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‘Las impurezas’ (3): ‘El enlace’

Natxo López, guionista de series como '7 vidas' e 'Hispania' continúa su relato de verano. Hoy, la pareja celebra su boda tras años de noviazgo

Ilustración de Luis Tinoco.
Ilustración de Luis Tinoco.

La boda fue suficientemente aparatosa como para encubrir que a nadie le interesaba demasiado. Los padres de Ella estaban aliviados de haber colocado a su hija menos agraciada, aunque no les convenciera demasiado aquel chico sin encantos. Los de Él veían futuros beneficios en el imprevisto vínculo con una de las familias notables de la ciudad. Entre los 763 invitados estaban bien distribuidos empresarios, prebostes locales, miembros de la Orden y la mayoría de los dirigentes locales del Partido.

Ella se casó de blanco y con velo. Él, de chaqué. El prelado les recomendó en la homilía contención y paciencia para sobrellevar el severo camino del matrimonio. A Ella además le exhortó a ser obediente. Él asintió. Las guitarras de joteros rasgaron el aire denso de la cúpula mientras los amantes se juraban fidelidad eterna compartiendo anillos. Después de cortar la tarta Él probó por primera vez la cocaína en los lavabos. Ella dejó que Moncho, cazador e hijo de cazadores, le tocara el culo cuando la felicitaba susurrándole al oído.

Al entrar la noche se sirvió una merienda cena. El disk-jockey bajó la música y todos les gritaron que se besaran. Ellos lo hicieron, ya sin pudor. Tras cuatro años de relación se habían acomodado al contacto físico. También a la sensación de derrota. Sabían que cada uno de ellos era lo mejor a lo que podía aspirar el otro. Compañeros en la mediocridad, habían asumido que la felicidad consiste en aceptar lo que la vida te pone delante.

Antes de lanzarse a las carreteras para prolongar la fiesta, los amigos de Él lo cogieron en volandas, le tiraron por los aires y le llamaron “campeón” carcajeándose. Ella se despidió de sus amigas con besos y lágrimas, procurando mostrarse humilde. Sabía que trataban de encajar la humillación de que el patito feo de la pandilla se les hubiera adelantado en las nupcias y no convenía sonreír demasiado. Algunas habían intentado arrimarse a los solteros más ebrios del baile. La boda sería recordada como el fermento de muchos de los matrimonios celebrados en años posteriores.

La limusina les dejó en la posada después de la medianoche. Ambos estaban nerviosos, a pesar de que días antes ya habían hablado el asunto.

–Usaremos condón –había dicho Ella–.

–Sí.

Él estaba casi convencido de que Ella era virgen. Ella, de que la cuadrilla se lo había llevado de putas en la despedida de soltero. Se apoyaron en la cama. Se quitaron los zapatos humedecidos con la sangre de las rozaduras. Miraron el crucifijo que vigilaba la cama de matrimonio.

–Ahora seremos felices –prometió Él–.

Ella apagó la luz.

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