Una musa para dos artistas: el tiempo
La fotógrafa Catherine Opie y el pintor Philip Taaffe conversan sobre el papel del arte en la sociedad
Hay un trozo de Estados Unidos en pleno centro de Madrid. No es una metáfora, es un hecho, entre el paseo de la Castellana y la calle de Serrano se encuentra la Embajada y la casa del embajador estadounidense, James Costos. En el jardín, una fuente de Cristina Iglesias, artífice de las puertas de la ampliación del Museo del Prado, da entrada a una pinacoteca, la colección que Costos alberga en su casa. Unas 80 obras de artistas como Chuck Close, Antoni Tàpies, Andy Warhol, Glenn Ligon, Catherine Opie y Philip Taaffe, entre otros. Los dos últimos, fotógrafa y pintor, pasaron por Madrid en marzo. Dar a conocer y difundir artistas estadounidenses es uno de los objetivos del proyecto Arte en Embajadas que se creó hace más de medio siglo durante la Administración de Kennedy y que hoy se extiende por 200 delegaciones de todo el mundo.
La colección se irá abriendo a pequeños grupos que la quieran conocer. La huella del embajador y su pareja queda reflejada en las obras seleccionadas para este espacio que es su hogar desde 2013 y al que incorporaron piezas de su colección, de artistas españoles y de amigos, como Catherine Opie (Sandusky, Ohio, 1961). La fotógrafa, conocida por su labor de visibilización de la comunidad LGTB, señala las pinceladas rojas del lienzo de John Singer Sargent, Dwarf with a Mastiff, Copy after Velázquez, colgado muy cerca de su serie de fotografías en la segunda planta de la casa. Comenta con Taaffe (Elizabeth, Nueva Jersey, 1955) lo que significa el Museo del Prado para ellos, coinciden en una figura: Goya. El pintor destaca la luminosidad de los cartones para tapices: “Me encanta el color. Las emociones que expresan de una manera tan sencilla, la celebración de la vida…”. Opie, sin embargo, se queda con las pinturas negras del pintor aragonés y con todas las referencias mitológicas que se pueden encontrar en este museo.
La relación entre la obra de Taaffe y el arte español es evidente, repite ornamentos usados en el arte islámico, obras que parecen celosías. Él enumera entre sus influencias la pintura medieval catalana, la Alhambra o el Real Alcázar de Sevilla. De su compañera indica que algunos de sus trabajos le recuerdan a Ribera.
Opie, ante la pregunta de si prefieren hablar de su obra o hacerla, no piensa ni un segundo y exclama: “¡Crear!”. Sabe que explicarla también es importante, es profesora en la Universidad de California, Los Ángeles, y parte de su trabajo es que sus alumnos construyan su propio discurso. “Hacer que su idea cautive y penetre”. Aunque cuando le toca hacerlo a ella le resulta difícil: “Tengo una relación extraña y compleja con el tiempo. Cuando se habla de una obra expuesta, pueden haber pasado años desde que la creé y ya estoy pensando en un proyecto futuro”. Taaffe explica que su cerebro está totalmente dividido para estas dos tareas: “Tengo dos partes: la creativa y la del lenguaje. Cuando estoy en el estudio, el trabajo es completamente privado, es una especie de ritual. La soledad es fundamental, si no, la obra no sería singular. No puedo pensar en cómo la voy a explicar. Cuando acabo echo un paso atrás y la pongo en palabras. Es importante describir lo que hago, pero no puedo hacerlo durante el proceso”.
En la manera de crear los dos artistas tienen puntos en común. Opie los encuentra en esa soledad a la que se refiere Taaffe. Su trabajo es más social, pone el foco en manifestaciones, en la gente; pero cuando quiere captar paisajes necesita la soledad de la que hablaba el pintor. Se toma mucho tiempo —horas— para observar la luz, analiza cómo cambia lentamente, “es casi un proceso místico”, apunta. Philip añade la idea de “espera, de duración, de dar importancia al momento”. Coinciden en que en el mundo actual todo tiene que ser rápido y la sociedad debería frenar un poco, dejar hueco al pensamiento, a la observación, a la recapacitación. “No tomar decisiones inmediatas”.
Taaffe cree en la responsabilidad social del arte, confía en que puede liberar mentalidades, transformarlas, mejorar la vida. Actúa de manera personal, no como los medios de comunicación que dan el mismo mensaje encapsulado para todos. El cambio que produce es individual y se puede extender en el tiempo, no es urgente. La música, la poesía va directamente al individuo. Música y poesía presentes en el ritmo, en la sinfonía y en la repetición de motivos de sus obras. Opie no tiene una visión tan optimista: “Apuntas maneras, creas diálogos, pero hace 20 años era más reivindicativa. Hay artistas que me dicen que mi obra les inspiró, que les cambié la vida”. A Taaffe le gustan ciudades como Madrid, donde encuentra belleza en las calles, en las plazas. No le gusta la arquitectura contemporánea, la tacha de demasiado funcional. Su proyecto para la Zona Cero de Nueva York, ciudad en la que vive, era volver a los orígenes, dejar un terreno dedicado a la agricultura. Opie cuenta cómo un alumno suyo intentó tomar las calles de Los Ángeles. Realizó un proyecto en el que construyó unos coloridos asientos de barro, hechos a mano, que distribuyó por toda la urbe, el Ayuntamiento tardó poco más de un mes en retirarlos.
La fusión cultural es una de las características del programa Arte en Embajadas y estos dos artistas lo aprovechan. Al terminar la charla tienen prevista una visita al Museo Sorolla, cercano a la Embajada. A Opie le atrae la idea de ver el estudio del pintor, cuenta que vio el de Munch, pequeño y abigarrado, y que esos espacios hablan de los creadores… El pintor Joaquín Sorolla fue un embajador español en Estados Unidos con sus pinturas para la Hispanic Society y con los retratos a personajes de la alta sociedad del país, incluido su presidente William Howard Taft. El retrato del presidente actual, Barack Obama, realizado por Chuck Close, está presente en la conversación. Un Obama que justo ese día se encontraba de viaje oficial a Cuba. “Un hecho histórico”, manifiesta Opie. “Hace 10 años no lo hubiera imaginado”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.