Alba Heredia o el baile en estado puro
La joven artista, perteneciente a la estirpe de los maya, estrena su primer espectáculo tras su triunfo en el Festival del Cante de las Minas
Cuando en los años treinta Pastora Imperio hizo una de sus muchas reapariciones, el pintor Ramón Gaya, que asistió al espectáculo, escribió en uno de sus diarios que la pureza de la genial bailaora superaba cualquier cosa, hasta unos decorados "de pandereta" que le habían puesto, con la Giralda incluida, para que no faltase ningún tópico.
¿Qué es entonces la pureza? Para ciertos flamencólogos de consiste en cantar como tal o cual viejo cantaor —aunque nunca se ponen de acuerdo en quién era el "verdadero", el representante de las esencias—, o en bailar como lo hacía no se sabe qué ilustre bailaora del siglo XIX que nadie ha visto.
La pureza para Gaya era, sin embargo, la fidelidad a uno mismo, eso que, según él, era la gran Pastora, para la que Falla imaginó las Gitanerías, luego transformadas en El amor brujo. Algo de eso hay en esta jovencísima bailaora, Alba Heredia, que la noche del pasado viernes estrenaba con carácter absoluto —como prestreno fue presentado— su primer espectáculo individual, En estado puro, en el Teatro Municipal Isabel la Católica de Granada, dentro del XVI Festival de Otoño de la ciudad, dirigido y coreografiados por ella misma.
Alba, que el pasado mes de agosto obtuvo, casi contra todo pronóstico, el prestigioso premio El desplante, máximo galardón del Festival Internacional del Cante de las Minas para el baile, había desarrollado hasta ahora su breve carrera en tablaos, junto a otros artistas o en la Cueva La Rocío, la que rige su abuela Salvaora y cuna de una estirpe familiar, la de los Maya, que ha dado nombres ya legendarios en el baile flamenco, como el de Manolete o el de Mario Maya, entre otros, y en la que ella es por ahora el último eslabón.
El espectáculo, producido por Talento on Fire, empresa impulsora entre otros eventos de Flamenco on Fire de Pamplona, es presentado por la propia bailaora gitana como una mirada atrás para recordar "aquel flamenco de tradición". Y el montaje, efectivamente, a través de unos pocos símbolos e imágenes proyectadas evoca la vida gitana del Sacromonte, la fragua como cuna de cantes para introducir el baile por seguirillas. Una percha, en suma, para que Alba baile como una furia desatada, con su fuerza natural, casi poseída, que a veces recuerda a la misma Carmen Amaya. Taranto y soleá fueron otros de los palos elegidos.
Bien apoyada por músicos y cantaores a veces miembros de la familia (La Repompilla, Joni Cortés y Juan Ángel Tirado al cante; Manuel Fernández y Jerónimo Amaya al toque) Alba Heredia, a la que quizás se la puedan objetar ciertas carencias técnicas y hasta algunas brusquedades, pasa sin transición de ciertas figuras y mudanzas estilizadas (después de todo, otra de sus tías, Belén Maya, ha sido una de las últimas renovadoras del baile flamenco) a esa fuerza interior que se exterioriza en un grito que suena a verdad, a pureza, pues la pureza no puede ser la tradición, el pasado, que en el flamenco siempre es mestizo, afortunada contaminación. La pureza de Alba está en la verdad y naturalidad personal con la que construye su baile.
Parece llamada a triunfar, tiene la estampa y su baile atrapa. Amanece de nuevo en la casa de los Maya. O sea, Alba.
Babelia
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