Cómplices
No están eximidos de culpa los que cierran los ojos y los oídos ante la evidente abyección y siguen apoyando al imperio generalizado del hampa
Es más que probable que lo que juzgamos como un alarde dadaista o un chiste siniestro de un individuo de apariencia y retórica con capacidad para provocar grima en cualquier persona normal (aunque habría que replantearse el significado de normalidad) no obedezca a una boutade grotesca, sino que Donald Trump posea absoluta certidumbre sobre lo que manifiesta. O sea, que aunque pillara un fusil y se dedicara a cargarse a los viandantes que le apeteciera, porque sí, porque le sale de los genitales, sus votantes le seguirían. No aclara el color de piel de las víctimas de su capricho o de su instinto homicida, pero sospechamos que todos ellos serían negratas, sudacas y amarillos. Bueno, y algunos blancos con pinta no ya de subversivos, sino de demócratas o liberales.
Lo más terrible es la sospecha de que efectivamente sus infinitos votantes pensarían que la matanza era merecida, ofreciendo su amor incondicional y su voto al hombre obcecado en algo tan noble como salvar a la patria del desastre que ha montado el negro hawaiano, ese bastardo empeñado en cerrar Guantánamo, dotar de sanidad gratis a los más tirados, dar papeles a los inmigrantes y barbaries de todo tipo contra la sagrada ley de Dios.
Y esos millones de personas que añoran el esplendor de la Confederación y las hazañas sangrientas del Klan son responsables de lo que podría ocurrir si su ídolo se convierte en el rey del mundo, con autoridad para apretar botones rojos si se mosquea o las copas le han sentado mal.
El noventa y tantos por ciento de los alemanes que votaron a Hitler en unas elecciones libres tampoco están eximidos de culpa en la monstruosidad que vino después. O los que cierran los ojos y los oídos ante la evidente abyección y siguen apoyando al imperio generalizado del hampa. A lo mejor, van a ese infierno del que da fe su religión y al que tanto temen.
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