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Curso presencial de enfermería taurina

El Cid y Joselito Adame desaprovecharon dos buenos toros de Las Ramblas

Antonio Lorca
El diestro Manuel Jesús, 'El Cid', ayer en el quinto toro de la cuarta corrida de la Feria de Abril, en La Maestranza de Sevilla.
El diestro Manuel Jesús, 'El Cid', ayer en el quinto toro de la cuarta corrida de la Feria de Abril, en La Maestranza de Sevilla.PACO PUENTES

A pesar de la fallida ilusión que despertaron El Cid y Adame, toreo hubo poco. La primera parte de la corrida fue un sesudo curso presencial e intensivo de enfermería taurina; para entendernos: una lección en cuatro apartados donde se explica con todo lujo de detalles cuál es el protocolo a seguir en caso de que haya que lidiar un torete manso y descastado, que hace esfuerzos ímprobos por mantenerse en pie, y derrocha una bondad infinita.

Primero, el capote. Ya, de salida, se levanta la tela al paso del toro para que no muerda el polvo. Mientras el picador llega a su jurisdicción, se procura mantener quieto al animal lo que evita que se fatigue. El matador hace una señal supuestamente ininteligible al varilarguero, pero que quiere decir: ‘a este ni lo toques’. Y el señor del castoreño simula un picotacito en la piel y unas gotas de sangre brotan, pero sin fuerza para deslizarse por el lomo.

Las Ramblas/Abellán, El Cid, Adame

Toros de Las Ramblas, muy justos de presentación, blandos, sosos, descastado y nobles los cuatro primeros; bravo, noble y de escasa fiereza el quinto, y noble y con movilidad el sexto.

Miguel Abellán: estocada (silencio); estocada (silencio).

Manuel Jesús El Cid: estocada (silencio); media estocada y un descabello (vuelta al ruedo).

Joselito Adame: pinchazo y estocada (silencio); estocada que hace guardia y un descabello (vuelta al ruedo).

Plaza de la Maestranza. Cuarta corrida de feria. 6 de abril. Media entrada.

Segundo, banderillas. Hay que hacer la suerte con rapidez para que el toro no se agote. Suele ser premiosa porque no es fácil que el animal se mueva.

Y tercera, la muleta. Siempre se cita a media altura, tandas cortas y tiempo suficiente entre una y otra para que el de negro se recupere, pues la lengua la muestra ya a todo lo largo. Faena de compromiso, sin apreturas, muy suelto todo, pero casi siempre larga, a sabiendas de que el triunfo es imposible.

Al toro lo arrastran y a más de un espectador hay que despertarlo del sopor durmiente en el que ha entrado hace más de quince minutos. ¡Pero hay que ver lo que se aprende en una plaza de toros cuando tres toreros hacen de enfermeros ante toretes inválidos y descastados!

Y eso fue lo que ocurrió hasta la muerte del cuarto. Bueno, con algún matiz que conviene destacar. Miguel Abellán dio la impresión de que vino a Sevilla de paseo, muy desganado, y con una tauromaquia insulsa. Estuvo sin estar en él, muy lejos del torero apasionado de otras tardes. Su primero no era una joya, pero iba y venía con tanta nobleza como sosería; humillaba poco (había cabeceado mucho en el caballo), pero repetía las embestidas. Y la faena fue larga en el tiempo, y ayuna de profundidad. No puede haberla cuando se cita al hilo del pitón, casi siempre con el pico de la muleta y se desvía hacia fuera la trayectoria del oponente. Más soso aun fue el cuarto, y el torero no modificó su partitura. Ni hubo toro, ni hubo torero.

En el segundo toro de la tarde ocurrieron tres hechos llamativos; primero, que El Alcalareño, de la cuadrilla de El Cid, sufrió una impresionante voltereta a la salida del primer par de banderillas y, por fortuna, todo quedó en un susto; segundo, Adame dibujó un quite por ceñidas chicuelinas, que cerró con una media de cartel; y tercera, que El Cid dio muchos pases a un soso y noble toro y no dijo ni mú (el torero, claro).

Y llega al quinto, que empujó con brío al caballo y acabó derribándolo con estrépito, y volvió a las andadas en el segundo envite. No lució en banderillas, pero sí en el tercio final, con gran movilidad y nobleza. Era uno de esos toros artistas con los que los toreros sueñan hacer la faena del siglo. Pero El Cid lo hizo todo despegado, acelerado y sin hondura. Hilvanó las tandas porque el animal era de carril, pero abusó del pico y el cuadro resultante careció de impronta y esencia.

El otro bombón le tocó a Adame en sexto lugar (el tercero era un inválido de andares muy cansinos), y el torero mexicano lo recibió de muleta con estatuarios y un lucido pase del desprecio. Pronto sonó la música, y los muletazos surgieron largos y desmayados; es decir, con escaso mando del matador. No hubo clímax ni grandeza; toreo bonito, sí, en algunas fases, pero ya está. Y al final, una estocada entera que, ¡ay!, asomaba por los costillares. Y una vuelta al ruedo tan excesiva como la que dio El Cid.

Muy bien Fernando Sánchez y Jarocho con las banderillas. Protagonizaron un instante de emoción. Uno de los muy pocos de la tarde.

La corrida de mañana. Jueves, 7 de abril. Quinta corrida de feria.Toros de El Pilar-Moisés Fraile. Sebastián Castella. López Simón (mano a mano).

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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