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JUAN CRUZ

El niño que siempre cogía el teléfono

Juan Cruz Ruiz presenta en Madrid su nuevo libro ‘El niño descalzo’ (Alfaguara).

Cuando Juan Cruz Ruíz era Juanillo, un niño al que el asma retenía en su casa del Puerto de la Cruz (Tenerife), no podía separarse del teléfono que su hermano le había puesto junto a la cama. El aparato de baquelita era su conexión con el mundo exterior. Todos los días llamaba o contestaba una y otra vez con premura y calidez. “Y me sabía de memoria todos los números que eran necesarios. Y contestaba al primer ring porque sabía que era urgente. Y todavía hoy sigo siendo ese niño que cogía el teléfono. Siempre estoy con mi inseparable móvil. Es algo que me hace sentir vivo”, dijo ayer el escritor durante la presentación de su nuevo libro, El niño descalzo (Alfaguara), cuando la escritora Elvira Lindo destacó que él es alguien que siempre coge el teléfono.

Cuando escribo me invento a mí mismo. Mi hija es real y mi nieto también, pero yo me siento una fantasmagoría.

Era lunes por la tarde y el auditorio del Espacio Bertelsman, en la calle O’Donnell de Madrid, estaba lleno de amigos y seguidores del periodista sentimental. “Porque Juan Cruz no sabe restar, sino sólo sumar y multiplicar”, señaló la editora Pilar Reyes en la presentación del acto con el que se inauguró el otoño literario de Alfaguara. “El niño descalzo es una carta poética, un libro hecho a manera de diccionario, sobre la felicidad de ser abuelo y el relato de la infancia, tan sencilla como honda, con la que los niños inauguran su relación con los demás”, añadió. Y enseguida Elvira Lindo y Julio Llamazares despertaron con sus preguntas y comentarios los recuerdos y reflexiones del también autor de Especies en extinción (Tusquets).

“El nacimiento de mi nieto Oliver significó la prolongación de la alegría de la vida. Así que me obsesioné por saber en qué momento empezaría a reír y a hablar, y luego relacioné eso con la infancia de mi hija Eva y con la mía”, explicó Juan Cruz, adjunto a la dirección de EL PAÍS, después de que Elvira Lindo apuntara que en El niño descalzo hay varios ecos de libros anteriores del escritor.

“Juan, ¿y en qué género ubicarías esta obra que enarbola la memoria como salvación?”, inquirió Julio Llamazares. “Yo situaría este libro en la ficción”, respondió al instante el abuelo feliz. “Porque cuando escribo me invento a mí mismo. En sus páginas mi hija es real y mi nieto también, pero yo me siento una fantasmagoría. Es que yo me conozco a partir de los demás. De los míos en primer lugar. Y, mira: a veces lo que sueño me parece tan real que lo cuento por escrito. Para seguir conociéndome.”

Las tres infancias retratadas en el libro son las mismas en el fondo pero diferentes en la forma. “A mí de niño me gustaba escuchar. Tardé en saber leer, lo hice gracias a la radio y a un recorte de periódico que guardaba mi madre. Quizá por eso escuchaba con atención a las costureras que iban a mi casa y que contaban, sobre todo, chistes verdes. A mi hija, de niña, de gustaba mucho ver. Veía la tele, veía paisajes, veía y veía. Y ahora mi nieto es multifacético. Él escucha, ve, toca; en gran parte gracias a la tableta en donde se concentran muchas cosas. De manera que los tres somos seres con infancias distintas. Pero las tres se juntan en mí. Y gracias a esa personita que ha llegado a mi vida tengo alegría y ganas de recordar varios momentos que he vivido”, abundó Juan Cruz ante el público que le escuchaba.

Más adelante reconoció que hay cosas que le ha costado trabajo contar en este libro, como el día que un hombre quería matar a su padre con un cuchillo o el silenció de su madre cuando cayó enferma. Y al final se esforzó por dejar claro que El niño descalzo no es un relato dirigido sólo a su hija y a su nieto. “Es para todo aquel que algún día quiera mirarse en un espejo para conocerse. Es mi vida, pero la cuento tratando de comunicarme con alguien que haya podido tener las mismas experiencias”, dijo minutos antes de coger el teléfono que siempre lleva en el bolsillo.

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