Peter Maxwell Davies, músico heterodoxo
Compositor en la estela de Britten, dirigió a varias de las mejores orquestas del mundo
Solo Gran Bretaña ha podido acoger una carrera artística tan variada, e incongruente, fuera de las islas, como la de sir Peter Maxwell Davies (Salford, noroeste de Inglaterra, 1934). Davies (Peter Maxwell es un doble nombre) ha formado parte de la generación a la que le correspondió la labor de continuar y superar a la de Britten y lidiar con la vanguardia continental, todo ello sin deja de mirar por el rabillo del ojo el pop triunfante.
El resultado de todo ello fue un caleidoscopio explosivo en el que se dio la mano el serialismo, casi obligado en esos años, con el eclecticismo casi anarquista, el culto a los estilos y formas más diversas de la tradición clásica y, por qué no, la inclusión de sonidos de rock. A inicios de los años setenta tuvo como compañeros a los nombres más solventes de su generación: Harrison Birtwistle, Alexander Goehr, Elgar Howarth y John Ogdon, pronto conocidos como el grupo de Nueva Música de Manchester. Con algunos de ellos compartió su pasión por el teatro musical y la ópera de la que pronto quedó prendado (en unos años nada fáciles para esa aventura), así como el teatro musical casi de revuelta, como su conocida obra Ocho canciones para un rey loco (1969), una alucinada pieza parateatral que contaba en clave dislocada los últimos días del rey Jorge III, escrita para el entonces celebérrimo actor-cantante Roy Hart.
En sus obras musicales se podían dar la mano las sesudas combinaciones de los cuadrados mágicos (otro fetiche del periodo serial) con usos expresionistas, sonoridades de rock (como en la ópera Resurrección, 1963-1987), las músicas ligeras, la composición para el cine (compuso para Ken Russell las bandas de The Devils y El novio, ambas estrenadas en 1971), el trabajo para niños, y sobre todo algunas óperas muy notables, siendo la más famosa de las suyas El faro (1980) o Taverner, de 1972. No abandonó por ello el trabajo “clásico”, con un elevado número de obras, que se acerca a 300. Su inquietud también le llevó a la dirección orquestal (estuvo en el estrado de la BBC Philharmonic, la Orquesta de Cleveland, la Sinfónica de Boston, la Gewandhaus de Leipzig y la Philharmonia londinense). Ya entrado el nuevo siglo fue nombrado Maestro de Música de la Reina. Un alambicado recorrido para alguien que empezó casi como un alborotador y concluyó su carrera con el título de sir, monárquico convencido y cargado de condecoraciones.
Y aún tuvo tiempo para declararse ecologista, homosexual y, finalmente, convertirse en un habitante de las islas Orcadas, en Escocia, a las que se retiró hace cuatro décadas. En ellas fundó un festival musical y en ellas murió el pasado día 14 a los 81 años. Una carrera y una vida, en suma, solo posible en la orgullosa, independiente y tolerante Gran Bretaña.
Babelia
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