“Lo que da más miedo es una Rusia débil”
El político y escritor afirma que "mucha gente siente que hay una 'putinización' de Europa"
Hubo un tiempo en que Michael Zantovsky pasaba más horas del día con Václav Havel que con su mujer. La buena de Olga no se lo tomó mal. Era su sombra, el hombre de su máxima confianza. Tras la caída del régimen comunista, en 1989, el dramaturgo y activista se había convertido en el presidente de Checoslovaquia. Años después, con la distancia que da el tiempo, los lutos y el recuerdo registrado en diarios, Zantovsky ha escrito su biografía. La fundamental, la definitiva, dicen, la que describe la vida de un intelectual y un líder único en una Europa que Zantovsky cree, como también podría pensar Havel, que “está perdiendo el alma”.
Pregunta. Tras trabajar con Václav Havel, ¿cómo ve ahora su país sumido entre dirigentes que piensan que llevar las riendas de un Estado es como gestionar una empresa?
Respuesta. Eso es lo que ha dicho nuestro ministro de Finanzas, que es un empresario rico y dueño de varios medios de comunicación. Pero lo peor es que los demás ricos empiezan a comprar sus propios medios para defenderse. Esto, a su vez, produce una fuga de periodistas serios, lo que provoca un grave perjuicio a la libertad de prensa y, por tanto, a la democracia. Terrible. Mucha gente lo ve como la putinización de Europa. Que Dios nos coja confesados si se expande.
P. Pero Putin lo que hizo fue cerrar el paso a varios empresarios, a favor de otros, claro.
R. Ese fue el comienzo. Pero al final, de lo que se trataba era de que él acabara controlando esas compañías. Y así ocurrió. Era más listo y más peligroso que el resto. Un gran estratega de lo suyo.
P. ¿Cómo recuerda a Havel?
R. Era una gran persona: sensible, amable, atento, educado. Y aunque se convirtió en un hombre poderoso no irradiaba esa influencia. Al contrario, transmitía fragilidad. Pero curiosamente, ahí conseguía un efecto de atracción e inspiraba confianza. No cambió. Siguió mostrándose informal, ajeno a la solemnidad, divirtiéndose cuando podía, sin que eso mermara su gran auto exigencia intelectual.
P. ¿Se refugiaba en la escritura mientras gobernaba?
R. No escribía con facilidad. Encontraba el proceso muy doloroso, y se mostraba inseguro. Dudaba sistemáticamente. Y esa duda permanente le alejó de la pomposidad.
P. ¿Le cambió la cárcel en su etapa de protesta?
R. Esa experiencia le traumatizó. Se sintió muy desgraciado, como muestran sus diarios. Llegó a plantearse seriamente alejarse de la política, y así lo pactó con sus represores para salir. Pero, cuando lo liberaron, no pudo. Se culpó por haberse rendido en esas circunstancias y entró en una depresión profunda que casi lo vuelve loco. Hasta tal punto que empezó a hacer cosas dirigidas a que lo volvieran a encarcelar para así expiar esa culpa. Para mí esa fue la prueba de que no hablamos de un héroe, sino de alguien que triunfó venciendo sus propias debilidades, lo que le hace más complejo.
P. Dentro de la crisis de liderazgo actual, ¿podríamos elegir hoy al uruguayo Pepe Mujica como algo digno de comparación a Havel?
R. No le conozco tanto, pero por lo que sé, podría ser. Pero en su época, si estableciéramos algún paralelismo, sería con Mandela, claramente. Alguien que desde la radicalidad de sus ideas acaba como el arquitecto de una transición no violenta en su país. Se conocieron. Mandela estuvo en Praga y me impresionó porque observé esos rasgos de su personalidad, muy parecidos a los de Havel.
P. Si tanto Havel, como Mandela o Mujica han triunfado gracias a la imposición de su modestia, ¿por qué casi nadie adopta su ejemplo? ¿Son inimitables? ¿Poseen su propia aura?
R. Es una cualidad que viene de haber experimentado momentos de redención. Los tres los vivieron. Además, el poder apenas les transformó. En algo sí, pero no en sus efectos más perniciosos. No perdieron su capacidad de reírse del poder y reflexionar acerca de él.
P. Pero usted no renuncia a describir sus rasgos más amargos.
R. Era un hombre complejo. Lo que decía antes, la prisión lo transformó, incluso en su salud física y mental. Era insistente y se tomaba las responsabilidades a la tremenda, hasta el punto de caer en la bebida y el insomnio, algo que no ayudaba. Aun así, se mantuvo en la presidencia 13 años y eso le debilitó. Pero nada más dejarlo, se liberó de esa carga, y no le costó mucho volver a ser él mismo.
P. Uno de los traumas que peor llevó fue la escisión del país. Quizás, de su experiencia, podamos extraer un ejemplo para asuntos como Cataluña.
R. Podríamos, pero queda mucho dentro de mí del diplomático que he sido.
P. Pues apártelo y muestre su lado de biógrafo. ¿Sabía usted que desde algunos sectores nacionalistas han intentado reivindicarlo como alguien que ejemplarmente permitió la ruptura?
R. A Havel le gustaba Cataluña, pero eso no es justo. Él tomó la separación como un fracaso personal.
P. Según describe usted, en cuanto percibió ese peligro de escisión, corrió a Eslovaquia para tratar de aplacarlo con las mejores maneras.
R. Sentía que era su deber y apostó por la unión y la integridad del país según la Constitución. Al mismo tiempo, era demócrata y no dejaba de decir que dependía de lo que la gente decidiera. Lo que más le frustró fue que el país se dividió sin consulta. Fue lo peor. Si se hubiese celebrado un referéndum, la gente habría votado en contra de la separación. Tampoco creía en el uso de la fuerza y era consciente de sus límites. Si bien nos produjo mucha tristeza, finalmente nos enorgullecimos de cómo se desarrolló, sin que se hubiera roto una ventana, sin que una voz enfrentara con odio a ninguna de las partes. Todo fue pacífico, negociado. También hay que tener claro el contexto, 1992, con Yugoslavia agonizando. Un espejo en el que nos reflejábamos y que nos hacía pensar que cualquier problema que aflorara no podía llevarnos a esa situación.
P. ¿Cómo cree que la historia juzga a Gorbachov?
R. Havel le tuvo un gran respeto y creo que en perspectiva, lo merece. Tenía un problema de trato: cero sentido del humor. Como ocurre muchas veces hizo lo correcto de acuerdo a razones equivocadas. Su idea se asentaba en mantener el sistema reformándolo para convertirlo en algo más efectivo, más abierto. No se dio cuenta de que, una vez se abriera una rendija, el sistema colapsaría. Tres años antes de que Havel muriera, hablaron. Aún entonces mantenía que podía haberlo reformado, pero que le traicionaron por todas partes. A pesar de todo hay que agradecerle lo que hizo.
P. ¿Perdura el temor a la Gran Rusia en los países que pertenecieron a la órbita soviética?
R. Es el país más grande del mundo, con enormes reservas y suministros, no es irrelevante. Pero no creo que temamos a una Rusia fuerte. Para que de verdad lo sea debe convertirse en un país próspero, con una economía que funcione, y para eso necesita reformas políticas profundas. Lo que nos da más miedo es una Rusia débil, como ahora, porque es entonces cuando se siente amenazada por el exterior.
Babelia
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