Estado mental
Antes la gente con inquietudes montaba una revista, ahora monta una editorial. Puede que eso, unido a la poca fidelidad de los lectores, el auge del todo gratis en Internet, la crisis de la publicidad, los recortes en las subvenciones y la competencia de los periódicos, explique su pérdida de influencia o, al menos, su repliegue digital. Y sin embargo, sería imposible escribir la historia de la cultura española sin contar con ellas. Pensemos, simplemente, que en Papeles de Son Armadans publicó Luis Cernuda su ya clásico “Historial de un libro” o que Archipiélago acogió “La forja de un plumífero”, de Rafael Sánchez Ferlosio. Hubo un tiempo, además, en que las bibliotecas de las universidades extranjeras decretaron que para saber de España había que leer regularmente Ínsula y Cambio 16. Parece que fue ayer.
La crisis ha hecho estragos entre semanarios y mensuales, pero una revista puede a veces convertirse en el libro del verano. El Estado Mental, por ejemplo, que es una web, una radio, una App y -¡albricias analógicas!- una revista de papel que va ya por el número siete. El director de toda esa locura –editor ejecutivo según la mancheta- no es otro que Borja Casani, el mismo que estuvo detrás de cabeceras como La Luna de Madrid, Sur Exprés, Arena y, en su mejor época, El Europeo. Basta con repasar esa lista para saber por dónde van los tiros. Ya conocen el chiste sobre la diferencia horaria entre Nueva York y España: cuando allí son las tres de la tarde aquí son las nueve, pero de 10 años antes. Algo así pasa con los inventos de Casani: cuando el mainstream digiere sus contenidos él ya está en otra cosa, 10 años por delante. Si a eso le sumas que, sin ir más lejos, el último número de El Estado Mental tiene 146 páginas de letra apretadísima, entiendes por qué es una de esas revistas que hay que leer con lápiz, subrayando y salpicando de post-its para volver el día de la jubilación. No es broma. Cuando El Estado Mental se reencarnó hace un año, algunos no habíamos terminado aún el número 12 de Sur Exprés, cerrada hace más de 20.
En este nuevo artefacto de Casani es posible leer a César Aira hablando de Osvaldo Lamborghini (y de sí mismo) con Andrea Valdés, al escultor David Bestué analizando los puentes de las autopistas con chispa de becario y rigor de ingeniero (va una lágrima para Calatrava), al digamos humorista Miguel Noguera charlando con la digamos artista Dora García sobre arte y humor o al escritor Francesc Serés enseñando a leer a niños inmigrantes. Eso por no salir de ese número siete. Antes de que termine agosto espero haber llegado a la página 100.
Babelia
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