Estrella entre indies
Subió a un escenario como quien llega a la trinchera, frente a un público que no era suyo propio. Y ganó
Alguien pidió silencio. Y los olés se agolpaban por salir, libres, cada vez que Estrella Morente cerraba un verso. Subió al escenario como quien sube a una trinchera, dispuesta a todo, relajada. Aunque se enfrentaba a un público que no era el suyo propio en uno de los escenarios principales del Sonorama Ribera. Y ganó. Ganó por fuerza vocal y por emoción, por ganas, por trabajo pulido, y por la pequeña marea que la arropaba. Sus hermanos, Soleá y José, y Los Evangelistas, los que siguen esparciendo la herencia de Enrique, y que grabaron (algunos) Omega junto a él.
Un par de horas antes de empezar el espectáculo ¡Morente vive! ella se bebía una cerveza en el camerino mientras se quitaba un pañuelo de flores que la había envuelto tras la rueda de prensa. Miraba tranquila al hablar, y Enrique salía en la conversación, inevitable: “Mi padre nunca se planteó a qué público se dirigía, era libre como creador e intérprete y así fue como lo fueron aceptando en los distintos ambientes musicales, del jazz al fado, en la canción francesa… Así me crie yo”. Quiere seguir ese camino, lo asegura mientras Soleá, va colocando y recogiendo para empezar a prepararse.
Mi padre nunca se planteó a qué público
se dirigía
Es quizá la pequeña de los Morente la “menos intrusa”, como la llama Estrella. “Ella ha heredado también esa chispa, ese don, esa búsqueda, y estoy convencida de que le va a salir bien. José y yo estamos aquí un poco por ella, que se ha metido, junto a Evangelistas, en el mundo de la música independiente. Como lo era mi casa, independiente y respetuosa. Con todo”. Han mamado de la cuna del flamenco, pero dice la hija del maestro que cuando están Los Planetas o Lagartijas, se sienten como en casa.
Anoche también lo parecía, a uno y a otro lado del escenario. Titilaban las pupilas de quienes sabían qué estaba pasando exactamente en el escenario, y escudriñaban curiosos los que se paraban por primera a escuchar. Barbas, camisas de lunares, piercings y rastas. Alguno, literalmente, “flipó”. Parece llevar razón Estrella, “la música, aunque esté muy dicho, es un lenguaje universal”. Lo recordó Raphael el año pasado en ese mismo lugar; y el Sonorama Ribera ha vuelta a acertar saliendo del camino que marcan las etiquetas. “Eso también es importante para nosotros”, contaba Estrella apoyada en el quicio de la puerta de un baño, “conocemos el festival como algo que apuesta por la cultura, por la libertad, por las esperanzas y los caminos abiertos. Aquí podemos sentir la música de una manera honesta, sencilla y libre”.
Así cantaron, parte de Omega, parte de recuerdos, parte del pasado y del presente de los tres hermanos, de Evangelistas. Y aplaudió el foso, con la misma honestidad con la que la amalgama flamenca se subió al escenario. Aunque Estrella crea que anoche, su padre, no la hubiese aplaudido a ella. “Siempre me lo ponía muy difícil, siempre nuevas metas. Pero hubiese aplaudido al hecho de estar aquí los tres, queriéndonos, respetándonos, respetando a los demás y siguiendo este camino del arte. Hubiese aplaudido a la música”. Sin clichés.
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