Un viaje visionario entre el riesgo y el éxito
Estos cuatro irlandeses, a mediados de los setenta, formaron el grupo capaz de hacer sombra a The Beatles en cifras, megalomanía o búsquedas y retos creativos de nivel para enormes audiencias globales
Cuando Paul McCartney y los cuatro miembros de U2 abrieron el concierto Live 8 en Hyde Park allá por julio de 2005, muchos pensaron que se estaba produciendo una simbiosis de libro. Entonaron Sgt Peppers Lonely Hearts Club Band y en escasas horas, aquella unión por la buena causa del hambre, se había convertido en la mayor descarga que había conocido la red en toda su historia.
Natural. Si actualmente conocemos algo que pueda equipararse en la ya más que legendaria trayectoria del pop rock a The Beatles, son estos irlandeses que a mediados de los setenta formaron el grupo capaz de hacerles sombra en cifras, megalomanía o búsquedas y retos creativos de nivel para enormes audiencias globales.
Hoy, 150 millones de copias de todos sus discos vendidos les contemplan. Aparte de una cantidad ingente de admiradores que les han disfrutado en directo en torno a sus acrobáticas macro puestas en escena. Por no hablar de las alianzas con causa junto a los más dispares líderes globales y sus exploraciones en torno a rentabilizar maneras de redimensionar un negocio como el de la música a través de las nuevas tecnologías: sobre todo uniéndose a un Apple distinto al de los de Liverpool. El que en Silicon Valley había montado Steve Jobs.
Pero existe mucho ruido y demasiadas versiones —propias, apócrifas y oficiales— sobre su génesis. Bien es cierto que el escenario fue un instituto de Dublín donde todos ellos fueron a parar de una manera u otra. El Mount Temple Comprehensive School representa para la historia del rock un lugar de peregrinaje. Allí fue donde Larry Mullen Jr, baterista huérfano de madre, colgó un cartel al que se apuntaron Adam Clayton (bajo), Dave Evans, alias The Edge (guitarra) y más tarde Paul Hewson, Bono, para ustedes.
Los dos últimos ya habían pertenecido a alguna banda surrealista y se conocían desde hacía tiempo. De hecho, el cantante había bautizado a su amigo con ese nombre, El filo, cargado de varios motivos: “Por la forma de su cabeza, por su mandíbula, y por una afición desmedida que tenía de andar por los bordes de muros, puentes o edificios muy altos”, contaba en alguna ocasión Bono.
Hewson, ya entonces, demostraba la labia con la que se convertiría en gurú, pero escasas buenas dotes para el canto, como recordaría años después Mullen. Pese a haberse criado con un padre aficionado a la ópera no dio una en la prueba a la que le sometió el baterista. Pero lo que su compañero sí advirtió en él desde el primer momento fue un sobresaliente carisma.
Cantara bien o mal, se sentía, eso sí, con derecho a motear porque era algo que ya había ejercido en torno a sí mismo. Antes de Bono, ha confesado, fue Steinvic von Huyseman, después sólo Huyseman, luego Houseman, después Bon Murray y finalmente terminó afinando hasta adoptar el mote de sus auriculares con apellido: Bono Vox de O'Connell Street. Así hasta quedar simplemente en Bono.
Si quienes fueran a encargarse de la percusión y el bajo provenían de entornos más o menos con gustos normales para la juventud de su época, Bono y The Edge coqueteaban ya con el mesianismo dentro de sectas cristianas como Shalom, compuesta por unos irrefrenables adictos a Cristo que habían adoptado un modo de vida similar al de los cristianos primitivos.
Aunque estos iluminados se mostraban muy posesivos y demandantes con sus miembros, no pudieron evitar que ambos músicos optaran por su inclinación hacia el punk rock de entonces y dejaran conscientemente de entregarse de lleno a las sagradas escrituras para escoger la nada piadosa vía de héroes como Patti Smith o The Ramones.
Pero algo de aquello quedó y los restos produjeron otra simbiosis que explica en gran parte el éxito a escala global de U2. Empezando por los dobles sentidos de su propio nombre. Al pronunciarse en su idioma, “you too”, (tú también), en inglés, viene a decir algo. El mero mensaje se impone a la visión de aquel avión espía que cuentan les proporcionó su futura identidad. El Lockheed U2, derribado días antes del nacimiento de Bono por los rusos, llevaba en sus tripas aquella amalgama de símbolos visionarios que tan buen resultado les dio para que nadie confundiera a la banda con ningún otro aparato o grupo. Salvo en sus inicios, cuando el grupo UB-40 aún podía presumir de algo.
Otra mezcla importante que les definiría al comenzar consistió en dotar de mensaje el primitivo nihilismo del punk, algo que les proporcionaba sentido con la intención de no acabar como carne de desecho maldito. Son conscientes de ello y lo verbalizan tal cual, como le confesó Bono hace un año a Pablo Guimón en un reportaje que apareció en El País Semanal: “Somos una imposibilidad maravillosa. Lo nuestro no tiene ningún sentido. Alguien de nosotros debería haber caído hace tiempo. Morir en un accidente de avión. Alguien debería haber tenido un final mítico. Pero resulta que aún tenemos trabajo que hacer”.
Hoy es el día que celebran seguir juntos y haber encontrado un tronco que los define. Como una prole: con sus broncas, tiranteces y terapias comunes. Con sus desavenencias y sus retos entre los que sobresalen también desde el fondo nombres como su hasta hace poco manager, Paul McGuiness, o recurrentes sabios de estudio, como es el caso de Brian Eno y Daniel Lanois.
U2, una "imposibilidad maravillosa"
El País Semanal
Hoy es el día en que se presentan en un cóctel y acaban los cuatro juntos en una esquina. El punto de no retorno en sus vidas en que proclaman que ocurra lo que ocurra, nada los separará, según asegura Adam Clayton. Lo dice con conocimiento de causa y seguro de haber superado, gracias a la ayuda de la banda, sus momentos personales más duros, cuando anduvo enganchado a otras sustancias ajenas y al tiempo tan próximas a la música.
Existen dos etapas creativas mayores en la historia de la banda. Antes de un álbum glorioso como Achtung baby y después. Previos a aquella consciente y urgente reinvención en Berlín, quedan los inicios. La pureza básica del rock en busca de su éxito masivo llegado a costa de ese estado de gracia colectivo que supuso para ellos The Joshua Tree. La clave estuvo en el inconformismo. Cuando ya se sentían caricaturas de sí mismos, borrachos de fama, histeria y reconocimiento, se replegaron tal como cuenta el fascinante documental: U2, from the sky down.
El cambio de rumbo fue radical. Equiparable a la profunda y determinante reflexión que The Beatles ejercieron a lo largo de la creación de Sgt Peppers…, un disco que cambió la historia de la música popular para siempre. Con Achtung Baby, U2 pasaba a formar parte de una posmodernidad consciente. Viajaron desde la artesanía a la tecnología punta, anteponiéndose a una nueva era, con el mérito entonces de no ser plenamente dueños del cambio gigantesco que adoptaban con ello.
Saltaron sin red hacia el siglo XXI como ningún otro artista de su nivel había sabido hacer. Conservando su base mágica para crear canciones aderezándolas de corrientes novedosas y exclusivas, pero listas, en su manera de ser concebidas, para quedar deglutidas por las masas. Esa dinámica se impuso en discos posteriores a Achtung Baby. Obras que parieron imbuidos en su plena concepción entregada al riesgo, pero donde la aceptación que pudieran lograr y, obviamente lograron, resultaba algo secundario. Este fue el caso de rarezas tituladas Pop o Zooropa.
Pero antes existía una historia que contar. La de aquel cuarteto que se movía en el Volkswagen escarabajo de la madre de The Edge para actuar aquí y allá. La de los muchachos con buen fondo, mejor onda y más talento que sedujeron a un manager capaz de colocarles en poco tiempo dentro de Island Records para grabar lo que fue su primera obra: Boy.
Aquel se reveló como un trabajo de iniciación con misterio. Ya la portada suponía un gancho potente y ambiguo. La imagen de un chico recién instalado en la pubertad atraía por su pureza a todos aquellos a quienes querían atrapar en esencia. Pero también al público gay. Les tildaron hasta de pederastas, pero la nada calculada y dispar reacción imprevista funcionó como extra en aquel lanzamiento y después permitió que se fueran consolidando a costa de otras entregas como October o War, más políticas.
Que jamás dejarían de esquivar el riesgo fue algo que dejó claro un disco como The Unforgettable fire, su primera colaboración con Eno y Lanois. Pero la prueba de que tampoco estaban dispuestos a renunciar a lo máximo vino de la mano de The Joshua Tree: un álbum mítico, mediante el cual se presentaron ante la globalidad gracias a canciones como With or without you, Where the streets have no name o I’m still haven’t found what I’m looking for.
Rattle and Hum supuso para ellos un vómito interior de frustración colectiva. Aunque visto con el tiempo, el disco no está tan mal, no representaba ni mucho menos lo que buscaban entonces. Quizás fuera su espanto ante el éxito, que los dejó abrumados y al borde de la ruptura. El caso es que parecían resueltos a dar un giro radical, algo para lo que decidieron encerrarse en Berlín Este y llevar a cabo la insólita exploración conjunta de Achtung Baby.
Cambiaron su imagen apoyados siempre en el ojo del fotógrafo Anton Corbijn. Conectaron con un magma que mezclaba la necesidad de cambio con una constante frustración de amenaza nuclear. Siguieron fieles a sus creencias personales, pero por medio de Bono, sobre todo, emprendieron una, a veces efectiva, a veces plomiza, movilización en todos los frentes: por el sida, por el combate contra el hambre, por el medio ambiente… Cualquier excusa era buena para reunirse con el Papa, con Clinton, con Bush padre y Bush hijo, con Tony Blair o con Jaques Chirac después de haberle llamado gilipollas tras haberse saltado la moratoria nuclear haciendo pruebas atómicas en la Polinesia.
Siempre se ha sentido un tipo de aficiones diversas el amigo Hewson: “Soy un integrante de un grupo, que escribe, que fuma puros, que bebe vino y lee la Biblia. Un fanfarrón al que le encanta pintar cuadros de cosas que no puede ver. Un marido, un padre, amigo de los pobres y a veces de los ricos. Un activista vendedor de ideas. Jugador de ajedrez, estrella de rock a media jornada, cantante de ópera del grupo de folk más ruidoso del mundo…”.
Y en sus ratos libres, líder global que no parece cobrar cara la foto. Lo hace por gusto. O por mera indignación. “Siento furia dentro de mí, pero he adoptado buenos modales para disfrazarla”.
El caso es que Bono ha explicado muy bien su pasión por la política desde chiquillo: “Soy dublinés. Si toma usted un taxi en el aeropuerto de Dublín, lo más seguro es que el conductor le cobre de más; pero le compensará con un discurso sobre la actualidad. En todos los pubs y todas las casas se habla de política. Recuerdo muy bien que en mi familia las comidas de Navidad acababan con gritos y peleas a causa de ella. Los Hewson preferíamos eso a hablar de religión: mi padre era católico y mi madre protestante. Para evitar la clásica bronca irlandesa entre ambas creencias, dábamos repasos apasionados a la actualidad doméstica e internacional. Cuando crecí un poco, empecé a provocar a mis padres diciéndoles que su cristianismo era una simple rutina, una ficción de respetabilidad burguesa, y que la rebeldía implícita en la vida de Cristo no era visible en sus respectivas fes. Me interesaron mucho, más tarde, la revolución sandinista y la teología de la liberación. En fin, mi interés por la situación del mundo se desarrolló en torno a la mesa familiar”.
No por esta pasión desatada de su voz descuidaron dar pasos de gigante en sus concepciones del directo. La ingeniería de sus producciones, sin embargo, iba encaminada a dejar patente una pirueta curiosa: que se impusiera siempre su autenticidad musical, muy centrada en la riqueza sin límites de The Edge, acompañada del carisma de Bono. Con la música como tótem, abordaron, volcados en la grandilocuencia y rompiendo límites, sus Zoo Tv Tour, Pop Mart, Elevation y Vertigo Tour, o, sobre todo, su 360º Tour previo a este nuevo iNNOCENCE + eXPERIENCE.
Tampoco dejaron de lado el negocio. Alarmados por la inquietante decadencia de la industria, Bono en persona, tal como cuenta William Isaacson en su biografía de Steve Jobs, decidió aliarse al genio florentino y difícil de tratar de la tecnología. Les unía su disposición a salvar las respectivas cuentas y las de todos aquellos que confiaran en la audacia de Jobs también para apoyar un negocio que se venía abajo. Él pretendía sacar ventaja y crear nuevos modelos de negocio basados en la digitalización y la venta por internet. Antes, lo anterior debía quedar derruido. Pertenecía a los brontosaurios de lo analógico, lo palpable. Carne de melancólico coleccionismo: el disco.
Una criatura inventada por Jobs les seducía: el ya jubilado iPod. Bono quería uno propio… Con su diseño exclusivo, en negro. La ocasión se presentó con How to dismantelate an atomic bomb, un disco crepuscular, cocinado tras otra resurrección exitosa vivida gracias al efectivo Things that you can’t leave behind. Aquella alianza no hacía más que comenzar y, pese a la muerte de Jobs, ha llegado hasta el presente con la polémica acción que emprendieron en el lanzamiento de Songs of innocence. Decidieron descargarlo gratis en todas las cuentas de iTunes.
La megalomanía había cegado quizás un pequeño detalle: quizás una parte importante de los 500 millones de usuarios no querían contar en su biblioteca con una aportación del grupo. Pidieron perdón, la empresa liderada ahora por Tim Cook puso a disposición de los usuarios una aplicación para no dejar rastro y santas pascuas.
Prueba y error son mantras de nuestra época. U2 han demostrado ser fieles a su tiempo metiéndose en charcos y saliendo de ellos con la misma destreza. Pero no hay duda de que ya forman parte de la historia de la música con mayúsculas, que su rastro es el de un quehacer certero, audaz y basado en una consciente autenticidad: la que despedían aquellos cuatro adolescentes que un buen día quedaron unidos para siempre en sus destinos gracias a un cartel pegado al tablón de anuncios de su instituto.
Babelia
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