Las bragas de Nefertiti
“Felices aquellos de entre nosotros que tienen la suerte de penetrar en un santuario inviolado, donde los objetos no hayan sufrido más degradaciones que las debidas al tiempo y a los elementos naturales”. La frase no es de Nicholas Reeves, el egiptólogo británico que nos ha llevado hasta el muro de la cámara funeraria de Tutankamón tras el que —afirma— se encontraría la tumba de Nefertiti (vamos a ver). No, la frase es de una novela de Pierre Boulle, el autor de libros tan variados como El puente sobre el río Kwai y El planeta de los simios,ambos germen de sendas popularísimas películas.
La novela a que me refiero es mucho menos conocida y de hecho es póstuma: el manuscrito fue encontrado entre los papeles de Bulle al vaciar su piso casi cinco años después de su muerte en 1994. Titulada L’Archéologue et le mystère de Nefertiti, la novela (le Cherche Midi, 2005) es una mezcla de relato policiaco y thriller arqueológico que Bulle habría escrito entre 1949 y 1951, quizá su primera obra. En el libro, un hombre que ha sufrido un desengaño amoroso y un arqueólogo británico (he ahí una pareja) se estrellan en avioneta en un paraje de la vieja capital del faraón hereje Akenatón en Tell el-Amarna y dan con la tumba de Nefertiti, disimulada tras una falsa pared estucada. En la cámara mortuoria hay un gran sarcófago de piedra y una estatuilla pintada en la que reconocen instantáneamente a la reina. “Deliro”, exclama el protagonista. “Reconozco que deliro, y quiero delirar. Jamás se me había ofrecido una más bella ocasión de delirar. Jamás un delirio estuvo más justificado que el mío. Dejadme delirar en paz”.
Le tomo la palabra al personaje y harto de tanta autocontención y tanta prudencia, déjenme que por una vez, y sin que sirva de precedente, sueñe —sí, delire— con lo que pudiera haber tras las paredes de Tutankamón. Vean que lo hago, muy deportivamente, cuando el gran Zahi Hawass se ha alineado conmigo —sin saberlo— y ha expresado su absoluta incredulidad acerca del affaire. Hawass, cuyo argumento principal es que si ahí estuviera la tumba de Nefertiti la hubieran encontrado antes él y Howard Carter (por ese orden) pone como chupa de dómine al bueno de Reeves, al que acusa de vender aire, y pronostica que todo lo que se va a hallar ahí detrás, si hay algo, es un agujero.
Vale, pero ¿y si estuviera Nefertiti? Sabemos que le estaba destinado un espacio en la tumba real (nº 26) de el-Amarna. Pero (pese a lo que dice Hawass) no hay razones para suponer que no trasladaron su momia al Valle de los Reyes, como de hecho hicieron con la de Akenatón. Es posible que la reina (que según las teorías más en boga fue también corregente y puede que incluso faraón) esté en alguna tumba sin descubrir en el valle. Sabemos que algunas piezas de su ajuar funerario fueron reaprovechadas para Tutankamón (Reeves me dijo una vez que el 80% de los objetos de Tut eran de segunda mano). Sin duda las cosas de Nefertiti serían también maravillosas. Lo de las bragas del título no es ninguna boutade: entre los tesoros de Tutankamón aparecieron sus calzoncillos, que se exhiben en el Museo Egipcio de El Cairo. Son triángulos de fino lino que se anudaban para formar una especie de taparrabos. Podemos imaginar (buenas eran las egipcias, a tenor de la iconografía) que la de la reina sería lencería más fina, de la que cabe en el bolsillo. Nefertiti’s Secret. Por soñar, ay, que no quede.
Babelia
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