Vida y miserias de Helmut Berger, aquel ‘sex symbol’
El festival exhibe un documental sobre la decadencia del actor y pareja de Luchino Visconti
En su día rodó con los mayores genios del cine, pero hoy vive en un pequeño piso sucio y desordenado, lleno de tazas sucias, medicamentos a granel y fotografías de muertos. No es por gusto, sino por necesidad: el intérprete vive con poco más de 200 euros mensuales. En los primeros segundos del documental Helmut Berger, actor,presentado fuera de competición en la Mostra de Venecia, cuesta reconocer el rostro de quien fue declarado, en su momento de gloria, “el hombre más bello del mundo”. Hoy lo tiene demacrado, síntoma del desenfreno vital por el que siempre apostó y de una pronunciada decadencia que arrancó en 1976, tras la muerte de Luchino Visconti, que también fue su pareja en el tramo final de su vida.
Visconti le regaló su mejor papel, el de Luis II de Baviera en su biografía El rey loco. Después, rodó con Vittorio De Sica (El jardín de los Finzi-Contini), Joseph Losey (Una inglesa romántica) y Massimo Dallamano, quien lo convirtió en un Dorian Gray contemporáneo. Hoy, el actor no es poco más que la sombra de sí mismo. Durante décadas, el menú diario de Berger consistió en caviar, cocaína y champán, condimentados de sexo continuo. “Mi vida ha sido picante”, reconoce Berger en la película. “En mi mejor época, practicaba sexo cuatro veces al día, y siempre haciendo tríos”. Ya relató una vez que el tamaño extragrande de las camas napolitanas, que tanto frecuentó en su juventud, se explica porque están pensadas para que uno pueda acostarse con más de una persona a la vez.
La película reproduce el diálogo imposible entre Berger y su responsable, el director austriaco Andreas Horvath, discípulo del implacable cineasta Ulrich Seidl, quien producirá su debut en la ficción tras rodar una veintena de documentales. Durante las largas horas que Horvath pasó encerrado en casa de Berger, el actor no dudó en intentar seducirle. “¿Te hago una felación y lo dejamos aquí?”, le propone Berger, que pone fin al documental con una brutal secuencia de masturbación ante la cámara. Además, el director pudo entrevistar a la lúcida asistenta que limpia su piso —“Cuando se le acabó el dinero, todo el mundo lo abandonó”, relata— y reprodujo los mensajes que Berger dejó en su contestador a altas horas de la madrugada, a menudo, insultantes: “Nunca he conocido a una persona más aburrida que tú. Pero bueno, es normal. Por algo haces documentales”.
Berger no se alarga sobre sus filias y fobias cinematográficas, como sí hizo en su autobiografía. En ese volumen, el actor recuerda su odio por Alain Delon, a quien acusa de intentar robarle a Visconti, y rememora su intento de suicidio tras quedar “viudo a los 32 años”. Este documental deja ahora claro que, de todas las espectrales figuras que deambularon por el cine de Visconti, Berger es el que ha salido peor parado, con el permiso del sueco Björn Andrésen, el niño Tadzio de Muerte en Venecia, que el director rodó en la playa del Lido, a pocos metros del lugar donde tiene lugar el festival. En una Mostra marcada por temáticas como la decrepitud, la decadencia y la pérdida, terminar observando la vida consumida de este antiguo mito erótico supone algo así como un broche de oro.
Babelia
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