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Un nuevo y ruidoso torbellino

Críticas de los nuevos lanzamientos de Savages, Ty Segall y Pusha T

EL DISCO DE LA SEMANA: Savages - Adore life

Vaya manera la de Savages de cargarse el tópico del difícil segundo disco con este brillante Adore life. Aunque para la vocalista y cabeza visible del cuarteto londinense, la parisina Jehnny Beth, en realidad se trata de su cuarto álbum si contamos las dos entregas como miembro del dúo de indie-rock John & Jehn (su socio, el también francés John Hostile, ejerce de productor para Savages). La música lo-fi de la pareja dio paso en la nueva banda, fundada por Beth y la guitarrista Gemma Thompson en 2011, a un post-punk abrasivo e intenso, deudor de PiL o Siouxsie And The Banshees, pero dueño de personalidad propia y de la socorrida imagen de impacto (las cuatro componentes, de negro inmaculado).

Artista: Savages

Disco: Adore life

Sello: Matador / Popstock!

Calificación: 8 sobre 10.

Y Savages ya no parten, como hicieron en su debut (Silence yourself), con un sample de un filme de John Cassavetes. Aquel guiño arty, declaración de pureza en las intenciones, resulta ahora innecesario. Lo suplen por un ataque frontal en el corte de apertura, sin prisioneros que valgan: The answer es una bomba que busca reflejar el chute desbocado de sus directos y expone la temática principal del disco, el amor como respuesta. Por problemático y viciado que resulte: basta con escuchar la relación descrita en dicho primer single. O cualquiera de las que se desgranan luego. No importa: como reza Adore, la cumbre de estas composiciones, se propone una veneración a la vida aunque a menudo duela (ya lo escribió Kiko Veneno para Camarón). Y sin caer en conformismos: simbólico resulta el puño al aire de la portada.

Adore y su preciosa cadencia slow confirman que la pretensión de escribir las canciones más ruidosas y malsanas posibles (el segundo sencillo, T.I.W.Y.G., también responde a ese reto), convive con miras más amplias que eluden estereotipos. De hecho, al lirismo de Adore le sucede un medio tiempo de alma nocturna, Slow down the world, sin que deje de destacar el filo guitarrero de Thompson al igual que en la previa Sad person (“una persona triste, lo soy y siempre lo he sido”, aúlla Beth). El tempo continúa su crescendo en el grito desesperado (y repetitivo) de I need something new hasta la explosión y la calma que suele seguir al apocalipsis.

Después del ecuador, el trallazo de When in love posee aromas inequívocos a PJ Harvey, cuyo cariño ellas han calificado en entrevistas como propio de un “ángel guardián”. Pero Surrender, entre la dulce súplica y el “ríndete ya, coño”, las libera de símiles y recuerda que una de sus inspiraciones para este álbum, aseguran, ha sido lo inclasificable de artistas como Josephine Baker.

El título con siglas, T.I.W.Y.G., ahonda en la esencia de las letras: esto es lo que obtienes (this is what you get) cuando la lías con el amor. Y esa ira con la que Savages inundan a veces sus historias aflora obsesiva, en plan torbellino cruzado por breves oasis de aceptación. Porque de eso se trata, de trillar el estiércol de nuestras paradojas y contradicciones para descubrir pepitas de gozosa vitalidad. El reposo, tras la apoteosis del rock de guitarras que representa el disco, regresa con la tristeza ambiental de Mechanics. Gélida coda para un testimonio de que podemos tener, superado el hype y a pesar de no sentir “la necesidad de convencer al mundo”, Savages para rato. Ramón Fernández Escobar.

Ty Segall - Emotional mugger

A mediados de los sesenta, el rock de garage fue el cortocircuito que embruteció a una generación de grupos que querían ser como los Beatles y los Stones. Bandas que, a medida que los grandes ídolos refinaban su estilo, exploraban tozudamente un sonido sucio y primitivo. El garage abrió las puertas a la psicodelia y plantó las semillas del punk que florecería 10 años después. Hoy, varias microescenas diseminadas por todo el mundo, desde Malasaña hasta Sydney, reivindican aquel sonido. Pero es Ty Segall quien, desde San Francisco, se ha convertido en el estandarte de dicha corriente.

Artista: Ty Segall

Disco: Emotional mugger

Sello: Drag City / Popstock!

Calificación: 5 sobre 10.

Lo que diferencia al californiano de otros nombres actuales es que, lejos de ceñirse al ejercicio de estilo, va más allá del manual del garage canónico. Lo que suena en su noveno álbum escapa a dicha definición sin sacarlo de ese campo de acción que es el rock crudo, tocado con instrumentos que suenan cavernícolas. Para ello se vale de sintetizadores vintage que le ayudan a crear un ambiente primitivo y extraño a la vez, que le permite prácticamente habitar un mundo sonoro en el que se encuentran otras influencias y que, si no es exclusivo, al menos es distinto.

En Squaler two y Californian hills rinde homenaje al primer glam, al de Bolan –a quien recientemente dedicó un álbum de versiones- y al del Bowie de The man who sold the world. Ese embrión es uno de los varios elementos que Segall introduce en Emotional mugger, convirtiéndolo en una propuesta más radical que Manipulator (2014) su último álbum de estudio con canciones nuevas. Si allí eran las melodías tenían una presencia y una función notables, aquí es el sonido lo que define el disco, a través de incursiones en la improvisación (W.O.T.U.W.S.) y de canciones como The magazine o Mandy cream, oscurecidas por el rock progresivo y el heavy prototípico de los primeros Black Sabbath.

La cara más asequible de Seagall se deja ver en composiciones como Squaler, pero sobre todo brilla en la versión que lleva a cabo de Diversion, una de las canciones menos conocidas de The Equals, y que el californiano considera una de las piezas fundamentales para la invención del punk. Emotional mugger no lo pone fácil a quienes no están familiarizados con el universo de Ty Segall, un nombre que suele ser ensalzado, no sin razón, por los medios especializados. Su estilo, aunque uniforme, es poliédrico y en esta ocasión ha optado por darle protagonismo a su perfil más aventurado. Sus seguidores más acérrimos ya se han apresurado a proclamar este álbum como uno de los mejores de su poblada discografía. Las excursiones sónicas que ha diseñado aquí fluyen como adrenalina, y su capacidad para arriesgar más allá de los confines del concepto de canción es encomiable, sobre todo en una época en la que el rock cada vez asume menos riesgos. Pero estas nebulosas de saturación eléctrica quizá resulten algo indigestas para aquellos más interesados en las canciones que en las extravagancias. Rafa Cervera.

Pusha T - King push

Que una mixtape de calentamiento se convierta en uno de los mejores discos los últimos meses no sé si dice mucho o poco sobre el estado del hip hop actual, pero sí tengo claro que habla muy bien del rapero Pusha T y su estado de forma. La gran revelación de este lanzamiento a modo de preludio del que será su próximo álbum oficial, King Push, es que es notablemente más impactante, fresco, rotundo y convincente que buena parte de la cosecha reciente del género. Diez canciones, apenas treinta y pocos minutos, en las que el amo y señor del cocaine rap se pasa por el forro de los caprichos cualquier vínculo con las tendencias y los sonidos de moda y prepara el terreno de lo que está por venir. No solo ha conseguido que salivemos como perros ante un manojo de huesos de pollo esperando la publicación del disco, sino que ha convertido la escucha de esta aparentemente intrascendente mixtape en una actividad recurrente y muy adictiva a lo largo de las últimas semanas.

Artista: Pusha T

Disco: King Push – Darkest before dawn: The prelude

Sello:G.O.O.D. Music

Calificación: 8 sobre 10.

Darkest before dawn: The prelude va tan a la suya que se convierte en un producto excitante, novedoso y rompedor. Libertad total de movimientos y acción: pese a contar con un equipo de colaboradores multiventas –productores acostumbrados a convertir sus trabajos en éxitos fulgurantes, entre ellos Timbaland, Kanye West o Boi-1da…–, el sonido es claustrofóbico, oscuro, minimalista y deliberadamente anti comercial. Apela a la brevedad y la rotundidad desde una óptica de voluntaria radicalización, y el resultado no puede ser más apabullante. En un momento dominado por los hits de brocha gorda y el hip hop de esencia conciliadora, que aspira a gustarle a todo el mundo, este ejercicio de síntesis y depuración estética supone todo un desafío. Desafío que además viene acompañado y complementado por el trabajo lírico de su protagonista. Pusha T incide, cómo no, en su experiencia como traficante y vendedor de drogas, el gran tema en su obra ya desde los tiempos de Clipse, su primer proyecto, pero también explora con amargura y mala cara la actualidad socio-política estadounidense. Las tensiones raciales, la brutalidad policial y la degradación moral de Estados Unidos surgen como explosivos arrebatos de furia en consonancia con el armamento sonoro. La cosa está que arde.

Crutches, crossets, caskets o Sunshine, las piezas más politizadas del lote, involucran la mirada más airada e inflamable de un MC que sigue moviéndose como pez en el agua en una zona intermedia a caballo entre el rap mainstream y los bajos fondos. Tiene una agenda de contactos, amigos y colaboradores que le podría catapultar de inmediato a la cima de las listas y la exposición pública, pero aun así prefiere controlar en todo momento una dirección artística poco cómplice con la zona de comodidad. Si este es el aperitivo, mucho cuidado con el plato principal y el postre. David Broc.

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