio Vitier, fallecido el primer día de este mes en La Habana a los 68 años por un accidente cerebrovascular, desaparece uno de los grandes cultivadores de la mejor música cubana.
Vitier no nació en una familia cualquiera, sino en un ambiente donde la poesía y la música eran tan importantes como el pan. Sus padres eran la poetisa Fina García Marruz y el escritor Cintio Vitier, ambos destacados representantes del movimiento origenista que cautivó a la filósofa española María Zambrano. Uno de sus tíos era el famoso poeta Eliseo Diego y otro Felipe Dulzaides, destacado jazzista y director del grupo Los Armónicos, con el que Sergio —hermano del destacado compositor y pianista José María— inició su carrera musical en 1964.
Estudió guitarra con los mejores maestros en Cuba, entre ellos Elías Barreiro e Isaac Nicola, y completó su educación musical con Leo Brouwer, Federico Smith, José Loyola y Roberto Valera, mientras ahondaba en la tradición religiosa y ritual africana. “Trabajé con los mejores tamboreros desde muy joven y esta raíz se incorporó a mi sensibilidad”, solía contar.
En 1968 fundó el grupo Oru, con músicos de la talla de Jesús Pérez, Guillermo Barreto, Merceditas Valdés y Orlando López, Cachaíto, con quienes exploró las esencias y límites de la música negra en su simbiosis con los ritmos populares cubanos y otros géneros, algo que también hizo como compositor de música culta, en la que introdujo células rítmicas de origen yorubá fusionadas con la guitarra española. Vitier era un profundo conocedor de la música popular cubana. Indagó en sus fronteras con discos como Travesía y Del Renacimiento a la rumba, galardonados en la isla, donde obtuvo el Premio Nacional de Música en 2014. “El ritmo no tiene que ver solo con la fiesta y con el baile. Puede ser dramático, tener otra interpretación”, decía, y lo demostró con su obra. También fue fundador del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), que existió entre 1969 y 1977 y se caracterizó por la búsqueda de nuevos sonidos y el rigor técnico y artístico.
Formado por grandes de la composición popular y clásica, desde Leo Brouwer y Harold Gramatges hasta Juan Formell, o cantautores de la Nueva Trova, como Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, y jazzistas como Emiliano Salvador o Chucho Valdés, en este grupo Vitier comenzó su colaboración con el cine cubano. Compuso más de 50 bandas sonoras para filmes, entre ellos Capablanca, de Manuel Herrera, El brigadista, de Octavio Cortázar, Caravana, de Rogelio París, o De cierta manera, de Sara Gómez.
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