Rafaelillo y Paco Ureña cortan orejas entre gritos de “¡libertad, libertad!”
Manuel Escribano cumplió ante un encierro sin entrega de la ganadería de Adolfo Martín
Adolfo Martín / Rafaelillo, Escribano, Ureña
Toros de Adolfo Martín, bien presentados, con las fuerzas justas y sin entrega en el último tercio.
Rafaelillo: pinchazo y estocada (silencio); estocada trasera y desprendida —aviso—(oreja).
Manuel Escribano: pinchazo, casi entera baja, trasera y tendida, otro pinchazo —aviso— y descabello (silencio); media estocada (saludos).
Paco Ureña: entera trasera, algo desprendida y perdiendo la muleta (oreja); dos pinchazos, casi media —aviso— y dos descabellos (silencio).
Plaza de Valencia. 13 de marzo. Tercera de abono. Casi lleno.
Tras la masiva manifestación que recorrió el centro de la ciudad —40.000 personas según la organización—, salió el toro. Pero antes de eso, al romper las cuadrillas el paseíllo, los tres matadores salieron a saludar por aclamación. Al mismo tiempo, toda la plaza, como una coral bien ensayada, gritó "¡libertad, libertad!" Y, después, ya salió el toro.
De los seis de Adolfo Martín, cuatro llevaban el mismo nombre: Aviador, pero no fueron toros de altos vuelos. Como el resto de la corrida. Ninguno de los seis tuvo entrega, como tampoco plantearon problemas sin solución. Fueron listos y mirones algunos, como el segundo de Rafaelillo. No fue, en fin, ni una película de terror ni tampoco de amor. Mucha fachada, pero poco más. La habilidad y experiencia de los tres espadas hizo que la corrida no pareciera, en apariencia, tan complicada.
El primero, despatarrado de pitones y cornipaso, fue recibido con palmas. Pero había más fachada que otra cosa. Mucho envoltorio, pero poco contenido. Rafaelillo le dio dos largas cambiadas de rodillas, y apenas hubo algo más. Del caballo salió el toro con la bandera blanca de rendición. Claudicó a las primeras de cambio y se acabó lo que se daba. Flojo, perdiendo las patas delanteras, el de Adolfo Martin no resistió el envite con la muleta. Faena de pruebas, pero probaturas estériles. Las palmas del principio se tornaron protestas, y Rafaelillo optó por finiquitar la primera historia de la tarde.
La lidia del cuarto fue una lucha entre dos listos: listo el toro, listo el torero. Digamos que ambos se buscaron los puntos flacos. Rafaelillo quiso lucir al toro en varas y en las dos entradas lo dejó de largo. Se arrancó el toro en la segunda y recibió un castigo medido. Tampoco parecía toro para muchas alegrías, pero al final aguantó bien en la muleta. La faena fue, sobre todo, un cara a cara sin trampa. Habilidoso, acostumbrado a este tipo de batallas, Rafaelillo solventó la papeleta con oficio. Y sacó beneficio. Con el toro muy tobillero, el murciano siempre ganó la partida. De uno en uno los pases porque no cabía otra, para enderezar la estética en los naturales casi de final de faena. Sacó algunos muy limpios y lentos, al ritmo cansino que marcaba el toro. Y tuvo tiempo para los alardes de galería: desplantes de pie y de rodillas, se agarró a un pitón y despreció los trastos en señal de vencedor del envite. No importó las dos veces que Rafaeillo perdió la muleta, la batalla estaba ganada y bien ganada. Al terminar la vuelta al ruedo con el trofeo conquistado, de nuevo sonaron gritos de "¡libertad, libertad!".
El segundo fue toro largo y bien armado, con una guadaña por pitón izquierdo. Pero también solo fachada. Pasó por el caballo por puro trámite, ya con las fuerzas muy justas. Escribano lo había lanceado con limpieza de salida, y en banderillas puso cuatro pares con facilidad, aunque el tercero, al quiebro y de cite sentado en el estribo, le salió fallido. Fue el de Adolfo Martín un toro bonachón, dócil. También transmitió poca emoción. Escribano se encontró siempre cómodo, aguantó un parón del toro al principio, y ya no volvió a pasar por ningún apuro. Fue una labor pulcra ante un toro que perdió gas a la carrera y acabó al paso, sin ganas de embestir.
Escribano se fue a portagayola para recibir al quinto. Muy de largo lo esperó, pero el trance se cumplió con mucha limpieza. De igual guisa, pero en el tercio, recetó una segunda larga. Luego lo lanceó bien, con buen compás, para rematar con media. Cuatro pares más en este toro, el cuarto a modo de rectificar un tercero al violín que cayó muy bajo. Todo por el sendero de la facilidad y la pulcritud. El toro no rompió en la muleta, al paso, con poca emoción, aunque en este tipo de toro siempre subyace el peligro. Pero no tuvo mayores problemas reales que quedarse en alguna ocasión muy corto. Escribano lo entendió y no pasó ningún apuro. La faena fue más de intentos que de logros, aunque con la izquierda robara algún natural que incluso le salió largo. Al toro le molestaba la muleta muy cerca, por lo que Escribano reparó pasos para no sufrir el acoso del astado.
Un valiente Paco Ureña en el tercero. Otro toro que pasó de puntillas por el primer tercio y acusó tener las fuerzas justas. Ureña lo vio claro desde el principio, cuando se echó la muleta a la izquierda, citando de frente. Por ese pitón fue la primera parte de una faena que tuvo pausa y, a veces, su ritmo. Muy ajustados los naturales, aunque a partir de la segunda tanda no todos salieron limpios. Con el toro a medio recorrido, Ureña pasó a la derecha, y ya el toro acortó aún más el viaje. En uno de esos, se le quedó a Ureña bajo la muleta, derrotó y le volteó de mala manera. Con la presa bajo sus pitones, el toro buscó el cuerpo del torero y lo zarandeó. El susto fue grande, pero el milagro, una vez más, se produjo. Continuó Ureña valiente, con aparente serenidad, con la plaza ganada y sensibilizada por la tremenda voltereta. Aunque la estocada cayó defectuosa, Ureña se llevó un premio justo.
El toro que cerró la corrida tampoco estuvo por la labor. Muy corto de embestida, desganado a la hora de tomar la muleta, fue toro de pocas luces. La faena fue un forcejeo de Ureña, de medios pases porque no cabía otra. Por la izquierda robó algún natural, pero la cara de esta labor fue estar dispuesto y valiente. No había otra.
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