El Papa se suma a las estrellas del rock en la causa por el perdón de la deuda
Bono, líder de la banda de rock irlandesa U2, fue la máxima atracción ayer de la delegación de Jubilee 2000, la campaña que lucha por la cancelación de la deuda externa de los países pobres, que desembarcó en Roma para entrevistarse con el Papa en su residencia de Castelgandolfo. El propio Juan Pablo II pareció estar de acuerdo con los periodistas y fans en manifestar la misma predilección por el líder de U2.
El Papa bromeó con él en la audiencia privada pidiéndole que le dejara probarse las eternas gafas negras que luce el cantante. "Creo que es el Pontífice más funky que haya existido", comentó Bono, en el posterior encuentro con la prensa. En realidad, la campaña que alienta a Jubilee 2000, una iniciativa que surgió en el Reino Unido en 1996 y en la que participan numerosas organizaciones de inspiración cristiana, es bastante más seria de lo que la presencia de gentes del espectáculo en la delegación que ayer fue recibida por el Papa podría hacer suponer.Pero en esta aventura, gentes como el propio Bono, Bob Geldof, Quincy Jones o Willie Colon, participan en calidad de nombres-fetiche capaces de atraer a la gente común, seguramente más atenta a sus palabras que a las del economista de Harvard Jeffrey Sachs, que también figuraba en el grupo.
Lo explica gráficamente Laura Vargas, secretaria de la comisión del Episcopado peruano, que ha puesto toda su infraestructura al servicio de esta campaña. "Los 46 obispos del Perú nos respaldan, pero lo curioso es que cuando publicamos la declaración de Bono sobre el asunto de la deuda de los países pobres, aunque sólo lo conocen algunos jóvenes de Lima, enseguida llegó gente diciendo que quería apoyar la campaña, porque lo que defendía Bono tenía que ser bueno".
Esta capacidad de atracción de los artistas como el propio Willie Colon, o Geldof, creador de Live Aid, o Quincy Jones, que en última instancia interesan a los medios de comunicación, ha permitido a Jubilee 2000 recoger 18 millones de firmas en apoyo de su iniciativa que se concreta en una petición precisa a los países que integran el G-7: que convoquen una nueva reunión para terminar el trabajo que quedó aplazado en la última cumbre de Colonia.
En aquella cita de junio, los líderes de los países más desarrollados del mundo anunciaron a bombo y platillo la condonación de 100.000 millones de dólares (unos 16 billones de pesetas) de deuda de los países más pobres. La realidad, sin embargo, es que la iniciativa de Colonia dará muy poco a un puñado de países y dejará en la misma situación en la que estaban a muchos otros. A título de ejemplo, el Fondo Monetario Internacional reconoce que Malí, el octavo país más pobre del mundo, tendrá que pagar más de lo que pagaba antes por los intereses de su deuda externa.
La situación de este país, donde en el umbral del Tercer Milenio la esperanza de vida sigue siendo de 33 años, y donde la mayoría de los niños no llegan a cumplir cinco años, es lo bastante elocuente como para justificar la iniciativa de Jubilee 2000, a la que ayer el Papa ofreció todo su respaldo.
En un comunicado difundido por la Santa Sede, Juan Pablo II lamentó la lentitud con la que las naciones ricas afrontan la cuestión cada vez más urgente de condonar la deuda de los pobres.
Sobre todo, porque de acuerdo con los análisis realizados por los coordinadores de Jubilee 2000 cancelar la deuda de los 52 países más pobres del mundo, que asciende a 350.000 millones de dólares, no representaría más que una pérdida de 71.000 millones de dólares para los países ricos. Lo que equivale a un simple céntimo de dólar al día para cada uno de los contribuyentes de estas naciones afortunadas.
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