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“La ausencia de Gabo es un hueco que ya no lleno”

Hoy hace dos años que murió Gabriel García Márquez. Un amigo suyo que fue su lector, Felipe González, habla aquí de esa relación con el autor.

Felipe González, durante la entrevista.Vídeo: BERNARDO PÉREZ
Juan Cruz

¿Cómo fue su encuentro con Gabo? Fue muy suave. Cuando admiras corres el riesgo de que la relación personal no esté a la altura. No fue el caso. La relación humana prolongó la de lector. Y cuando ya éramos amigos me mandaba galeradas; siempre les faltaban algunas páginas. ¡No sé si era un acuerdo que hacía con Carmen Balcells o lo hacía para intrigarme! Diez años antes de su muerte decidí releerlo cronológicamente.

¿Por qué? No lo sé. Salvando las distancias, me pasaba como con la lectura del Quijote. Lo leía con frecuencia por donde lo abriera y de vez en cuando lo releía entero. Y con el Gabo, sobre todo a raíz de La hojarasca, tuve la tentación de releerlo del todo. Él presumía de no releerse. Alguna vez le preguntaba a la Gaba [Mercedes Barcha], cuando tuvo que releer Cien años de soledad: “Pero, ¿de veras escribí esto?” Cuando le conté que lo estaba releyendo, me confesó que estaba haciendo lo mismo.

¿Cómo es usted como lector de García Márquez? Había una conexión de lector que admira. No era una relación acrítica, pero sí rendida. No me gustó lo suficiente El general en su laberinto, porque me parecía que daba más de sí. Me apasionó Crónica de una muerte anunciada. Y me apasiona hasta el límite El amor en los tiempos del cólera. Le decía lo que no me gustaba.

¿Y cómo reaccionaba? Me parece que bien. Un día me dijo: “Seguro que ya has leído eso de tu amigo Vargas Llosa”. Era La fiesta del chivo. Él ironizaba. Y yo le dije: “Sí, y tú también”. “¿Yo?” Sí, le decía, “porque es buena, porque merece la pena, es un thriller fantástico”. La había leído, claro, pero no me dijo qué le había parecido…

Era un político conversando con su autor… Yo era un lector que también era político… La amistad se fue profundizando y se mezclaba con otros ingredientes increíbles. Con los presidentes colombianos, de cualquier color, siempre se mostraba dispuesto a ayudar. Pero su análisis de lo que sucedía lo sobrepasaba la literatura, no era sólo político. Él vivió una tragedia personal con la muerte de Roque Dalton en El Salvador, al que quiso salvarle la vida. Las conversaciones con él eran interminables…; ¡sólo se interrumpían si empezaba Serena Williams a jugar al tenis y lo daban por televisión!

En esas conversaciones él era el preguntón… Absolutamente. Carlos Fuentes era mejor conversador que escritor; Bryce habla como escribe. El Gabo era sublime como escritor y como conversador, era un preguntón… Una vez nos oyó hablar a Fuentes y a mi en público y cuando acabaron un periodista le preguntó qué pensaba. Gabo dijo: “No entiendo nada de lo que han hablado pero me he enterado de todo”.

¿Cómo era su relación con el poder? Era una mezcla rara. Daba la impresión de que le fascinaba la figura del poder. Le interesaba gente que tuviera liderazgo. Conoció a Clinton, le fascinó, con reservas; conocía a Fidel y era bastante acrítico con él: le fascinaba su figura, cómo había sido capaz de mantener un discurso en el que mucha gente creyó durante medio siglo… El sentido crítico en la pareja lo ponía La Gaba, no desgarrado pero sí certero… El Gabo tenía una línea de comunicación con Fidel para temas extraordinariamente delicados. Él intervino con absoluta discreción para sacar a algunos presos políticos.

¿Era un amigo suyo? Absolutamente. Cuando se muere una personalidad como el Gabo, si no tienes una amistad en serio te queda la obra. En mi caso, mi sentimiento es de un hueco que ya no lleno. Incluso cuando estaba decaído o incapacitado lo seguía yendo a ver, aunque hubiera dificultades para comunicarnos. El sólo hecho de que él se reencontrara por un minuto con lo que había de fondo ya a mi me llenaba. Ha muerto un amigo con el que me comunicaba más allá de su obra. Pienso que los amigos no sabes por qué te caen: no se eligen. Lo único que uno elige son los enemigos. Entre el Gabo y yo había una relación que no tenía nada que ver con la literatura, aunque esa fuera la vía de enganche.

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