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corrientes y desahogos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Le Corbusier y Coco Chanel

“La simplicidad es el resultado de la complejidad; el ahorro es el resultado de la riqueza”. ¿John Maynard Keynes? No: Le Corbusier. Su tiempo de posguerra y el maquinismo simplificador le llevaron a publicar un libro-manifiesto titulado El arte decorativo de hoy (1925) y donde se declaraba el odio al color y el ornamento. Todo blanco. Y, acaso, algo negro. Lo mismo que plasmaba Coco Chanel (1883-1971) en su célebre traje tweed: sencillo, blanco y ribeteado de negro.

El próximo 27 de agosto se cumplen los cincuenta años de la muerte de Le Corbusier (1887-1965) y esta columna de homenaje es hoy como su pilote. Con 78 años, el médico le había prohibido nadar pero siguió nadando hasta que lo paró el infarto. Tozudo, enérgico y antipático como era, no renunció, igual que Coco Chanel, a sus teorías, tan propicias a las críticas sociales y profesionales de entonces. Su estilos sin aderezos, corsés, frisos ni rellenos resistieron; y, al cabo, fueron paradigmas.

Los dos han pasado a la historia con sus apodos. Le Corbusier fue una simplificación de su abuelo Lecorbésier y Coco, explicó apócrifamente el biofísico Luca Turin, procedía de ser ella la patrocinadora, en París, de las mejores fiestas con cocaína.

Si a Le Corbusier le alza como autor de un lujo secreto en la Villa Saboya, a Coco la endiosó cada gota encerrada en el perfume universal número 5. Desde Greta Garbo a Marlene Dietrich (o Marilyn Monroe) fueron clientas de Coco y a Le Corbusier todavía le siguen interpretando los arquitectos de todo el mundo.

¿Llegaron a conocerse? En el París de los años 20, como en el Madrid de entonces, la élite formaba un cogollito (Longares, Romanticismo) y Misia Sert, la esposa de Josep Maria Sert, tío del arquitecto Josep Lluis Sert, era íntima de Chanel. Por intereses, confidencias y consumo de drogas las dos mujeres se hicieron uña y carne y el arquitecto, pese a su solipsismo no rehuyó el contacto. Homófoba y antisemita hasta hacerse agente nazi, disfrutó de un amante de alto grado entre los militares de Hitler.

A veces claros, a veces tenebrosos, Coco disfrutó de tantos romances que parecía tratar de redimir con la profusión del sexo, su primera época de exclusión, pobreza y orfanato. Pero nunca cedió, sin embargo, a la promiscuidad estética. “La cultura ha dado un paso adelante y la decoración jerárquica ha sucumbido”, decía Le Corbusier. El arte decorativo moderno no debía tener decoración, pensaría, sobre la ropa, Coco Chanel.

O para decirlo normativamente: “Debe quedar suprimido todo lo que se pueda obtener con el dinero”. Los dos murieron, sin embargo, ricos. Pero en blanco y negro. En el Mediterráneo luminoso él, y ella, entre las brumas negras de su última y fatal adicción a la morfina.

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