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CAFÉ PEREC
Columna
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Un ‘odradek’ del Ampurdán

Enrique Vila-Matas
Kafka, en una imagen de un libro de K. Wagenbach.
Kafka, en una imagen de un libro de K. Wagenbach.

Nuestro objeto preferido. Últimamente preguntan mucho por él, quizás porque hay la sospecha de que ese objeto dice más de nosotros que mil palabras. Pienso que esa sospecha o creencia es sólo una superstición moderna. Pero hay que andar preparados para la pregunta, porque puede llegarnos a traición, en cualquier momento. El mío, mi objeto preferido, es un perfecto odradek que, a pesar de que no soy padre de familia, o precisamente por no serlo, me dio hace más de un año Jordi Llovet.

Se había ya él fabricado el suyo y colocado en el lugar apropiado: junto a una barandilla, al pie de una escalera, en su casa del Ampurdán. Me mostró una foto y vi todo un odradek en una escalera rústica. ¿Quería uno igual? Me lo fabricaría, siempre que interesara realmente tenerlo, pues daba trabajo el proceso de armarlo.

Lo más probable es que la palabra la tomara el escritor de una marca de motos que circulaban por la Praga

Un odradek es un objeto sólo relativamente casero, porque en el cuento de Kafka, en La preocupación del padre de familia, el odradek no se halla en el interior de la casa, sino en la escalera. A primera vista, se nos dice, se asemeja a un carrete de hilo plano y en forma de estrella, y, de hecho, también parece que estuviera recubierto de hilo; aunque a decir verdad sólo podría tratarse de trozos de hilo viejos y rotos, de los más diversos tipos y colores, anudados entre sí, pero también inextricablemente entreverados. Pero no es sólo un carrete, sino que del centro de la estrella surge una pequeña varilla transversal a la cual se une otra en ángulo recto. Con ayuda de esta última varilla, a uno de los lados, y de una de las puntas de la estrella al otro, el conjunto puede mantenerse erguido como sobre dos patas.

Lo más probable es que la palabra Odradek la tomara Kafka de una marca de motocicletas que circulaban por la Praga del siglo pasado. Pero, con cierta fantasía, Johannes Urzidil relaciona el nombre de Odradek al del panadero que abastecía la casa de los Kafka, un tal Odkolek.

El odradek suele instalarse sucesivamente en el desván, en la caja de la escalera, en los pasillos, o en el vestíbulo. En el cuento de Kafka, el padre de familia lo descubre al pie de la escalera, y habla con él.

Claro está que no le hace preguntas difíciles, sino que, a causa de sus pequeñas dimensiones, lo trata como a un niño. Le pregunta cómo se llama. Odradek, dice. ¿Y dónde vives? Domicilio indeterminado, contesta, y se ríe, pero es sólo una risa como la que puede producir alguien sin pulmones, suena como un crujir de hojas caídas.

Mi odradek está en casa, en el suelo, junto al pasillo. Es un artilugio ampurdanés en forma de huso, formado por hilos viejos y rotos, salidos de la factoría de Llovet. Una amiga mexicana lo vio el otro día y sentí que debía explicarle qué era aquello con forma de estrella plana. Lo tengo para hablar con él, le dije. Y ella, que es buena lectora de Juan Rulfo y que ha visto a sus paisanos hablarle a pequeñas crucecitas y a otras señales colocadas en las entradas y salidas de los pueblos, sonrió feliz y dijo que ya era hora de que hubiera algo normal en casa.

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