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Cuando París fue una fiesta (irrepetible)

Obras maestras que Picasso, Modigliani o Kandinsky crearon en la capital francesa se exhiben en el Guggenheim de Bilbao

Ferran Bono

La primera vez que uno visita Nueva York tiene la sensación de haber estado antes. Es un comentario que se repite entre los viajeros. Nada resulta extraño, todo es familiar. Se ha visto en infinidad de películas, de reportajes, de imágenes... Una sensación similar se experimenta ante algunas de las soberbias obras que se exhiben desde este viernes en el Museo Guggenheim de Bilbao. Por ejemplo, ante el Desnudo que pintó el tuberculoso de origen sefardí Amedeo Modigliani en 1917. Ha sido tantas veces reproducido, junto a otros de la serie entonces censurada por obscena, que la teoría de la reproducibilidad de la obra de arte con la que Walter Benjamin vino a definir el tránsito del arte moderno a la contemporaneidad se quedaría corta. Y sin embargo, la observación del original no deja de impresionar.

También Le moulin de la Galette es una obra canónica y muy conocida, aunque no tan popular como otros cuadros de Pablo Picasso. Lo pintó en 1900, en su primera visita a París, 24 años antes de pintar otro lienzo estupendo, pero muy diferente, Mandolina y guitarra, que refleja el triunfo del cubismo que él mismo alumbró, en compañía de Georges Braque.

Influencias que muy rápidamente asimiló otro genio de la pintura, Marc Chagall. Recién llegado al París de principios de siglo XX, capital mundial del arte, el judío bielorruso plasmó entre 1911 y 1912 ese nuevo mundo que se abría para él y para la historia del arte en su cuadro El soldado bebe, sin olvidarse de sus raíces, como demuestran las figuras oníricas en la base del óleo que remiten a la tradición de su país. Otra obra maestra que forma parte de la colección de la Fundación Guggenheim de Nueva York, al igual que la totémica escultura Adán y Eva, de Constantin Brancusi, magnético ejemplo del aliento africano que inspiraba a los artistas de las vanguardias históricas reunidos en París.

'En torno al círculo', obra de Kandisnky de 194o.
'En torno al círculo', obra de Kandisnky de 194o.

Sobre ellos también planeaba, sobre todo al principio, el magisterio de un creador mucho más cercano, al que se le considera uno de los pioneros de la abstracción, Paul Cézanne. Sus colores impregnan algunas obras de Picasso, de Braque, y también de Henri Matisse, como en el extraordinario, por su belleza y rareza, lienzo Mujer italiana, que pintó en 1916. Lejos de la voluptuosidad con la que la retrató en otras obras, la modelo Laurette se muestra aquí austera, andrógina, con sus manos descompuestas por el impulso cubista.

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En fin, que no está nada mal. Como tampoco lo está la alargada loba que alimenta a Rómulo y Remo creada por Alexander Calder con alambre de acero, muelles y madera. O la rotunda mujer que el checo Frantisek Kupka recostó en su sensual óleo Planos por colores, gran desnudo, de 1909; o las innovadoras composiciones biológicas y abstractas de Kandinski, como Formas caprichosas, de 1937; o la cubista Torre Eiffel roja, de Robert Delaunay, en la que se aprecia incluso las cortinas de la ventana de su casa desde la cual el artista veía el icono de hierro de la modernidad. 

Todas estas obras no se suelen exhibir de manera permanente, a pesar de ser, muchas de ellas, obras maestras que forman parte del canon de la historia del arte del siglo XX, explica la conservadora del museo bilbaíno, Lucía Aguirre. El espacio en forma de espiral diseñado por Frank Lloyd Wright para el Museo Guggenheim de Nueva York es limitado. Y la colección de la Fundación que atesoró Salomon R. Guggenheim -y que se ha nutrido de otras importantes colecciones particulares, de los fondos de su sobrina Peggy, que se exhiben en Venecia, además de intercambios y de adquisiciones actuales- es muy rica, integrada por más de 5.000 piezas.

Rey de reyes, de Brancusi, de 1938.
Rey de reyes, de Brancusi, de 1938.

Una cincuentena de esas obras (y de otras de artistas como Juan Gris, Marcel Duchamp o Fernand Léger se exhibe en Bilbao desde este viernes y hasta el 23 de octubre en la exposición Panoramas de la ciudad. La Escuela de París, 1900-1945, fruto de la renovación del acuerdo de colaboración entre los centros del País Vasco y de EE UU. El denominador común de todas estas piezas escogidas por la joven Lauren Hinkson, comisaria adjunta de las colecciones del museo neoyorquino, es que fueron creadas en París, cuando era el centro del arte en el mundo. "Ahora no hay una capital mundial de arte. Los artistas pueden trabajar gracias a las nuevas tecnologías", comenta la comisaria, rodeada de piezas que recorren el cubismo, el orfismo y el surrealismo creadas por los integrantes de la irrepetible Escuela de París.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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