El refugio ‘blanco’ del manco de Lepanto
En Argel, donde no existe la línea recta y las calles suben y bajan a su antojo, permanece uno de los lugares que acogió a Cervantes
Hoy, en el día de hoy, Argel de está de moda. Cuatrocientos años después de la muerte de Cervantes reivindicamos el papel de esta ciudad, una de las más cosmopolitas en el siglo XVI, en la formación del hombre y del escritor. Hemos oído decir que sin el cautiverio argelino la obra de Cervantes no habría existido tal y como la conocemos. Por supuesto que no. Sin Argel Cervantes no habría tenido la experiencia de la cautividad, el contacto con presos importantes, con otras lenguas, con otros modos de vida, la necesidad de la libertad, en fin, sin Argel, Cervantes no habría sido Cervantes.
Podemos preguntarnos qué queda de aquella ciudad de Argel que tanto influyó en la vida y en la obra de Cervantes, podemos incluso recorrer algunas de las calles y visitar algunos de los lugares en los que, casi con toda certeza, estuvo el autor del Quijote, pero no vamos a encontrarnos con grupos de turistas, no veremos placas ni leeremos inscripciones: la Argel de hoy es una ciudad ajena al turismo, sin apenas visitantes extranjeros y con un cierto orgullo por esa condición. Pero volvamos a la pregunta ¿Qué queda de la Argel de Cervantes? La respuesta la encontramos en la Ruta Cervantes que desde 2013 recorre, en el mes de abril, calles, edificios y escenarios cervantinos.
La Ruta Cervantes nació en el Instituto Cervantes de Argel con la intención de ofrecer a los alumnos del centro una visión distinta de un espacio que ellos conocían a la perfección y sobre todo nació pensando que sería una actividad para ese mes de abril y para nuestros estudiantes. Nada más lejos de la realidad: la Ruta Cervantes es hoy uno de nuestros clásicos.
Sin duda, el lugar más conocido de toda la Ruta es la Cueva de Cervantes. Sobre el Jardin D’Essay y muy cerca de la actual Biblioteca Nacional argelina y del Museo de Bellas Artes, está la cueva que fue su refugio en el segundo intento de fuga. Hoy la gruta de Cervantes, popularmente la Grotte de Cervantes, aunque es bien conocida pasa desapercibida para quien no presta atención al paisaje urbano. A pie de calle, entre edificios de viviendas y mirando al mar, la Grotte es parte del barrio de Belcourt.
Un corto tramo de escaleras da acceso a una pequeña explanada en la que encontramos una columna sobre la que hubo en algún momento un busto de Cervantes. Unos metros más allá, una nueva escalera da acceso a la gruta, una cueva de unos 9 metros de profundidad y poca altura, que ofrece al curioso la posibilidad de ver el lugar en el que quizá Cervantes imaginó a Don Quijote o el escenario de la desesperación de trece cautivos que acabaron siendo delatados.
De la cueva, alrededor del mes de septiembre de 1577, Cervantes y sus compañeros fueron apresados y llevados de vuelta a la ciudad de Argel, a la Casba donde permanecieron encerrados en los baños del rey cinco largos meses. Es en la antigua El Djazaïr, en la Casba, recorrida por la cámara de Pontecorvo en su Batalla de Argel, donde encontramos otros lugares que visitar.
Bien poco se conserva de las murallas de la ciudadela, en parte se han utilizado para la construcción de algunas casas, y apenas quedan restos de las seis puertas que en el siglo XVI eran frontera para los cautivos y protección para la ciudad. No hay rastro del Badistán, el mercado en el que los cautivos eran seleccionados y vendidos a su llegada a Argel, ni del antiguo puerto. Sí se conserva y puede visitarse el Bastión 23, un pequeño palacete que mira al mar y que nos ofrece una de las vistas más espectaculares –con el permiso de los habitantes de la Casba- de la bahía de Argel y del Peñón de los españoles. Visitamos también los restos de la Puerta del Río, Bab El Ouad, muy cerca de la mezquita Ketchaoua, y de la casa de Arnaute Mamí conocida como Dar el Hamra o Dar Arnout Mami, hoy Centro de Investigación Arqueológica cerrado al público aunque no a nuestro público.
Seguimos nuestro viaje por la Argel cervantina acercándonos a uno de los mayores baños de Argel construido en el siglo XVI y actualmente en uso, es el Hamam Sidna; entramos en el palacio de Mustafá Pachá, Dar Mustafá Pachá, Museo de la Miniatura y Caligrafía, quizá el edificio otomano más sorprendente de Argel. Aquí terminamos nuestra Ruta pero podríamos continuar hasta completar más de diez palacios, otras tantas mezquitas además de varios mausoleos, todos en el espacio que va desde el mar a la fortaleza que da nombre a la antigua ciudad.
Vale la pena seguir el viaje en la Casba de hoy. Junto a todos estos grandes o pequeños monumentos hay otra Casba que ha sobrevivido a terremotos, inundaciones, invasiones, olvidos y abandonos. Entrar en ella es entrar en otro mundo. Dicen sus vecinos que las casas de la Casba se construyeron tal cual son con la intención de salvaguardar la intimidad del hogar y proteger a sus habitantes de las miradas del otro y también con el deseo de que fueran realmente un hogar, el lugar en el que querer vivir. No hay apenas ventanas y si las hay son diminutas y situadas en alto; las puertas de acceso son pequeñas, en ocasiones muy pequeñas, de madera, y casi siempre están cerradas. No son construcciones altas y en su interior hay patios, pozos, fuentes y terrazas en las que las mujeres tienden al sol y se cuentan sus historias. Las pocas puertas que están abiertas son talleres de artesanos o pequeñas tiendas tan llenas de cachivaches que cuesta saber qué venden. No existe la línea recta, las calles suben y bajan sin orden, no hay un plan: hay calles casi anchas, otras muy estrechas, con escaleras, una pequeñísima plaza aquí y una fuente allá.
En la Casba siempre hay alguien dispuesto a dedicarle un tiempo al visitante mientras inventa historias como aquella que nos contó una vez un anciano que decía recordar los tiempos en los que tomaba té con M. Cervantes, el del taller de al lado, pero de eso –decía– hace ya mucho tiempo.
Raquel R. Guillemas es la directora del Instituto Cervantes en Argel.
Babelia
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