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Eduardo Arroyo: “De este país de máscaras me da miedo todo”

A un año de cumplir los 80, Arroyo publica 'Bambalinas'

Eduardo Arroyo disfrazado de Guillermo Tell.
Eduardo Arroyo disfrazado de Guillermo Tell.Benito Martín
Juan Cruz

Eduardo Arroyo es escritor, además de pintor. Ahora, a un año de cumplir los 80, publica Bambalinas (Galaxia Gutenberg), una autobiografía enmascarada, pues trata de su vida en relación con las máscaras que ha adoptado. La máscara oculta el miedo. Y a él, de su país, ahora le da miedo todo. Aquí lo explica.

Pregunta. ¿Qué pasa cuando nos quitamos la máscara?

Respuesta. Es cuando verdaderamente atemorizamos. Nos quitamos la máscara y aullamos. Es lo que protegía la libertad en Carnaval para poder hacer cosas extraordinarias, sobre todo de índole amorosa. En un baile de máscaras se le acerca una mujer enmascarada a Balzac y le pone en la mano una bolsa con monedas, se las regala. Es bellísimo. Ella no se atrevía a darle el dinero, esperó a Carnaval y se enmascaró. Con la banalización de hoy en día todo el mundo está enmascarado.

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P. ¿Es hipocresía o miedo?

R. Aquí se enmascara todo el mundo: los manifestantes, algo que yo nunca había visto; en el Mayo francés se enmascaraban los policías. Ahora no se puede mostrar a un niño o a la policía en los periódicos, les tienen que pixelar la cara. El enmascaramiento es perpetuo. Antes sólo era para Carnaval pero ahora todo el mundo está enmascarado, tienen miedo en realidad.

P. ¿Qué le da miedo de aquí?

R. De este país de máscaras me da miedo todo. Veo con placer y sorpresa cómo una frase de Marx que utilicé por primera vez en 1963 (decía que yo era mitad drama y mitad farsa, como decía él), ahora se ha quedado nada más que en farsa. El drama se ha ido pero es todo una farsa. La gente vive en una perpetua farsa. Las máscaras son de todo tipo. Me han sorprendido mucho los insultos de jóvenes a mi generación, me parecen lamentables. Sobre todo porque nuestra generación no tuvo la oportunidad de enseñar las tetas en una Iglesia: eso comportaba tres años en Carabanchel. Ahora es fácil hacerlo y decir luego que era una broma. O las bestialidades que dijo el concejal de Madrid, enmascarado a través de las redes sociales, sobre Irene Villa o los judíos. Eso es máscara también.

P. ¿Qué no es máscara hoy?

Me sorprenden mucho los insultos de jóvenes a mi generación

R. La gente que todavía escribe, dice, habla y proclama dentro de sus posibilidades lo que no funciona en esta sociedad. Esta sociedad se ha convertido en una máscara porque es una sociedad de cobardes.

P. ¿Ha conocido a algún ser auténtico, sin máscara?

R. ¡Afortunadamente a muchos! Espero conocer muchos más. Semprún sin duda fue un hombre sin máscara. Y Thomas Bernhard, cuando escribe las bestialidades sobre Austria.

P. Semprún decía en 1965 que España es “un torbellino de mitos”.

R. También hablaba de la patria; creo que él ha sido uno de los más grandes patriotas que yo he conocido. Yo también me considero patriota.

P. ¿Qué es ser patriota hoy?

R. No avergonzarse del país donde has nacido. En una de mis primeras exposiciones en París, Semprún escribió que mi patria era la pintura. También tiene razón, mi patria es la pintura, para él su patria era la literatura, el riesgo intelectual.

P. ¿Cree que se ha producido una elevación del enmascaramiento en este país?

R. Cada vez más. En un cierto sentido la máscara es la exaltación del cinismo, sobre todo en estos momentos de exagerada corrupción, porque además el que se enmascara tiene algo de naif y piensa que no le van a descubrir. Una de las cosas más tontas que yo he visto en mi vida es un folleto que publica la Residencia de Estudiantes donde ves a Lorca, a Buñuel y a Dalí vestidos de curas; a estas alturas me parece una estupidez mayúscula. O a Buñuel vestido de obispo, lamentable. Como me han parecido lamentables los horrores de las milicias en la guerra quemando iglesias. Espero que la gente crea que no soy sospechoso de defensa de la religión...

P. ¿No eran máscaras también de esos tres?

R. No olvidemos que la máscara es impunidad, está claro, la máscara no tiene la posibilidad de ser sometida a la máquina de la verdad.

P. ¿La máscara tiene algo positivo?

[Ser patriota es] no avergonzarse del país donde has nacido

R. Es extraordinariamente creativa, por eso la quiero y me divierte mucho. Lo que más me gusta y me divierte, y que no practico porque es pesado y complicado, son los bailes de disfraces; me divierten mucho porque son inocentes. Para una exposición me travestí una vez de Robinson Crusoe, pero últimamente me ha divertido mucho vestirme de Robin Hood y de Guillermo Tell para el fotógrafo Benito Martín. Para mí es Guiller-motel y Guillermo-hotel…

P. A la gente le sorprenderá que se indigne por esas apariciones de Buñuel, Lorca y Dalí...

R. No. Lo que me da la lata es cuando la Residencia los reivindica; me parece una estupidez que vayan a reírse sobre la tumba, igual que hacer porquerías delante de la tumba del obispo. Todo el mundo está encantado con eso y a mí me resulta insoportable.

P. Usted dice que entre un mendigo y usted el mendigo es usted… Otro disfraz.

R. Creo que somos mendigos disfrazados. La sociedad piensa que los artistas somos unos mendigos, lo piensa el Ministerio de Cultura, lo han pensado Zapatero y Rajoy: que no somos ciudadanos y algunos somos moscas cojoneras. Mendigos.

P. Un novelista francés le asigna un papel con el que usted está feliz: portera.

R. Pues no iba descaminado. Conchita, madame Arroyo. Me parece fantástico. En cierto sentido, en nuestra vanidad inconmensurable quizá lo que queremos es ser reconocidos por nuestra portera. Creo que no aspiramos a más. Esto igual suena hortera pero también me gusta mucho ir a restaurantes donde me dicen don Eduardo porque tengo la impresión de que si me dicen don Eduardo no me van a envenenar.

P. Volvamos a los mitos de España según Semprún. ¿Cuál sería ahora el más pegajoso?

R. El miedo. La novela El largo viaje sólo habla de miedo mientras esperan pasar la frontera. Me parece lamentable que esta gente tan progresista y tan deliciosamente impune no acepte y ni siquiera tenga la mirada simpática para la gente que ha pasado miedo de verdad y ha hecho pasar miedo a sus prójimos; para mí ese desdén es imperdonable.

P. Dice en el libro que de lo que vivimos hoy es del travestismo.

R. El travestismo garantiza o cree que garantiza la impunidad, y la gente comete desmanes con estas máscaras. Todo el mundo se enmascara para atracarte, son atracadores de cuello blanco. Esa es la historia.

P. ¿Cómo sería la sociedad si nos arrancáramos la máscara?

R. ¡Hombre, sería más inocente, más naif! Quizá más indulgente, más tolerante, menos violenta. Lo que éramos antes, un poco naif, gente que ha viajado poco, inocentes.

P. ¿Ahora somos culpables?

R. Ahora somos avezados, calculadores, sabemos más cosas, no nos sorprendemos de nada.

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