Los libros de viejo encuentran una nueva vida en la era digital
Una avalancha de volúmenes de segunda mano inunda la Red y alimenta negocios de éxito, mientras el vendedor tradicional lucha por sobrevivir
Los colegas de oficio dicen que es probablemente el hombre que más libros ha vendido en España. “Por millones”, cuentan con admiración. Alfonso Riudavets atesora un fondo de medio millón de volúmenes, además de una biblioteca personal única, 35.000 libros que solo hablan de libros. Todo lo ha ido reuniendo desde una caseta en el mercadillo de la Cuesta de Moyano, en Madrid, donde empezó en 1967 y sigue plantándose todos los días menos los lunes, nieve o abrase el sol, con su visera y su bata azul marino, frente a un puesto de venta que han frecuentado escritores de renombre, ministros y hasta Tejero.
El librero más antiguo de Moyano va ya por los 82 años y no piensa en retirarse. Cuando se le mienta Internet, da un respingo: “¡Lo odio! No me interesan esas ‘chorreces’. Ni siquiera uso dinero de plástico”. A Ruidavets no le importa, pero en ese mundo virtual le han salido decenas de competidores por un mercado en el que conviven, anaquel con anaquel, baratijas a menos de un euro y joyas bibliográficas de hace siglos tasadas en decenas de miles. Hay múltiples portales en los que cualquiera puede poner a la venta libros usados. El más conocido en España es Iberlibros, comprado por Amazon, donde, por una cuota mensual en función del número de volúmenes, uno puede abrir su propio puesto sin exponerse, como Ruidavets, a las inclemencias del tiempo. Algunas librerías de viejo se han acogido a estos portales para explorar nuevos canales de venta.
“Ahora te encuentras con clientes que te preguntan por un libro y a continuación tienen la desfachatez de sacar la tableta para comparar el precio con el de Internet”, relata Francisco Moncada, presidente de los libreros de Moyano, esa feria permanente desde 1925 que forma parte de la memoria literaria de Madrid. A Moncada, dueño de Tunicia, le falta un año para la edad de jubilación y él sí está pensando en dejarlo. “En otros tiempos vivimos bien, pero ahora… Nos da para comer”, confiesa. Hay comerciantes que admiten una caída de la mitad de sus ventas. Ninguna de la treintena de casetas ha cerrado, pero si alguno se va no se vislumbran relevos. “Ahora Moyano es trending topic no por los libros, sino por los patinadores que se lanzan cuesta abajo”, lamenta Moncada.
Y, sin embargo, los libreros de lance resisten, revestidos en ocasiones bajo nuevas formas. El último año del que hay estadísticas, 2014, fue devastador para las librerías españolas. Cerraron 912, casi la cuarta parte del total, y de ellas solo 13 eran de viejo, según la Confederación de Gremios y Asociaciones de Libreros. “Pasamos dificultades y muchos siguen sobre todo por amor al arte, pero en una ciudad como Vitoria ha abierto incluso una librería de viejo más y ahora somos cuatro para 250.000 habitantes”, explica Chema Sandoval, dueño de Sekhmet en la capital vasca. “En Cataluña solo han cerrado dos y ambas por jubilación”, coincide Albert Obrador, hasta hace poco presidente del Gremi de Llibreters de Vell, que engloba 42 librerías.
La crisis económica incluso ha permitido un renacer del mercado de segunda mano en el escalón más barato. Los grandes excedentes de las editoriales y los fondos de las librerías que han cerrado se reciclan por esta vía. “Como se ha publicado en exceso, el mercado se colapsa y hay una guerra de precios brutal”, señala Obrador. “Por tres o cuatro euros compras libros fantásticos y en muy buen estado”. Así se explica el éxito de Re-Read, una cadena que empezó con una tienda en Barcelona en 2012 bajo el lema ‘Libros low cost’. “Teníamos una librería de nuevo, pero llegamos al límite y decidimos buscar otro modelo”, apunta su promotora, Mercedes Zendrera. Lo encontraron en Japón, en la cadena Book Off, nacida en los años 90 también en medio de una crisis económica: tiendas de diseño con libros de temática variada relativamente recientes a un precio máximo de tres euros y con aspecto muy cuidado. Tres años después ya tienen 16 establecimientos y están a punto de abrir cuatro más, uno de ellos en el centro de Madrid.
Re-Read está trabajando en su desarrollo digital, aún muy incipiente. La librería Alcaná, por el contrario, tiene casi todo su negocio en Internet. Empezó en 2002, “como el cuento de la lechera”, según su encargado, Miguel Díaz, con un simple anuncio en la Red para vender un lote de libros comprados en el Rastro. Hoy maneja un fondo de 144.000 volúmenes, desde novelitas de ciencia ficción a 0,90 euros a un manuscrito del siglo XVIII sobre la historia de Bizkaia que cuesta 40.000. “Estamos hipotecados, pero, con mucho esfuerzo, reinvirtiendo año a año todos los beneficios, hemos ido creciendo y hemos creado diez empleos”, añade Díaz.
Los libreros de lance de toda la vida no quieren saber nada de ese otro mundo. Reivindican el orgullo de su oficio, el placer de bucear en montones de libros, acariciar su textura, percibir en ellos el paso del tiempo. “La cultura tiene que estar en la calle”, defiende el presidente de los libreros de Moyano. “Y yo no vendo en Internet porque soy librero, no mecanógrafo”.
Oficio de feriantes
El oficio de librero de viejo tiene algo de artesanal y bastante de vendedor ambulante. Varias veces al año, la mayoría carga una parte de sus libros para acudir a las ferias que se celebran en distintas ciudades españolas. En septiembre fue en Barcelona, en el paseo de Gràcia, y en Madrid ocupó durante dos semanas de octubre el Paseo de Recoletos con 41 casetas. “No podemos permitirnos el lujo de no venir”, comenta Luis Martínez, propietario de la librería Russafa de Valencia. “Cada vez compensa menos, pero necesitamos estas ventas”. Su colega de la vitoriana Sekhmet coincide: “Yo hago siete ferias todos los años. Es imprescindible”.
El libro más o menos reciente de segunda mano es para casi todos su principal fuente de ingresos, aunque no hay caseta que no esconda algún tesoro para bibliófilos a precios difíciles de alcanzar. “Ese mercado de libros muy caros de coleccionista no ha sufrido la crisis”, explican desde el Gremio de Catalunya, “el problema es que no hay renovación generacional en la clientela. De 50 años para abajo tenemos pocos compradores”.
Babelia
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