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Alexiévich ve a Rusia como un país refractario a la libertad

La Nobel de Literatura lee su discurso de aceptación del premio, en el que revisa la historia de la URSS en tono beligerante

Alexiévich, en la lectura de su discurso en Estocolmo.
Alexiévich, en la lectura de su discurso en Estocolmo.FREDRIK SANDBERG (AFP)

Miles de voces con sus anécdotas, quejas e historias de toda clase acompañaron ayer a Svetlana Alexiévich (Ivano-Frankovsk, URSS, hoy Ucrania, 1948) en la lectura en Estocolmo de su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, que recibirá este jueves. Esas voces la acompañaron a reconstruir su vida desde su infancia en el campo, hasta llevarla, con sus lamentos y reflexiones, por los diferentes pasajes de la historia soviética hasta hoy. Un presente sobre el que la periodista y escritora dejó escuchar su voz con un tono firme, de reproche y sin contemplaciones, con frases como latigazos sobre el pueblo ruso recuperadas de la visión que tienen los propios rusos sobre su país:

—“Los rusos no entienden de libertad”.

—“Las dos palabras más importantes de Rusia son ‘guerra’ y ‘prisión”.

—“Nadie tiene energía para una nueva revolución”.

—“Nuestra vida se debate entre caos y cuarteles”.

—“El comunismo no ha muerto, su cadáver está vivo”.

—“Los rusos hacen la guerra a los ucranios. A sus hermanos. Mi padre es bielorruso y mi madre ucrania. Hay muchos en esta misma situación. Los aviones rusos están bombardeando Siria”.

Tras estas opiniones ajenas, Alexiévich describió el momento actual como “un tiempo de segunda mano”. Un tiempo de esperanza que “ha sido sustituido por el momento del miedo”, donde “es difícil hablar de amor”.

Con ese horizonte sombrío cerró su discurso leído en la lengua en que escribe: el ruso. Empezó evocando su infancia, y siguió con una procesión de voces recuperadas de sus diarios y reportajes de los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial o la catástrofe de Chernóbil, hasta desembocar en un mea culpa: “Perdimos la oportunidad que tuvimos en la década de 1990. La pregunta que surge es: ¿qué tipo de país deberíamos tener?, ¿un país fuerte, o uno digno donde la gente pueda vivir decentemente? Elegimos lo anterior, un país fuerte. Una vez más, estamos viviendo en una era de poder”.

Horizonte sombrío

Esta vez fue su testimonio, apoyado en voces ajenas. Empezó por el principio de su vida, que lo contenía todo: zozobras y soledades de la II Guerra Mundial, los amores esperados por las mujeres ante la partida de los hombres al combate, la angustia de vivir cada día: “Después de la guerra, los niños vivíamos en un mundo de mujeres. Lo que más recuerdo es que ellas hablaban sobre el amor, no sobre la muerte. Contaban historias sobre las despedidas de los hombres que amaban antes de que se fueran a la guerra, y hablaban de la espera. Pasaron los años y seguían esperando”. Por eso, cree que siempre ha sabido qué es el amor. Por eso, ahora se atreve a decir que no es un tiempo para el amor.

Hoy, recordó, la opinión pública en Rusia y Bielorrusia “se divide entre eslavófilos y occidentales, entre los traidores a la nación y los patriotas”.

Alexiévich, quien asegura que no puede renunciar a la gran cultura rusa, sin la cual no se puede imaginar, recibirá el Nobel en Estocolmo el jueves de manos del rey de Suecia, Carlos Gustavo. La ceremonia no será retransmitida por la televisión pública bielorrusa.

La escritora nació en Ucrania, de donde era su madre, pero se crió en Bielorrusia, donde su padre, militar, estaba destinado. Estudió periodismo en la Universidad de Minsk. Entre sus obras destacan La guerra no tiene rostro de mujer (Debate), Voces de Chernóbil (Debolsillo) y El fin del ‘Homo sovieticus’ (Acantilado).

Las cinco y media de la tarde de ayer fue el momento de Svetlana Alexiévich, distinguida por el Nobel por la academia sueca “por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”.

Radiografía de una nación

Un pasaje del discurso de Svetlana Alexiévich en Estocolmo:

“¿Cuándo se nos derrumbó el imperio? Anteriormente, el mundo estaba dividido: había verdugos y víctimas —que fue el gulag; hermanos y hermanas— que era la guerra; el electorado —era parte de la tecnología y el mundo contemporáneo—. Nuestro mundo también había sido dividido en quienes fueron encarcelados y quienes encarcelaron; hoy hay una división entre eslavófilos y occidentalistas, ‘fascistas-traidores’ y patriotas. Y entre los que pueden comprar las cosas y los que no pueden. Esto último era lo más cruel de las pruebas para seguir el socialismo, porque no hace tanto tiempo que todos habían sido iguales. El hombre ‘rojo’ no fue capaz de entrar en el reino de la libertad que había soñado alrededor de su mesa de la cocina. Estos son algunos de los comentarios que escuché mientras viajaba alrededor de Rusia:

‘Los rusos no quieren ser ricos. ¿Qué significa ese deseo aquí? Que nadie sea más rico que él’.

‘No hay gente honesta aquí, pero hay santos’.

‘La vida rusa necesita ser viciosa y despreciable. Entonces el alma se eleva, se da cuenta de que no es de este mundo”.

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