Una emancipación en cada puerto
La cineasta francesa Lucie Borleteau estrena su ópera prima
Uno de los tripulantes del Fidelio, el carguero que surca las aguas de esta opera prima de la actriz y hasta ahora cortometrajista Lucie Borleteau, película comandada con llamativa seguridad y control del tono, se lamenta en una escena de su incapacidad para reproducir, en tierra firme, las mismas habilidades comunicativas que tiene en alta mar. Se lo confía a Alice, la protagonista, la única mujer en un microcosmos masculino, trabajadora en la sala de máquinas de ese barco que antes se llamó Eclipse y había sido escenario de la ocasional relación afectiva entre ella y quien hoy capitanea la nave.
Dirección: Lucie Borleteau.
Intérpretes: Ariane Labed, Melvil Poupaud, Anders Danielsen Lie, Pascal Tagnati, Jean-Louis Coulloc'h, manuel Ramirez, Ireneo San Andrés.
Género: drama.
Francia, 2014.
Duración: 97 minutos.
En otro momento, Alice formula en voz alta la máxima “lo que ocurre en el mar, se queda en el mar”, subrayando, con esa personal declaración de principios, la importancia de uno de los muchos intereses temáticos que confluyen en esta obra primeriza, capaz de desplegar sorprendente madurez de mirada y una ambición tan palpable como escasamente arrogante: el barco como limbo, como espacio provisional donde quedan en cuarentena las ataduras de tierra, pero donde también pervive el recuerdo de lo que uno que ha dejado atrás y donde se funciona a través de un complejo entramado de protocolos y se vive -y sobrevive- bajo un férreo orden jerárquico y una implacable gestión de tiempo, ocio y soledades.
El papel de Alice le valió merecidamente a Ariane Labed el premio a la mejor actriz en Locarno: la actriz griega, formada en lo que podríamos denominar el Círculo Lanthymos, ya había recibido la Copa Volpi en Venecia por su labor en la delicadamente disfuncional “Attenberg” (2010) de Athina Rachel Tsingari, pero aquí abandona el gusto por la abstracción de ese trabajo para ofrecer un retrato complejo y matizado de un personaje que vive bajo su particular –aunque no por ello menos férreo- código ético, afirmando, ante todo y a través de sus libres suministros de placer, una fidelidad a sí misma que choca con las ataduras –familiares, afectivas, amorosas- que quieren imponerle desde fuera. La relación con las palabras de un muerto –el marinero fallecido cuyo camarote ocupa- y con un novio que dibuja, literalmente, como Christophe Blain, pero no entiende la autonomía sexual de Alice, suman espesor narrativo a una película tan libre como su apasionada, sensible y desafiante protagonista.
Babelia
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