El piano asiático impone su ley
Dos japoneses, dos coreanos, un chino y un español esperan ganar el Concurso Paloma O'Shea, cuyo veredicto se anuncia hoy en Santander
La pujanza del piano que viene del lejano oriente se ha impuesto estas últimas semanas en Santander. Si algo ha dejado claro la XVIII edición del Concurso Internacional Paloma O’Shea, es que, frente a la enorme gravitación que aún ejerce Occidente, el futuro del instrumento depende en gran parte de Asia. Cinco de los seis finalistas vienen de aquel continente. Los japoneses Kazuya Saito y Akihiro Sakiya, los coreanos David Jae-Weon Huh y Jinghyung Park y el chino Jianing Kong, mantienen rodeado a Juan Pérez Floristán, español, y único europeo.
La competición culmina hoy con el anuncio del premio, tras haber arrancado de cada piano luz, colores, sudor y lágrimas, entre 20 participantes. Han sido seleccionados previamente en más de 200 audiciones a lo largo de 32 países. El piano se ha impuesto como un arte global y mantiene su frescura, su reto cargado de belleza y dificultad, junto a un enorme poder de atracción sin fronteras. Nació en Italia, inventado por el visionario Bartolomeo Cristofori, hace más de tres siglos. Hoy lo estudian 40 millones de niños chinos mientras sus fabricantes de referencia lo producen en serie desde Japón, Estados Unidos y Alemania, sobre todo.
Los finalistas han sido seleccionadostras 200 audiciones en 32 países
Los introvertidos japoneses
Akihiro Sakiya sabe destacar telegráficamente las virtudes de sus colegas asiáticos: “Los japoneses somos introvertidos; los chinos, imbatibles técnicamente y los coreanos realmente apasionados. Él ha elegido para la final el Concierto número 5, (Emperador), de Beethoven, mientras que su compatriota Saito, se ha decantado por el tercero de Prokófiev. Sakiya es un experto en concursos, de hecho, prepara una tesis sobre los mismos y la obsesión de las familias por presentar a sus hijos en Japón. “La presión por parte de los padres, sobre todo, es muy alta”. Lo sabe bien y lo ha sufrido, quien empezó a tocar con seis años en Yamaha, la ciudad con marca de piano donde nació. Ganar en Santander, como ya hizo en Jaén hace un año, supone para él un paso más en su búsqueda de perfección.
Juan Pérez recibió la ovación más cálida. Jugaba en casa
Cuando uno contempla la limpieza categórica de Saito en su visión de Prokófiev, puede añadir a la introspección, rigor técnico. Cuando tenía cuatro años comenzó a aprender solo en Yamanashi, su ciudad natal. “Allí nadie estudia piano”. De ahí, pasó a Tokio y luego a París, donde no acaba de encajar con la ciudad. “El primer día que llegué a Santander, perdí la cartera y me la devolvieron. Eso, en París, no ocurre”.
Sociología china
Jianing Kong sabe, en tres frases, describir sociológicamente la explosión del piano en China, más allá de la fiebre que han provocado intérpretes como Lang Lang o Yuja Wang. “Nuestros abuelos vivieron la Revolución Cultural e inculcaron en sus hijos la necesidad de decantarse por carreras técnicas. Mis dos padres son ingenieros, algo normal en su generación. La bonanza económica y la frustración creativa que sufrieron, hicieron que algunos de sus hijos fueran por el camino del arte. Yo soy un ejemplo”. Pero sin presiones: “No me atosigaban con objetivos, aunque sí me enseñaron a esforzarme”. Hoy, con 29 años y una carrera que despunta, vive en Londres. Los concursos, para él, suponen una oportunidad para tocar en público. Ayer ofreció un resumen de sí mismo, “lo mejor de mí”, en el Cuarto de Beethoven.
La sombra de un premio desierto
Ni las horas robadas al sueño, ni los nervios, ni el sacrificio, valen si ocurre como en la anterior edición del Concurso de Piano Paloma O’Shea. Nadie quiere acordarse del sonoro “¡¡¡Ooooohhhh!!!” que se escuchó en la sala Argenta del Palacio de Festivales cuando el jurado declaró hace tres años desierto el primer premio. La brillantez, el gran nivel, la variedad de estilos y personalidades que han concurrido este año suponen argumentos suficientes para que, en este caso, los 12 jueces con gran prestigio internacional, presididos por el estadounidense Gary Graffman, no vuelvan a quedarse mudos. El reglamento ha variado para que resulte muy difícil dejar el concurso sin ganador. Pero en la quimera de la persecución del pianista ideal, algunos muestran un exceso de celo a veces tan inexplicable como contagioso.
Pasión coreana
David Jae-Weon Huh y Jinhyung Park están de acuerdo con su colega Sakiya en eso de la pasión coreana. El primero lo escuchaba mientras repasaba la partitura del tercero de Prokófiev en su iPad. Nació en Pohang, una ciudad pesquera y de allí se trasladó con 15 años a Seúl. Ahora vive en Hannover y se presenta a concursos, casi más por conocer ciudades diferentes y hacer amigos, que por ganarlos. Pero cuando se entrega a las teclas, esa cualidad emocional emerge con el acicate de una extrema sensibilidad que a menudo borra la áspera dificultad de la pieza elegida. Lo mismo le ocurre a Park, el más joven de la terna, con 19 años, cuando se escucha su visión de Chopin. Delicadeza y nervio romántico definen a este profeta del compositor polaco en su país, donde aún reside. “Siempre quise ser pianista. Desde que comencé a soñar con ello a los siete años”.
Esperanza española
Juan Pérez Floristán recibió el lunes la ovación más cálida con su ejecución del segundo de Rachmaninov. Jugaba en casa. En la sala estaba su madre, que fue su primera maestra, y Ana Guijarro, que también lo enseñó y sigue dándole sabios consejos. “Contar con el apoyo de los míos tan cerca sé que es una ventaja”, asegura. Se ha tomado su participación en el concurso como un reto monacal. “Desde que decidí presentarme hace un año, no me imaginé que la preparación me iba a ayudar a mejorar tanto. Para mí, todos los objetivos están cumplidos”. Y ahora, además, ha roto la cuarentena. “No había bebido una gota de alcohol en mes y medio. El lunes, para celebrar que había terminado, me bebí mi primer tinto de verano”.
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