Claude Parent, padre de la arquitectura oblicua
“Le horrorizaba lo bonito, dijo de él su discipulo Jean Nouvel
Su misión consistió en poner las casas patas arriba y los edificios del revés. La residencia Drusch, que construyó en Versalles en 1963, está compuesta por distintos volúmenes cúbicos de hormigón, uno de ellos enfocado verticalmente hacia el cielo. La iglesia de Sainte-Bernadette, erigida en la ciudad francesa de Nevers, tampoco responde a las leyes de la simetría: sus cimientos están colocados sobre ejes sutilmente contrapuestos, que provocan un ligero desconcierto en el visitante, cuando no un vértigo inexplicable. Claude Parent se tomaría la crítica como un cumplido, puesto que dedicó toda su vida a encontrar una nueva forma de organizar el espacio, destinada a perturbar y desestabilizar al hombre moderno.
El arquitecto francés, padre de la llamada “función oblicua”, falleció el domingo en su casa de Neuilly-sur-Seine, un día después de su 93º cumpleaños. Nacido en este privilegiado suburbio adosado a París, Parent estudió matemáticas y fue formado por Joël Lemaresquier y por el mismo Le Corbusier en su atelier de la capital francesa. La carrera de Parent se vería impulsada gracias a su colaboración con dos personalidades: el arquitecto y escultor André Bloc, que le encargó construir una casa de veraneo en la Costa Azul, y el artista Yves Klein, con quien imaginó un surtidor de agua y fuego para el Palacio de Chaillot en París.
Su encuentro con el filósofo y urbanista Paul Virilio dio lugar a una profunda reflexión sobre la oblicuidad, en plena emergencia del utopismo durante los años sesenta. Juntos formarían a toda una generación de arquitectos franceses. “A Parent le horrorizaba lo bonito. No le daba miedo dar miedo”, expresó Jean Nouvel, uno de sus discípulos, hace unos años. Su lenguaje arquitectónico, repleto de rampas y pendientes, es todo un canto a la anomalía, inspirado por una visita al Guggenheim neoyorquino de Frank Lloyd Wright y su cuesta en espiral.
Parent militó contra la dictadura de lo neoclásico, tan extendida en el territorio francés. “¡El criminal es Haussman!”, dijo en una entrevista al semanario Télérama en 2010, respecto al barón que emprendió la renovación urbanística de París bajo Napoleón III, llenando las calles de la ciudad de edificios con idénticas fachadas en tonos beige. “Hay que hallar una manera de empujar a las personas. Si se los coloca sobre una pendiente, se sentirán desestabilizados, se tocarán y empezarán a pensar de forma distinta en sus cuerpos y sus relaciones”, explicó.
En plena contestación contra el plan nuclear impulsado por Pompidou para reforzar la independencia energética del país, Parent aceptó construir distintas centrales, como las de Cattenom y Chooz. “Perdí muchos amigos por pactar de aquella manera con el diablo”, reconoció después. Nunca lo lamentó: “Tenía poder, medios ilimitados y la posibilidad de mover montañas. Pude demostrar que un arquitecto no es solo un decorador que escoge colores bonitos”. Este apasionado por los deportivos de lujo y los trajes bien cortados construyó también colegios e institutos, apartamentos y oficinas, equipamientos culturales y administrativos, además del teatro Silvia Monfort y la Casa de Irán en la Ciudad Universitaria de París, que dan fe de su reconversión gradual a la línea recta.
Pese a ese utopismo que muchos despreciaron por irrealista, Parent nunca fue del todo incomprendido. En 1979 fue recompensado con el premio Nacional de Arquitectura, y en 2005 fue escogido miembro de la Academia de Bellas Artes. En la última década, ese reconocimiento incluso se había amplificado. Un supermercado Carrefour en Sens, que Parent construyó en la Borgoña, se convirtió en el primer centro comercial clasificado como monumento histórico en 2011. Otro hipermercado edificado en Ris-Orangis aspira a obtener ahora el mismo reconocimiento.
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